Lunes, 16 de Junio 2025
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Yuan Tsan y los viejos papeles del budismo

Por: Cristóbal Durán

Por: EL INFORMADOR

El viajero que hoy invitamos a que nos cuente sus aventuras, es el chino Chen Wei, mejor conocido con el nombre búdico de Yuan-Tsan (Xuanzang), nacido hacia el año 600 de esta era, en Ho-shi, la actual Yen-se, en la provincia de Honan. Este asombroso hombre fue invitado por su segundo hermano a unirse al culto budista. Los problemas de gobierno dinásticos hicieron a los hermanos retirarse a otros lugares donde pudieran dedicarse de mejor manera al estudio espiritual. Se fueron entonces a la provincia de Sze-chuan, hacia China central.  

Después del triunfo de la dinastía T’ang, y el renacimiento de la paz, Yuan-Tsan se dirigió a Chang-han, hacia el norte, lugar que era llamado “Mar humano” debido a que ahí se reunían personas de distintas religiones y razas. Yuan buscaba a sus hermanos budistas para continuar su preparación como monje. Luego de semanas de recorrer las llanuras, en Chang-han tuvo largas discusiones con sus maestros y compañeros sobre temas filosóficos. Y dicen los expertos en historia del budismo: éste permaneció sus primeros 200 años como tradición oral, lo que provocó el origen de diferentes corrientes budistas (nikayas) que tenían distintas interpretaciones de los preceptos de Siddhartha Gautama Buda, esto propiciado también por el hecho de que Buda, tras haber logrado en vida miles de seguidores, no dejó a un sucesor de su filosofía.

Lo que Yuan notó fue precisamente que no se conocían muchos de los textos budistas que existían en la India, por lo que en las discusiones con sus condiscípulos y maestros, “a falta de textos originales”, muchos puntos quedaban oscuros. Entonces decidió emprender un largo viaje hacia la tierra del Buda para traer los textos sagrados.

Tenía 29 años cuando partió en busca de la antigua palabra sacra. Lo acompañó el monje Shao-ta, de la actual ciudad de Tienchui, en la provincia norteña de Kansu.

Siguieron hacia Teng-wan, rumbo al Oeste, donde se le unió She-pan-to, quien le regaló un caballo, aunque en poco tiempo le abandonó debido a lo arriesgado del viaje. Ahora venía lo más complicado del viaje antes de llegar a la India: atravesar el amenazante desierto de Gobi. Pasó por poblados en los que el paso de algunas fronteras fue verdaderamente difícil.

Cuentan sus biógrafos que se perdió y anduvo errante durante varias semanas: “incapaz de orientarse, fue errante, sufrió hambre y sed” por el desierto hasta que por fin logró salir de él. Siguió rumbo al estado Koacham, donde fue bien atendido con comida y vestido por orden del gobernante. Después de atravesar el río Kai-tu, su biografía presenta una extensa laguna, hasta que aparece en el templo de Naranda, en el Margit-ti, en la India central.

Estudió las corrientes budistas mahayana y hinayana, practicó yoga y organizó un “gran coloquio religioso” que reunió durante dieciocho días a varios reyes y más de tres mil monjes budistas, brahmanes y de otros grupos religiosos. Yuan fue el centro de esta reunión y “respondió juiciosamente a todas las preguntas que le fueron formuladas.” Terminado el coloquio, rechazó cientos de regalos materiales que le hicieron y prefirió viajar y visitar infinidad de lugares sagrados como las grutas de Bamiyán, Afganistán,  (la de los Budas gigantes que el talibán trató de destruir en 2001) y, por supuesto, el lugar donde nació Siddhartha.

Nada se sabe de su viaje de regreso, pero debió haber sido mucho más fácil ante la fama y respeto que había logrado. Lo cierto es que hacia el año 645 ya estaba de regreso en Chang-han, luego de 17 años de ausencia. Traía consigo más de 650 obras hindúes. Durante los siguientes 20 años se entregó a la titánica tarea de traducir estos documentos, de lo que resultó una obra de 73 libros en 1330 volúmenes. El budismo en China, entonces, tuvo una importante y necesaria renovación luego de la labor de Yuan, pues se trataba de obras que por primera vez eran traducidas al chino, lo cual fue oro molido para los seguidores de Gautama.

También escribió una impresionante relación de su viaje, misma que ofreció al emperador Tai-Tsun. Yuan fue elogiado por su travesía y su aportación al budismo chino; murió hacia el año 664, poco después de haber detallado su obra capital: los nueve libros sagrados búdicos. Su muerte fue llorada con profundo dolor y dicen las crónicas que más de un millón de personas asistieron a sus funerales. El rey Lin-Teh expresó: “he perdido mi tesoro nacional,” aunque en realidad, millones de budistas lo ganaron para sus corazones.

Cristóbal Durán
ollin5@hotmail.com

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