Deportes

* Banderas prestadas

A propósito por Jaime García Elías

Muchos aficionados mexicanos festejaron como propia la coronación de España en el Mundial de Sudáfrica. Muy en su derecho...

Lo mismo sucedió con las conquistas de Brasil, Italia, Francia o Argentina en ediciones pasadas de la Copa del Mundo. En 1970, en el primer Mundial mexicano, por ejemplo, Guadalajara se identificó mucho más --es la verdad--, sin punto de comparación, con Brasil que con México. (La hipótesis no pasa de ser un mero ejercicio dialéctico, pero si México y Brasil hubieran sido los finalistas en ese Mundial, es probable que las mayorías, en Guadalajara, hubieran “torcido”... a favor de Brasil).

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La hipótesis, en ese caso, hubiera merecido sesudos análisis. Se hubiera hablado de profundos resentimientos históricos: los mismos que explican, desde cierta perspectiva, por qué la participación de Jalisco en los grandes episodios nacionales --la Independencia, la Revolución...-- fue, por decirlo amablemente, tan discreta.

En el caso del futbol, es probable que ese fenómeno se haya diluido un tanto entre los jóvenes. Los medios de comunicación, y muy particularmente la televisión, parecen haber homogeneizado conductas y apetencias. Si en Guadalajara ya hay legiones de simpatizantes del América --algo impensable en las generaciones pretéritas--, por ejemplo, nada tiene de sensacional que los tapatíos sucumban, en masa, ante el bombardeo mediático... y más si, como sucedió en el Mundial que acaba de concluir en Sudáfrica, una de las piezas de artillería más utilizadas por los medios fue la simpatía generalizada por un jugador al que, ante el más que evidente ocaso de Cuauhtémoc Blanco, se quiso convertir en el jugador emblema del “Tri”: el “Chicharito” Hernández; (un tapatío por los cuatro costados, en efecto).

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En el caso de la simpatía por España, un poco cuando México ya había quedado al margen y un mucho en la final, se comprende la predilección por los peninsulares: nos identifica el idioma; descendemos de españoles; podemos, por tanto, enterrar temporalmente las hachas de guerra, cerrar un ojo ante el nacionalismo a ultranza... y reservar para mejor ocasión el tradicional “¡Viva México, mueran los gachupines...!”.

Alguien, quizá, querrá imputarnos que andamos por la vida con banderas prestadas; pero, después de todo, si a veces tomamos las de los “Steelers” o los “Brewers”, verbigracia, ¿qué tiene de censurable que ahora enarbolemos las de “La Furia” --que nos son mucho más familiares-- como si fueran nuestras...?

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