Deportes
* Malinchismo
A propósito por Jaime García Elías
Ecos --cada vez más distantes, quizá, pero no por ello menos dignos de consideración-- de la jornada más reciente del Torneo Bicentenario: en contraste con la conquista del boleto para la “liguilla” por parte del Guadalajara, la virtual condena a Atlas y Estudiantes a quedarse “nomás milando”, a través de la ventana, sin opción siquiera a recoger las migajas que caen de la mesa de los ricos, a los felices participantes en la llamada “fiesta grande” del futbol mexicano.
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Por supuesto, hubiera sido ilusorio conceder a los dos equipos zapopanos el status de protagonistas del certamen. Por más que alguna de sus tareas mereciera, ocasionalmente, estrellita en la frente, ambos han sido --“fieles a su espejo diario”, diría López Velarde-- más “extras” que actores sobresalientes de la película en cuestión.
Ahora, a cuatro jornadas del cerrojazo de la etapa clasificatoria, uno y otro parecen resignados a que se cumpla en ellos la maldición de los mediocres (aquello de que “El que nace pa’ maceta, del corredor no pasa”)... y a ver como Guadalajara y Toluca, en un caso, y Santos Laguna, Cruz Azul y Pumas, en el otro, pasan, en sus respectivos grupos, del rango de los llamados, que son muchos, al de los escogidos, que son bastantes menos.
*
En el caso del Atlas, muy particularmente, limitarse a empatar, con las angustias que forman parte de su estilo, un partido (el del sábado con el Atlante) que tenía que haberse ganado, dejó virtualmente muertas y sepultadas sus esperanzas de conseguir la nota aprobatoria --aunque sea “de panzazo”--, que en México significa entrar a la “liguilla”.
Para la generalidad de los observadores, entre la crisis que la semana pasada se resolvió con el cese abrupto de cuatro jugadores --Zepeda, Méndez, Pérez y Trujillo-- y el mediocre resultado que le cortó las alas al equipo, hay una obvia relación de causa a efecto. Y hay, además, un síntoma inequívoco de que los dueños del juguete siguen casados con la idea de que su filosofía malinchista, consistente en poner su destino en manos de los extranjeros --técnico y jugadores--, por el simple hecho de serlo, algún día les dará los resultados apetecidos.
*
Hay que reconocerles un mérito: que son más pacientes y porfiados que el bíblico patriarca Job.
Ya llevan 59 años acumulando frustraciones... y aún no pierden la esperanza.
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Por supuesto, hubiera sido ilusorio conceder a los dos equipos zapopanos el status de protagonistas del certamen. Por más que alguna de sus tareas mereciera, ocasionalmente, estrellita en la frente, ambos han sido --“fieles a su espejo diario”, diría López Velarde-- más “extras” que actores sobresalientes de la película en cuestión.
Ahora, a cuatro jornadas del cerrojazo de la etapa clasificatoria, uno y otro parecen resignados a que se cumpla en ellos la maldición de los mediocres (aquello de que “El que nace pa’ maceta, del corredor no pasa”)... y a ver como Guadalajara y Toluca, en un caso, y Santos Laguna, Cruz Azul y Pumas, en el otro, pasan, en sus respectivos grupos, del rango de los llamados, que son muchos, al de los escogidos, que son bastantes menos.
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En el caso del Atlas, muy particularmente, limitarse a empatar, con las angustias que forman parte de su estilo, un partido (el del sábado con el Atlante) que tenía que haberse ganado, dejó virtualmente muertas y sepultadas sus esperanzas de conseguir la nota aprobatoria --aunque sea “de panzazo”--, que en México significa entrar a la “liguilla”.
Para la generalidad de los observadores, entre la crisis que la semana pasada se resolvió con el cese abrupto de cuatro jugadores --Zepeda, Méndez, Pérez y Trujillo-- y el mediocre resultado que le cortó las alas al equipo, hay una obvia relación de causa a efecto. Y hay, además, un síntoma inequívoco de que los dueños del juguete siguen casados con la idea de que su filosofía malinchista, consistente en poner su destino en manos de los extranjeros --técnico y jugadores--, por el simple hecho de serlo, algún día les dará los resultados apetecidos.
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Hay que reconocerles un mérito: que son más pacientes y porfiados que el bíblico patriarca Job.
Ya llevan 59 años acumulando frustraciones... y aún no pierden la esperanza.