Deportes
* Descenso
A propósito por Jaime García Elías
Después de todo, es la ley de la vida...
Así como ascendió en la primera parte de su carrera, del Atlas al Mónaco y de ahí al Barcelona donde tocó, literalmente, la gloria con las manos, Rafael Márquez aprende ahora, en los hechos, que cuando se llega a la cima, el siguiente paso, necesariamente, es para iniciar el descenso.
*
Son valores entendidos: un día se formaliza la decisión, tomada “de común acuerdo”, de poner punto final a la relación contractual del jugador mexicano con el Barcelona que el año pasado se consagró “campeón de todo” al conquistar todas las competencias en que participó; se anuncia el rompimiento, de la manera más tersa y civilizada posible; mientras resuenan los ecos de la declaración de amor eterno (por cierto, Oscar Wilde sostenía que “la diferencia entre una aventura fugaz y un amor para toda la vida estriba en que aquélla suele ser más duradera”) de que “seré culé toda la vida”, se abre un compás de espera: un compás de espera que se cierra, en el caso, 48 horas después, con el anuncio de que el amor eterno que comenzó a marchitarse a medida que el físico de Rafa comenzaba a pagar tributo a los años --lo que fue evidenciado por las lesiones, cada vez más frecuentes--, la vida futbolística aún le alcanzó para un nuevo romance...
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Como en los viejos tiempos, cuando los equipos estadounidenses nutrían sus planteles con jugadores que habían alcanzado el estrellato (el Cosmos de los Pelé, Chinaglia, Romerito y compañía...) y que podían servirle, en el peor de los casos, de imanes de taquilla, el Red Bull de Nueva York --heredero de las glorias del Cosmos, precisamente-- incorpora a sus filas a dos “ex” del Barcelona: Thierry Henry, y ahora Rafa Márquez.
El futbol estadounidense tiene, por la vía de los patrocinios, los recursos económicos que le permiten convertirse en reedición del mítico Cementerio de los Elefantes: allá van a dar los jugadores a los que quedan el nombre y la clase... pero ya no las condiciones físicas necesarias para responder a las exigencias que se tienen en los mejores clubes del mundo.
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Por lo demás, nada tiene de reprobable, y sí todo lo contrario, el que jugadores que podrían vegetar, quedándose en la banca de los grandes equipos, prefieran seguirse ganando los dólares... en la cancha.
Así como ascendió en la primera parte de su carrera, del Atlas al Mónaco y de ahí al Barcelona donde tocó, literalmente, la gloria con las manos, Rafael Márquez aprende ahora, en los hechos, que cuando se llega a la cima, el siguiente paso, necesariamente, es para iniciar el descenso.
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Son valores entendidos: un día se formaliza la decisión, tomada “de común acuerdo”, de poner punto final a la relación contractual del jugador mexicano con el Barcelona que el año pasado se consagró “campeón de todo” al conquistar todas las competencias en que participó; se anuncia el rompimiento, de la manera más tersa y civilizada posible; mientras resuenan los ecos de la declaración de amor eterno (por cierto, Oscar Wilde sostenía que “la diferencia entre una aventura fugaz y un amor para toda la vida estriba en que aquélla suele ser más duradera”) de que “seré culé toda la vida”, se abre un compás de espera: un compás de espera que se cierra, en el caso, 48 horas después, con el anuncio de que el amor eterno que comenzó a marchitarse a medida que el físico de Rafa comenzaba a pagar tributo a los años --lo que fue evidenciado por las lesiones, cada vez más frecuentes--, la vida futbolística aún le alcanzó para un nuevo romance...
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Como en los viejos tiempos, cuando los equipos estadounidenses nutrían sus planteles con jugadores que habían alcanzado el estrellato (el Cosmos de los Pelé, Chinaglia, Romerito y compañía...) y que podían servirle, en el peor de los casos, de imanes de taquilla, el Red Bull de Nueva York --heredero de las glorias del Cosmos, precisamente-- incorpora a sus filas a dos “ex” del Barcelona: Thierry Henry, y ahora Rafa Márquez.
El futbol estadounidense tiene, por la vía de los patrocinios, los recursos económicos que le permiten convertirse en reedición del mítico Cementerio de los Elefantes: allá van a dar los jugadores a los que quedan el nombre y la clase... pero ya no las condiciones físicas necesarias para responder a las exigencias que se tienen en los mejores clubes del mundo.
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Por lo demás, nada tiene de reprobable, y sí todo lo contrario, el que jugadores que podrían vegetar, quedándose en la banca de los grandes equipos, prefieran seguirse ganando los dólares... en la cancha.