Entretenimiento
Desmenuza al mundo a través del documental
La cineasta retrata en sus filmes las injusticias sociales y la pobreza que enfrentan grupos vulnerables en Colombia
GUADALAJARA, JALISCO (07/NOV/2011).- La mente de la directora Marta Rodríguez conserva todas sus virtudes a sus 78 años. Recuerda perfectamente hechos, rostros e historias que ocurrieron hace décadas, muchas de las cuales ha capturado a través de sus documentales.
La cineasta nacida en Colombia encontró su voz a través del documental, medio que ha utilizado desde la década de los años setenta para exponer ante los ojos del mundo y particularmente del pueblo colombiano el drama que viven grupos sociales vulnerables. Indígenas, campesinos y guerrilleros han sido “los personajes” que constituyen la filmografía de la nacida en Bogotá.
Marta Rodríguez está de visita en la ciudad, luego de ser invitada como figura a homenajear en la primera edición del FICA (Festival Itinerante de Cineastas Americanas), en una ceremonia celebrada el sábado por la noche en el Cineforo de la Universidad de Guadalajara.
Originalmente la directora charlaría con este medio sobre su carrera y el devenir del cine documental en América Latina, sin embargo, un acontecimiento modificó drásticamente la agenda y los pensamientos de Rodríguez: La muerte de Alfonso Cano, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en una acción llevada a cabo el viernes por la noche por el ejército del país Sudamericano.
Reconocida por su profundo sentido social, la muerte del guerrillero cimbró las expectativas que tiene Marta Rodríguez sobre un futuro acuerdo de paz en Colombia. La entrevista se transformó en una prolongada charla donde la realizadora hace un diagnóstico poco alentador de la situación que vive su país.
— Al llegar a Guadalajara se entera de la muerte del líder de las FARC, ¿qué le pasó por la mente?
— Una profunda sensación de sorpresa y pasmo, porque en (la década de) los sesenta, cuando entré a estudiar Antropología, Alfonso Cano fue compañero de carrera, estudiamos juntos, lo conocí mucho y me quedé sorprendida con la noticia de su muerte, ¡Virgen del Carmen! Me duelen todas las muertes que ha causado el conflicto y lamento la muerte de Alfonso Cano. Era de los pocos de la guerrilla que apostaban por un diálogo. Ahora el Gobierno va a tener la guerra que quería, porque son guerreros quienes quedan vivos por parte de las FARC, y esos son muy bravos. Ya dirá la historia qué tanto pesa esta muerte.
— ¿Esta muerte debe entenderse como un avance para terminar con las FARC?
— No creo que la solución sea la política errada de (el ex presidente de Colombia, Álvaro) Uribe de contar cadáveres. Necesitamos un diálogo para terminar con la violencia, en lugar de que todo este odio siga arrasando con la juventud.
— Se ha discutido mucho de cómo un medio de comunicación debe abordar una noticia de este tipo, ¿usted qué opina?
— Los medios se olvidan de muchas cosas. Cano estaba en una zona llamada Tolima, que era un páramo inaccesible. Muchos soldados murieron de hipotermia, y la guerrilla pone muchas minas antipersonales. Pero los soldados son seres humanos, muchas veces campesinos colombianos que prestan un servicio para el que no están preparados, ¿qué le dices a un hombre que quedó sin piernas por una mina? Eso no sale en los medios. Es una pena que las autoridades presenten esta muerte como un triunfo. Los periodistas en mi país cometieron siempre ese error de estar ‘pidiendo la cabeza’ de Cano. Es gente que no conoce la historia del conflicto, que son ignorantes. Yo en diciembre cumplo 78 años y en (la década de) los sesenta estudié con Cano. Sé por qué muchos jóvenes de mi generación se fueron a la guerrilla, creyendo en una utopía. Soy de esa generación que soñó con cambiar a Colombia y lo que dejamos es un reguero de muertos. Triste botín de guerra.
— En un país lleno de claroscuros, ¿cómo ha sido caminar con una cámara en mano retratando lo que sucede?
— Un gran camino, es cierto, lo he recorrido en los Andes, los llanos, las selvas, la tierra nevada. Toda la geografía, acercándome a los más humildes, los explotados, los olvidados. Con ellos llevo 40 años. Estamos dejando memoria para la generación que viene. Ahora en mi país hay un movimiento que apela justamente a eso, a recordar, estamos ‘saliendo de un conflicto pero sin poder salir’. Mi cine es la memoria de 40 años de guerra, de exclusión, del exterminio de los indígenas, de las comunidades negras, del movimiento de la mujer y ahora de los niños, porque la guerrilla ha terminado por atacarlos o incorporarlo incluso a ellos.
— ¿Ha sido fácil trabajar con regímenes políticos que apuestan a resolver un conflicto armado mediante el uso de la fuerza?
— Con el anterior presidente, Álvaro Uribe decía que todo intento de movilización era guerrilla y paramilitares, era un presidente que exigía resultados positivos, aunque fueran mentira, como cuanto mataban indígenas para presentarlos como guerrilleros. El actual mandatario, Juan Manuel Santos ahora tiene una actitud que en apariencia es distinta.
— ¿Alguna vez se ha sentido cansada del cine?
— No, no. Jamás. Porque el conflicto nunca termina. Acabo de hacer (el documental) Testigos de un etnocidio, que para mí era una especie de testamento a todo mi trabajo anterior. Me clavé cinco años para poder relatar todo lo que quería en este trabajo, para el que usé mis archivos de los últimos 50 años de grabaciones. En este trabajo dejo testimonio de cómo los indígenas han sido masacrados desde los años setenta, cuando hice mis primeros trabajos en el tema hasta 2008, cuando volví a sus territorios. Muchos líderes indígenas que aparecen filmados dieron su vida por la autonomía, por la lucha para preservar sus tradiciones. Mucha gente no sabe lo que le ha pasado a esa gente. Fumigaban sus comunidades con herbicidas para acabar con la hoja de coca, que es parte de su cultura. Al hacerles esto el territorio queda estéril, los niños se enferman. Es una guerra biológica contra las comunidades.
— Dijo que “Testigos de un etnocidio” era su testamento profesional, pero cambió de parecer, ¿por qué?
— Durante el proceso para la realización del documental fui al Caribe de Colombia y me contaron sobre los niños que son enrolados en la guerrilla y me di cuenta que había mucho qué hacer en ese tema. Los infantes no pueden estar en un conflicto bélico. ¿Hasta cuándo vamos a heredar esta guerra? Otro tema: tenemos cuatro millones de desplazados y Bogotá es una ciudad atestada de gente. Por ejemplo, yo no veo en Guadalajara gente con cartones que dicen ‘soy desplazado’, familias enteras pidiendo monedas. Hace 20 años no se veía en la capital de Colombia a indígenas mendigando, ellos eran felices en su tierra y la guerrilla los expulsó.
— ¿Ve un proceso de paz en el horizonte para Colombia?
— En mi país hay muchos odios. Llevamos 50 años de guerra, y mientras sigamos en la eterna venganza no vamos a ninguna parte. Justamente por eso estamos haciendo memoria de las víctimas de tantas masacres, que todas esas personas que murieron tengan rostros. Sólo así se llega a un diálogo y a una salida.
EL INFORMADOR / Juan Francisco González Rodriguez
Ejercicio de memoria
Sus documentales
Testigos de un etnocidio (2007-2011)
Soraya, amor no es olvido (2006)
Nunca más (1999 - 2001)
Una casa sola se vence (2003 - 2004)
La hoja sagrada (2001)
Los hijos del trueno (1994 - 1998)
Amapola: La flor maldita (1994 - 1998)
Memoria viva (1992 - 1993)
Nacer de nuevo (1986 - 1987)
Amor, mujeres y flores (1984 - 1989)
Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1974 - 1980)
La voz de los sobrevivientes (1980)
Campesinos (1970 - 1975)
Planas: Testimonio de un etnocidio (1971)
Chircales (1964 - 1971)
N a v e g a : w w w . m a r t a r o d r i g u e z . o r g
La cineasta nacida en Colombia encontró su voz a través del documental, medio que ha utilizado desde la década de los años setenta para exponer ante los ojos del mundo y particularmente del pueblo colombiano el drama que viven grupos sociales vulnerables. Indígenas, campesinos y guerrilleros han sido “los personajes” que constituyen la filmografía de la nacida en Bogotá.
Marta Rodríguez está de visita en la ciudad, luego de ser invitada como figura a homenajear en la primera edición del FICA (Festival Itinerante de Cineastas Americanas), en una ceremonia celebrada el sábado por la noche en el Cineforo de la Universidad de Guadalajara.
Originalmente la directora charlaría con este medio sobre su carrera y el devenir del cine documental en América Latina, sin embargo, un acontecimiento modificó drásticamente la agenda y los pensamientos de Rodríguez: La muerte de Alfonso Cano, líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en una acción llevada a cabo el viernes por la noche por el ejército del país Sudamericano.
Reconocida por su profundo sentido social, la muerte del guerrillero cimbró las expectativas que tiene Marta Rodríguez sobre un futuro acuerdo de paz en Colombia. La entrevista se transformó en una prolongada charla donde la realizadora hace un diagnóstico poco alentador de la situación que vive su país.
— Al llegar a Guadalajara se entera de la muerte del líder de las FARC, ¿qué le pasó por la mente?
— Una profunda sensación de sorpresa y pasmo, porque en (la década de) los sesenta, cuando entré a estudiar Antropología, Alfonso Cano fue compañero de carrera, estudiamos juntos, lo conocí mucho y me quedé sorprendida con la noticia de su muerte, ¡Virgen del Carmen! Me duelen todas las muertes que ha causado el conflicto y lamento la muerte de Alfonso Cano. Era de los pocos de la guerrilla que apostaban por un diálogo. Ahora el Gobierno va a tener la guerra que quería, porque son guerreros quienes quedan vivos por parte de las FARC, y esos son muy bravos. Ya dirá la historia qué tanto pesa esta muerte.
— ¿Esta muerte debe entenderse como un avance para terminar con las FARC?
— No creo que la solución sea la política errada de (el ex presidente de Colombia, Álvaro) Uribe de contar cadáveres. Necesitamos un diálogo para terminar con la violencia, en lugar de que todo este odio siga arrasando con la juventud.
— Se ha discutido mucho de cómo un medio de comunicación debe abordar una noticia de este tipo, ¿usted qué opina?
— Los medios se olvidan de muchas cosas. Cano estaba en una zona llamada Tolima, que era un páramo inaccesible. Muchos soldados murieron de hipotermia, y la guerrilla pone muchas minas antipersonales. Pero los soldados son seres humanos, muchas veces campesinos colombianos que prestan un servicio para el que no están preparados, ¿qué le dices a un hombre que quedó sin piernas por una mina? Eso no sale en los medios. Es una pena que las autoridades presenten esta muerte como un triunfo. Los periodistas en mi país cometieron siempre ese error de estar ‘pidiendo la cabeza’ de Cano. Es gente que no conoce la historia del conflicto, que son ignorantes. Yo en diciembre cumplo 78 años y en (la década de) los sesenta estudié con Cano. Sé por qué muchos jóvenes de mi generación se fueron a la guerrilla, creyendo en una utopía. Soy de esa generación que soñó con cambiar a Colombia y lo que dejamos es un reguero de muertos. Triste botín de guerra.
— En un país lleno de claroscuros, ¿cómo ha sido caminar con una cámara en mano retratando lo que sucede?
— Un gran camino, es cierto, lo he recorrido en los Andes, los llanos, las selvas, la tierra nevada. Toda la geografía, acercándome a los más humildes, los explotados, los olvidados. Con ellos llevo 40 años. Estamos dejando memoria para la generación que viene. Ahora en mi país hay un movimiento que apela justamente a eso, a recordar, estamos ‘saliendo de un conflicto pero sin poder salir’. Mi cine es la memoria de 40 años de guerra, de exclusión, del exterminio de los indígenas, de las comunidades negras, del movimiento de la mujer y ahora de los niños, porque la guerrilla ha terminado por atacarlos o incorporarlo incluso a ellos.
— ¿Ha sido fácil trabajar con regímenes políticos que apuestan a resolver un conflicto armado mediante el uso de la fuerza?
— Con el anterior presidente, Álvaro Uribe decía que todo intento de movilización era guerrilla y paramilitares, era un presidente que exigía resultados positivos, aunque fueran mentira, como cuanto mataban indígenas para presentarlos como guerrilleros. El actual mandatario, Juan Manuel Santos ahora tiene una actitud que en apariencia es distinta.
— ¿Alguna vez se ha sentido cansada del cine?
— No, no. Jamás. Porque el conflicto nunca termina. Acabo de hacer (el documental) Testigos de un etnocidio, que para mí era una especie de testamento a todo mi trabajo anterior. Me clavé cinco años para poder relatar todo lo que quería en este trabajo, para el que usé mis archivos de los últimos 50 años de grabaciones. En este trabajo dejo testimonio de cómo los indígenas han sido masacrados desde los años setenta, cuando hice mis primeros trabajos en el tema hasta 2008, cuando volví a sus territorios. Muchos líderes indígenas que aparecen filmados dieron su vida por la autonomía, por la lucha para preservar sus tradiciones. Mucha gente no sabe lo que le ha pasado a esa gente. Fumigaban sus comunidades con herbicidas para acabar con la hoja de coca, que es parte de su cultura. Al hacerles esto el territorio queda estéril, los niños se enferman. Es una guerra biológica contra las comunidades.
— Dijo que “Testigos de un etnocidio” era su testamento profesional, pero cambió de parecer, ¿por qué?
— Durante el proceso para la realización del documental fui al Caribe de Colombia y me contaron sobre los niños que son enrolados en la guerrilla y me di cuenta que había mucho qué hacer en ese tema. Los infantes no pueden estar en un conflicto bélico. ¿Hasta cuándo vamos a heredar esta guerra? Otro tema: tenemos cuatro millones de desplazados y Bogotá es una ciudad atestada de gente. Por ejemplo, yo no veo en Guadalajara gente con cartones que dicen ‘soy desplazado’, familias enteras pidiendo monedas. Hace 20 años no se veía en la capital de Colombia a indígenas mendigando, ellos eran felices en su tierra y la guerrilla los expulsó.
— ¿Ve un proceso de paz en el horizonte para Colombia?
— En mi país hay muchos odios. Llevamos 50 años de guerra, y mientras sigamos en la eterna venganza no vamos a ninguna parte. Justamente por eso estamos haciendo memoria de las víctimas de tantas masacres, que todas esas personas que murieron tengan rostros. Sólo así se llega a un diálogo y a una salida.
EL INFORMADOR / Juan Francisco González Rodriguez
Ejercicio de memoria
Sus documentales
Testigos de un etnocidio (2007-2011)
Soraya, amor no es olvido (2006)
Nunca más (1999 - 2001)
Una casa sola se vence (2003 - 2004)
La hoja sagrada (2001)
Los hijos del trueno (1994 - 1998)
Amapola: La flor maldita (1994 - 1998)
Memoria viva (1992 - 1993)
Nacer de nuevo (1986 - 1987)
Amor, mujeres y flores (1984 - 1989)
Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1974 - 1980)
La voz de los sobrevivientes (1980)
Campesinos (1970 - 1975)
Planas: Testimonio de un etnocidio (1971)
Chircales (1964 - 1971)
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