Deportes
* Mercenario
Se suponía que el tradicional “estira y afloja” entre el atacante argentino y la directiva del Atlas se desarrollaba en los términos tradicionales...
¡Y todavía hay quien se desgarra las vestiduras, y se cubre la cabeza de ceniza, y despotrica contra la “esclavitud” a que —según San Lucas— están sometidos los futbolistas profesionales...”.
Caso concreto: Bruno Marioni.
*
Hasta mediados de la semana, se suponía que el tradicional “estira y afloja” entre el atacante argentino y la directiva del Atlas se desarrollaba en los términos tradicionales: uno, a esgrimir sus argumentos y a exhibir los méritos realizados en la campaña más reciente para jalarle a la cobija hacia su lado; la otra, a defenderse como Dios le daba a entender, especialmente porque el interlocutor, en este caso, es una chucha cuerera en esos menesteres.
Contra lo que inicialmente se había publicado —el futbol es un negocio en que las “medias verdades” son la regla—, luego se supo que los dirigentes rojinegros le ofrecieron un incremento salarial, que cualquiera consideraría nada despreciable: 30% de aumento a un jugador cuya contribución fue significativa, en goles (7) y en todos los aspectos susceptibles de calibrarse en términos objetivos... pero sólo en la participación del equipo en la Copa Libertadores. En cambio, en la competencia doméstica su peso específico en la cancha fue sólo regularzona, y gracias: tres goles en la fase regular del Torneo de Clausura que está en su fase culminante... (con los rojinegros, como de ordinario, “como el chinito del cuento”).
Para decirlo más claro: si se considera que el rendimiento de Marioni declinó en la última campaña con respecto a la anterior, la directiva se pasó de generosa —para no ofender a nadie utilizando otro adjetivo— ofreciéndole un salario más alto.
*
El desenlace de la historia ya es del dominio público: después de haber hecho la llorona frente a los periodistas, afirmando, compungido, que la directiva no quiso ceder ni hacer ningún esfuerzo —lo cual, al parecer, es mentira— para facilitar su permanencia en la institución, Marioni movió pieza en otro tablero: se comprometió “en tres patadas” con el Pachuca: algo insostenible; algo que seguramente ya se cocinaba.
Marioni, en suma, jugó con dos cartas. Lo cual desdice de su seriedad, de su ética profesional y de su integridad como persona.
Salvo prueba en contrario, pues, se trata de un mercenario del futbol, a quien probablemente la vida algún día enseñe, con dolor, que “al que obra mal... se le pudre el traste”.
Caso concreto: Bruno Marioni.
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Hasta mediados de la semana, se suponía que el tradicional “estira y afloja” entre el atacante argentino y la directiva del Atlas se desarrollaba en los términos tradicionales: uno, a esgrimir sus argumentos y a exhibir los méritos realizados en la campaña más reciente para jalarle a la cobija hacia su lado; la otra, a defenderse como Dios le daba a entender, especialmente porque el interlocutor, en este caso, es una chucha cuerera en esos menesteres.
Contra lo que inicialmente se había publicado —el futbol es un negocio en que las “medias verdades” son la regla—, luego se supo que los dirigentes rojinegros le ofrecieron un incremento salarial, que cualquiera consideraría nada despreciable: 30% de aumento a un jugador cuya contribución fue significativa, en goles (7) y en todos los aspectos susceptibles de calibrarse en términos objetivos... pero sólo en la participación del equipo en la Copa Libertadores. En cambio, en la competencia doméstica su peso específico en la cancha fue sólo regularzona, y gracias: tres goles en la fase regular del Torneo de Clausura que está en su fase culminante... (con los rojinegros, como de ordinario, “como el chinito del cuento”).
Para decirlo más claro: si se considera que el rendimiento de Marioni declinó en la última campaña con respecto a la anterior, la directiva se pasó de generosa —para no ofender a nadie utilizando otro adjetivo— ofreciéndole un salario más alto.
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El desenlace de la historia ya es del dominio público: después de haber hecho la llorona frente a los periodistas, afirmando, compungido, que la directiva no quiso ceder ni hacer ningún esfuerzo —lo cual, al parecer, es mentira— para facilitar su permanencia en la institución, Marioni movió pieza en otro tablero: se comprometió “en tres patadas” con el Pachuca: algo insostenible; algo que seguramente ya se cocinaba.
Marioni, en suma, jugó con dos cartas. Lo cual desdice de su seriedad, de su ética profesional y de su integridad como persona.
Salvo prueba en contrario, pues, se trata de un mercenario del futbol, a quien probablemente la vida algún día enseñe, con dolor, que “al que obra mal... se le pudre el traste”.