Deportes
* “Ayer, maravilla...”
A propósito por Jaime García Elías
Sería necio pretender que del resultado del “Clásico” sabatino en el Estadio Jalisco se concluye que el Guadalajara se limitará a ser “extra” en la “Liguilla”, y que el Atlas, en cambio, si en la próxima jornada asegura el boleto, sí que será protagonista del verdadero campeonato...
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En todo caso, a partir de que el resultado fue justo, de que no hubo imponderables a partir de los cuales pretender que el 2-0 con que se escribió la historia fue un accidente del futbol, y a partir, incluso, de que los guarismos pudieron ser más desahogados a favor del Atlas, pueden sacarse otras conclusiones:
1.- Con los seleccionados (Michel, Magallón, Bautista, Medina y el “Chicharito”), el Guadalajara era luz. Sin ellos, es sombra... Los que recibieron, supuestamente, el espaldarazo para ser titulares en las presentes circunstancias, ya demostraron que no dan el kilo. El sábado, por ejemplo, fue patético: aunque tuvieron la posesión de la pelota, evidenciaron que carecen de lo básico para llevarla a buen destino: calidad, talento, habilidad, ideas colectivas...
2.- Con los extranjeros (Barbosa, Fuentes, Botinelli, Vargas...) nuevamente borrados de la alineación, el Atlas ratificó que ninguno de los sudamericanos merece, a plenitud, la etiqueta de refuerzo: el equipo juega igual o mejor sin ellos que con ellos... y lucha más. Incluso con un hombre menos —a partir de la expulsión de Jiménez, a los 36 minutos de juego— sobre la cancha, fue un cuadro que contó con la enjundia y el orden que le permitieron defenderse y atacar mejor que el adversario.
3.- Y así como los extranjeros del Atlas quedaron exhibidos como jugadores del montón, que no hacen diferencia, a los que no se extraña en la cancha, Omar Bravo quedó exhibido con el Guadalajara como triste sombra del que fue antes de su malhadada aventura europea. Campeón goleador, seleccionado nacional, titular e ídolo indiscutible antaño, si su propio técnico lo margina del primer equipo y ni siquiera lo mete a jugar cuando el equipo tiene la obligación de atacar, porque está perdiendo, y servida en bandeja la posibilidad de ponerlo, porque tiene un hombre más que el rival sobre la cancha, sólo puede ser porque el hombre que lo conoce, al menos en teoría, mejor que nadie, carece de elementos de juicio para confiar en él.
(Como decían las viejas coplas: “Ayer maravilla fui, Llorona..., y ahora ni sombra soy”).
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En todo caso, a partir de que el resultado fue justo, de que no hubo imponderables a partir de los cuales pretender que el 2-0 con que se escribió la historia fue un accidente del futbol, y a partir, incluso, de que los guarismos pudieron ser más desahogados a favor del Atlas, pueden sacarse otras conclusiones:
1.- Con los seleccionados (Michel, Magallón, Bautista, Medina y el “Chicharito”), el Guadalajara era luz. Sin ellos, es sombra... Los que recibieron, supuestamente, el espaldarazo para ser titulares en las presentes circunstancias, ya demostraron que no dan el kilo. El sábado, por ejemplo, fue patético: aunque tuvieron la posesión de la pelota, evidenciaron que carecen de lo básico para llevarla a buen destino: calidad, talento, habilidad, ideas colectivas...
2.- Con los extranjeros (Barbosa, Fuentes, Botinelli, Vargas...) nuevamente borrados de la alineación, el Atlas ratificó que ninguno de los sudamericanos merece, a plenitud, la etiqueta de refuerzo: el equipo juega igual o mejor sin ellos que con ellos... y lucha más. Incluso con un hombre menos —a partir de la expulsión de Jiménez, a los 36 minutos de juego— sobre la cancha, fue un cuadro que contó con la enjundia y el orden que le permitieron defenderse y atacar mejor que el adversario.
3.- Y así como los extranjeros del Atlas quedaron exhibidos como jugadores del montón, que no hacen diferencia, a los que no se extraña en la cancha, Omar Bravo quedó exhibido con el Guadalajara como triste sombra del que fue antes de su malhadada aventura europea. Campeón goleador, seleccionado nacional, titular e ídolo indiscutible antaño, si su propio técnico lo margina del primer equipo y ni siquiera lo mete a jugar cuando el equipo tiene la obligación de atacar, porque está perdiendo, y servida en bandeja la posibilidad de ponerlo, porque tiene un hombre más que el rival sobre la cancha, sólo puede ser porque el hombre que lo conoce, al menos en teoría, mejor que nadie, carece de elementos de juicio para confiar en él.
(Como decían las viejas coplas: “Ayer maravilla fui, Llorona..., y ahora ni sombra soy”).