Deportes
* Consejitos
A propósito, por Jaime García Elías
Porque así se acostumbra hacerlo en los países civilizados, una de las primeras providencias que tomó Sven Goran Eriksson al asumir formalmente el cargo de técnico nacional, fue dialogar con algunos de sus antecesores en el cargo...
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En teoría, no tendría por qué ser de otra manera. Al margen de la frustración que pudieran almacenar en su pecho Hugo Sánchez, Ricardo La Volpe, Manuel Lapuente, Enrique Meza, Bora Milutinovic, Miguel Mejía Barón y algunos más de quienes ya tuvieron el agridulce privilegio de dirigir a la Selección Nacional, se supone que todos ellos tienen la calidad humana necesaria para compartir con el actual responsable algunas de sus experiencias, máxime si se trata --como es el caso-- de un técnico recién desempacado en el país.
Más allá de amarguras u otros sentimientos innobles, cualquiera pensaría que ninguno de los “ex” sería tan canalla como para desear, en su fuero interno, que Eriksson fracase. Después de todo, la historia demuestra que el fracaso de cualquiera que desempeñe el cargo de técnico nacional, implica un descalabro para el futbol mexicano --en el caso--... y una sucesión de amarguras para los devotos de esa religión politeísta. Esto es especialmente cierto en países como México, en los que --como escribía Armando Nogueira-- “el aficionado busca en los estadios, el domingo, la victoria que la vida le niega el resto de la semana”.
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Observaciones acerca de tal o cual jugador; consejos derivados de las experiencias vividas en carne propia, para que el recién llegado no se tropiece con las piedras en que ya tropezaron otros; recomendaciones --como la de Ricardo La Volpe, por ejemplo--, de poner oídos sordos, sistemáticamente, ante las necedades que, en efecto, en México, no tanto por construir cuanto por vender periódicos, se disparan alegremente en los medios de comunicación (“mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa...”), le vienen mejor al recién llegado, a fin de que desde ahora disponga el ánimo para las situaciones difíciles que casi seguramente le tocará vivir, que dispararle tangencialmente, a través de los medios --ni siquiera de frente--, en nombre del resentimiento y de la envidia (definida como el dolor por la felicidad ajena), el augurio de que el corolario de su aventura será el fracaso.
Eso no es de deportistas. Eso no es de caballeros...
En una palabra: eso no es de hombres.
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En teoría, no tendría por qué ser de otra manera. Al margen de la frustración que pudieran almacenar en su pecho Hugo Sánchez, Ricardo La Volpe, Manuel Lapuente, Enrique Meza, Bora Milutinovic, Miguel Mejía Barón y algunos más de quienes ya tuvieron el agridulce privilegio de dirigir a la Selección Nacional, se supone que todos ellos tienen la calidad humana necesaria para compartir con el actual responsable algunas de sus experiencias, máxime si se trata --como es el caso-- de un técnico recién desempacado en el país.
Más allá de amarguras u otros sentimientos innobles, cualquiera pensaría que ninguno de los “ex” sería tan canalla como para desear, en su fuero interno, que Eriksson fracase. Después de todo, la historia demuestra que el fracaso de cualquiera que desempeñe el cargo de técnico nacional, implica un descalabro para el futbol mexicano --en el caso--... y una sucesión de amarguras para los devotos de esa religión politeísta. Esto es especialmente cierto en países como México, en los que --como escribía Armando Nogueira-- “el aficionado busca en los estadios, el domingo, la victoria que la vida le niega el resto de la semana”.
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Observaciones acerca de tal o cual jugador; consejos derivados de las experiencias vividas en carne propia, para que el recién llegado no se tropiece con las piedras en que ya tropezaron otros; recomendaciones --como la de Ricardo La Volpe, por ejemplo--, de poner oídos sordos, sistemáticamente, ante las necedades que, en efecto, en México, no tanto por construir cuanto por vender periódicos, se disparan alegremente en los medios de comunicación (“mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa...”), le vienen mejor al recién llegado, a fin de que desde ahora disponga el ánimo para las situaciones difíciles que casi seguramente le tocará vivir, que dispararle tangencialmente, a través de los medios --ni siquiera de frente--, en nombre del resentimiento y de la envidia (definida como el dolor por la felicidad ajena), el augurio de que el corolario de su aventura será el fracaso.
Eso no es de deportistas. Eso no es de caballeros...
En una palabra: eso no es de hombres.