Jalisco
''Juan Diegos'' veneran a Guadalupe
Se trata de la prueba fehaciente de la aparición de La Morenita al indio allá en el año 1531
GUADALAJARA, JALISCO (12/DIC/2012).- La tilma de Juan Diego (ahora santo) no está más en la Basílica de Guadalupe, férreamente vigilada y tratada con el mayor de los cuidados, pues se trata de la prueba fehaciente de la aparición de "La Morenita" al indio allá en el año 1531. Ahora está en el abdomen de Carlos, en un pequeño "ayate" amarillo que viste y trae estampada la imagen -con color extra- de la Virgen. Es la original, asegura, y la porta orgulloso.
Aunque no es muy parlanchín, su mamá dice que su fervor es tal que se emocionó sólo con la idea de viajar desde Tlajomulco de Zúñiga hasta el Santuario de Guadalupe el 12 de diciembre. Toda una travesía para el niño de cuatro años, aunque para llegar a la misa de siete de la mañana debieron madrugar.
"Es muy guadalupano, su abuelita lo enseñó", sigue Norma, la madre del pequeño Carlos, mientras lo observa en brazos de su papá. El niño, de sombrero de palma, huaraches, y prematuros bigotes de lápiz cosmético, parece impávido ante el frío gris de esa hora de la mañana, pasadas las ocho. Se aguanta bien, no desea que algo obstruya la sagrada imagen de la que es asta.
Así como él, hay decenas, cientos, o quizá miles de niños -y también mayorcitos- que se sienten orgullosos de portar una réplica de la "madre de los mexicanos" en su traje de manta tiesa, ajustado a la cintura con un paliacate rojo.
Todos desde temprano, a ras de suelo o en brazos, avanzan hacia el altar del Santuario para ver de cerca a la festejada y elevarle sus plegarias, agradecimientos y también felicitaciones. Comparten el templo con miles de fieles -mujeres, viejos, bebés, jóvenes- que también veneran a la Virgen y se agolpan en los pasillos para llegar hasta el fondo y observarla ahí, vestida de Sol y posada sobre la luna, unos minutos.
Algunos apuran las flores para dejarlas a sus pies, otros dejan gotas de lágrimas a su paso, algunos le entregan sonrisas que traen una buena experiencia detrás, y otros más sólo cumplen con la promesa de visitarla, mientras el padre celebra la misa y exalta el papel de ella en la vida del católico mexicano.
Una vez terminado el recorrido religioso bien delineado por las autoridades, la tradición termina cuando el peregrino degustó un plato de buñuelos remojados, tamales, o cualquiera de los platillos que oferta el vasto comercio informal, que inunda la plaza principal, flanquea el perímetro del Santuario y se extiende sobre avenida Alcalde obstruyendo la mitad de la banqueta.
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ
Aunque no es muy parlanchín, su mamá dice que su fervor es tal que se emocionó sólo con la idea de viajar desde Tlajomulco de Zúñiga hasta el Santuario de Guadalupe el 12 de diciembre. Toda una travesía para el niño de cuatro años, aunque para llegar a la misa de siete de la mañana debieron madrugar.
"Es muy guadalupano, su abuelita lo enseñó", sigue Norma, la madre del pequeño Carlos, mientras lo observa en brazos de su papá. El niño, de sombrero de palma, huaraches, y prematuros bigotes de lápiz cosmético, parece impávido ante el frío gris de esa hora de la mañana, pasadas las ocho. Se aguanta bien, no desea que algo obstruya la sagrada imagen de la que es asta.
Así como él, hay decenas, cientos, o quizá miles de niños -y también mayorcitos- que se sienten orgullosos de portar una réplica de la "madre de los mexicanos" en su traje de manta tiesa, ajustado a la cintura con un paliacate rojo.
Todos desde temprano, a ras de suelo o en brazos, avanzan hacia el altar del Santuario para ver de cerca a la festejada y elevarle sus plegarias, agradecimientos y también felicitaciones. Comparten el templo con miles de fieles -mujeres, viejos, bebés, jóvenes- que también veneran a la Virgen y se agolpan en los pasillos para llegar hasta el fondo y observarla ahí, vestida de Sol y posada sobre la luna, unos minutos.
Algunos apuran las flores para dejarlas a sus pies, otros dejan gotas de lágrimas a su paso, algunos le entregan sonrisas que traen una buena experiencia detrás, y otros más sólo cumplen con la promesa de visitarla, mientras el padre celebra la misa y exalta el papel de ella en la vida del católico mexicano.
Una vez terminado el recorrido religioso bien delineado por las autoridades, la tradición termina cuando el peregrino degustó un plato de buñuelos remojados, tamales, o cualquiera de los platillos que oferta el vasto comercio informal, que inunda la plaza principal, flanquea el perímetro del Santuario y se extiende sobre avenida Alcalde obstruyendo la mitad de la banqueta.
EL INFORMADOR / VIOLETA MELÉNDEZ