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* Messi

A propósito por Jaime García Elías

Messi juega al futbol con la inocencia de los niños. Se le entrevista poco, y cuando eso sucede, ahorra a los lectores de periódicos o a los teleoyentes de programas “especializados” la patética experiencia de oírlo repetir los fastidiosos lugares comunes de sus colegas.

Messi no da notas antes de los partidos. No hace suyas las acostumbradas tonterías acerca de la importancia del partido en puerta. No se suscribe a las sandeces y obviedades rutinarias sobre la preparación para el compromiso o el esfuerzo durante el mismo.

A Messi no hay que buscarlo en los periódicos antes del. A él hay que ponerle el ojo encima en el momento mismo en que rueda el balón. Hay que verlo desplazarse por la cancha. Hay que observar cómo estudia la zona en que puede entrar en contacto con la pelota y moverse mejor con ella cosida a los pies.

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Messi habla poco con sus compañeros, y mucho menos con los adversarios o con el árbitro. ¿Para qué?... Messi reserva sus energías para encontrar el sitio en que puede optar entre tocar el balón de primera, lo que es letal para el rival --Tom Docherty decía que “el pase es el arma más devastadora que existe en el futbol”--, o romper el esquema, salirse de la partitura y pronunciarse por la improvisación, por el monólogo, haciendo la fulgurante maniobra individual, zigzagueando vertiginosamente hacia el marco rival: algo que también es letal para el adversario... pero es, además, una fiesta para la tribuna y un regalo para el espectador.

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Messi está más allá de las comparaciones. Será más grande que Pelé o Maradona cuando tenga tantos títulos como ellos. Sin embargo, no juega como ninguno de ellos. Ni como Kaká. Ni como Ronaldinho. Ni como Zidane. Ni como Beckham. Ni como Platini. Ni como Cruyff. Ni como Di Stéfano. Ni como Beckenbauer...

Messi tampoco juega con la Selección Argentina como juega con el Barcelona. Sin embargo, nadie duda de que en el Mundial de Sudáfrica reeditará episodios como los que recientemente ha escrito con el Barsa.
Para los aficionados, es un sueño. Para los adversarios... una pesadilla.
Ellos saben que intentar detener a Messi, sin apelar al recurso innoble de la brutalidad, es como querer detener un colibrí con un marro, o como querer coger el haz de luz de una lámpara con unas pinzas de mecánico.

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