Deportes
Amor a la capitalina
Capitalinos y extraños coinciden en que llegar al Coloso de Santa Úrsula para ver a la Selección es toda una experiencia multitudinaria
GUADALAJARA, JALISCO (13/NOV/2015).- Bastó que la señora del asiento de atrás dijera "ya llegamos" para que automáticamente dejara de avanzar.
No es que se conozca al dedillo la geografía capitalina, pero sí da para entender que cuando estás en Cuautitlán Izcalli prácticamente has llegado al DF.
Pero este fue uno de esos días en que se cumplen esas leyendas de terror sobre el tráfico en la capital y un trayecto de cuarenta minutos se convirtió en uno de más de dos horas.
Había que buscar opciones pese a que google maps afirmaba que de la terminal norte al Estadio Azteca se hacía una hora con veinte minutos, tiempo suficiente para estar ahí.
La paranoia es enemiga de la comodidad. En metro, con cuatro transbordos, se hacían los mismos ochenta minutos de camino. "Pero al metro, nadie, ni el más monstruoso de los tráficos capitalinos, lo detienen", fue el consejo de la lógica.
Y así, apenas con la experiencia del transbordo en hora pico de la Línea 1 a la 2 del Tren Ligero de Guadalajara como lo más extremo en trasporte público jamás realizado, ya estábamos en el metro. capitalino.
Transbordo, primer error. En la capital es Correspondencia, y eso hay que aprenderlo rápido, sobre la marcha.
Segundo. No es que subas y bajes unas escaleras para el transbordo, perdón, la correspondencia. Las estaciones pueden ser tan grandes, enormes, que puedes montar una exposición sobre la evolución de las especies. No se te ocurra pensar que puedes caminar de una estación a otra como de Juárez a El Refugio, no. Acá las estaciones sí tienen una razón de ser.
Con más de 25 terminales de recorrido, no me iba a salvar de otra leyenda urbana. Y sí, sentí el amor, el calor capitalino en una, una estación del metro.
Después, la correspondencia -¿Ah, verdad?- del metro al Tren Ligero. El vagón lleno de camisas verdes me hicieron saber que había tenido éxito en el trazo de mi ruta en metro.
Ahí, en una masa que dejaba claro que no íbamos a caber todos, los capitalinos me volvieron a sorprender y echaron por tierra cualquier ley de la física. Yo sólo me puse flojito y el ímpetu de la gente me llevó hasta dentro del vagón.
Al fin, ochenta minutos después, ver al imponente Coloso de Santa Úrsula al subir un puente peatonal, me hizo saber que tanto amor valió la pena.
Mario Alberto Valdez/ Enviado
No es que se conozca al dedillo la geografía capitalina, pero sí da para entender que cuando estás en Cuautitlán Izcalli prácticamente has llegado al DF.
Pero este fue uno de esos días en que se cumplen esas leyendas de terror sobre el tráfico en la capital y un trayecto de cuarenta minutos se convirtió en uno de más de dos horas.
Había que buscar opciones pese a que google maps afirmaba que de la terminal norte al Estadio Azteca se hacía una hora con veinte minutos, tiempo suficiente para estar ahí.
La paranoia es enemiga de la comodidad. En metro, con cuatro transbordos, se hacían los mismos ochenta minutos de camino. "Pero al metro, nadie, ni el más monstruoso de los tráficos capitalinos, lo detienen", fue el consejo de la lógica.
Y así, apenas con la experiencia del transbordo en hora pico de la Línea 1 a la 2 del Tren Ligero de Guadalajara como lo más extremo en trasporte público jamás realizado, ya estábamos en el metro. capitalino.
Transbordo, primer error. En la capital es Correspondencia, y eso hay que aprenderlo rápido, sobre la marcha.
Segundo. No es que subas y bajes unas escaleras para el transbordo, perdón, la correspondencia. Las estaciones pueden ser tan grandes, enormes, que puedes montar una exposición sobre la evolución de las especies. No se te ocurra pensar que puedes caminar de una estación a otra como de Juárez a El Refugio, no. Acá las estaciones sí tienen una razón de ser.
Con más de 25 terminales de recorrido, no me iba a salvar de otra leyenda urbana. Y sí, sentí el amor, el calor capitalino en una, una estación del metro.
Después, la correspondencia -¿Ah, verdad?- del metro al Tren Ligero. El vagón lleno de camisas verdes me hicieron saber que había tenido éxito en el trazo de mi ruta en metro.
Ahí, en una masa que dejaba claro que no íbamos a caber todos, los capitalinos me volvieron a sorprender y echaron por tierra cualquier ley de la física. Yo sólo me puse flojito y el ímpetu de la gente me llevó hasta dentro del vagón.
Al fin, ochenta minutos después, ver al imponente Coloso de Santa Úrsula al subir un puente peatonal, me hizo saber que tanto amor valió la pena.
Mario Alberto Valdez/ Enviado