Jalisco
No quería ser maestro, pero al final las aulas lo enamoraron
Ser maestro implica ser tolerante a la frustración, señala el académico
GUADALAJARA, JALISCO (15/MAY/2016).- Igual que a muchos, a Joaquín Rodríguez le llegaron a preguntar varias veces durante su infancia si le gustaría ser maestro de grande: “Decía que no, yo les decía que quería ser albañil. Veía trabajos de construcción cerca de mi casa y se me hacía llamativo que pudieran construir”.
Aun así, los cuestionamientos no cesaron, sino que aumentaron cuando comenzó a estudiar Letras Hispánicas. Su respuesta aún era negativa.
Fue durante sus estudios de maestría que le propusieron dar clases de español a extranjeros: “Todos los días aprendes algo, aprendes cómo desenvolverte, cómo hablar, recuerdo que al inicio estás nerviosísimo que no sabes articular palabras, ordenar tus ideas”. Aunque le tomó el gusto tras cinco años de esta tarea, le cansó la rutina, por lo que decidió probar suerte en la Universidad de Guadalajara.
Resulta que cuando ofreció sus servicios coincidió que los dos únicos profesores de latín ya terminaban su ciclo, por lo que le ofrecieron la asignatura y una más de griego antiguo en la carrera de Filosofía: “No fue algo que planeara. Al final resulta que sí me gustaba dar clases. (…) Ahí me di cuenta que lo que me gustaba era aprender, y si quería seguir aprendiendo pues lo mejor era enseñar”.
Aunque sus ingresos como maestro de latín no son tantos, las satisfacciones lo compensan, excepto por su paso por la preparatoria como maestro en una universidad privada, labor que sí lo frustra: “Para ser maestro (de preparatoria) se necesita una gran tolerancia al fracaso, es horrible cuando te pasas una hora, dos horas para preparar una clase. Llegas a la clase y resulta que cometiste una equivocación o no hubo disposición de los alumnos”.
Espera que su especialización le dé más recursos en la UdeG, pues actualmente está obligado a dar clases en preparatorias o privadas para ganar lo suficiente.
Mientras se valora más su trabajo, el ser maestro es una decisión que le da gusto haber tomado y que evidentemente no cambiaría.
Aun así, los cuestionamientos no cesaron, sino que aumentaron cuando comenzó a estudiar Letras Hispánicas. Su respuesta aún era negativa.
Fue durante sus estudios de maestría que le propusieron dar clases de español a extranjeros: “Todos los días aprendes algo, aprendes cómo desenvolverte, cómo hablar, recuerdo que al inicio estás nerviosísimo que no sabes articular palabras, ordenar tus ideas”. Aunque le tomó el gusto tras cinco años de esta tarea, le cansó la rutina, por lo que decidió probar suerte en la Universidad de Guadalajara.
Resulta que cuando ofreció sus servicios coincidió que los dos únicos profesores de latín ya terminaban su ciclo, por lo que le ofrecieron la asignatura y una más de griego antiguo en la carrera de Filosofía: “No fue algo que planeara. Al final resulta que sí me gustaba dar clases. (…) Ahí me di cuenta que lo que me gustaba era aprender, y si quería seguir aprendiendo pues lo mejor era enseñar”.
Aunque sus ingresos como maestro de latín no son tantos, las satisfacciones lo compensan, excepto por su paso por la preparatoria como maestro en una universidad privada, labor que sí lo frustra: “Para ser maestro (de preparatoria) se necesita una gran tolerancia al fracaso, es horrible cuando te pasas una hora, dos horas para preparar una clase. Llegas a la clase y resulta que cometiste una equivocación o no hubo disposición de los alumnos”.
Espera que su especialización le dé más recursos en la UdeG, pues actualmente está obligado a dar clases en preparatorias o privadas para ganar lo suficiente.
Mientras se valora más su trabajo, el ser maestro es una decisión que le da gusto haber tomado y que evidentemente no cambiaría.