Jalisco

“El jefe” Diego

Ha cultivado el poder, sus formas y sus sutilezas desde que era joven y llegó a un nivel de refinamiento poco habitual en México

Dice el dicho que no hay bribón que no sea simpático, y Diego Fernández de Cevallos es terriblemente simpático. Hombre de poder hasta la médula, a Diego le gusta ser y parecer poderoso. Ha cultivado el poder, sus formas y sus sutilezas desde que era joven y llegó a un nivel de refinamiento poco habitual en México.

Diego es hoy por hoy uno de los hombres más poderosos del país y no necesita tener puesto alguno para demostrarlo o hacerlo sentir. Es capaz de resolver el asunto más delicado en la relación entre los partidos, o hacer pasar una carretera por ahí donde se lo prometió a su amor.

El paso de Diego Fernández de Cevallos por Guadalajara fue circunstancial y, al mismo tiempo, significativo. Su padre le pidió a un amigo y compañero de partido, don Efraín González Luna, que lo aceptara de entenado en su casa para que Diego pudiera estudiar la preparatoria con los jesuitas en el Instituto de Ciencias. Pasó así dos años de su juventud al lado de uno de los fundadores del PAN, lo que le marcaría sin duda en el desarrollo de su carrera política. En el PAN Jalisco, por cierto, lo que se recuerda del Diego de aquellas épocas no son discursos ni desplantes de poder sino sus vagancias, su galantería y los engaños con los que sacaba al presidente del PAN de sus oficinas para quedarse solo con alguna de las asistentes o voluntarias.

“El jefe” Diego fue uno de los impulsores del cambio político del PAN, que les permitiría años más tarde llegar al poder. En la segunda mitad del sexenio de Salinas de Gortari, Fernández de Cevallos se convirtió en el líder panista de la Cámara de Diputados, pero no sólo ordenaba y mandaba a los panistas sino también a los priistas, pues nadie tenía tanta comunicación e influencia con el Presidente Salinas como él. Fue en esa época en que nació su poderío y su apodo: “El jefe” Diego.

Inteligente como pocos, supo convertir su derrota en virtud. En 1994, tras perder frente a Ernesto Zedillo, hizo sentir que había metido freno en la parte final de la campaña dejando paso al candidato priista. No había manera de derrotar al PRI en aquella elección, y lo sabía mejor que nadie, pero desde entonces ha sido un personaje que pone y quita, opina, tuerce y endereza, manda, pero sobre todo hace sentir su poder donde está.

Macho, provinciano, bravucón, sofisticado, mal hablado y ególatra, Diego se sentía intocable. Y en muchos sentidos, hasta el viernes pasado, lo era.

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