Deportes

* “Asegunes”

A propósito por Jaime García Elías

Si la designación del ganador del Premio Nacional del Deporte se hiciera por cualquier mecanismo de democracia directa --el plebiscito, por ejemplo--, es probable que la distinción fuera... para Cuauhtémoc Blanco.
Se comprende: aunque hay deportistas mexicanos --marchistas, boxeadores, taekwondoínes, golfistas, tritones, basquetbolistas...-- que en el curso del año han logrado victorias y conseguido títulos en el terreno internacional, Blanco tiene la ventaja de moverse en el más popular de los deportes, por una parte. Y tiene, por la otra, el argumento de haber contribuido, de manera significativa, a que la Selección Nacional saliera de los niveles de mediocridad --o menos-- en que se mantuvo durante la primera parte del hexagonal de la Concacaf, para conquistar (digamos, a beneficio de inventario, que “a tambor batiente”) el pase para el Mundial de Sudáfrica-2010.

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En el aspecto emotivo, pues, no hay duda: si la distinción se diera a favor del “Hijo Pródigo” del “Tri” (por aquello de su retiro, en la parte final de la breve y malhadada “era” de Sven-Goran Eriksson, cuando se adujo que el “divorcio” obedecía, ante todo, a su escasa disposición para la disciplina en las concentraciones que exigía el técnico sueco, y su ulterior retractación en la de Javier Aguirre), Cuauhtémoc estaría recibiendo la consagración oficial como el salvador de la patria. Sólo faltaría que en las plazas públicas se erigieran, en su homenaje, estatuas ecuestres con su efigie.
Habría, sin embargo, un margen considerable para los inevitables “asegunes”...

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Las conquistas que han realizado varios de los más de veinte deportistas mexicanos que suenan, hoy por hoy, como candidatos al premio de referencia (la basquetbolista Emma de la Cruz, la nadadora Laura Vaca, el golfista Rafael Alarcón, el marchista Éder Sánchez, el boxeador Óscar Valdez, el taekwondoín José Luis Onofre, el beisbolista Adrián González...), alcanzan, como ya se apuntó, dimensiones de proeza, en la medida que tales logros se consiguieron en competencias internacionales y en disciplinas en que México dista mucho de contarse entre las potencias. La obtención del pase para el Mundial, en cambio, dados los antecedentes históricos y dado que la zona norte, centroamericana y del Caribe está inscrita, con todos los honores, en el Tercer Mundo del Futbol, se antojaba como una obligación --o punto menos-- del representativo mexicano.

¿Es lícito premiar lo que era casi una obligación conseguir?...
“That is the question”, diría Hamlet.

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