Martes, 24 de Junio 2025
Suplementos | Vicente García Remus

Veredas

Salina San Buenaventura

Por: EL INFORMADOR

Entre la Floreña y Cualata se encuentra el poblado de San Buenaventura y a un costado, con dirección a la laguna, se localiza la interesante y ancestral salina de similar nombre.

Del maravilloso mirador Tepalcates regresamos a Cuyutlán por la carretera libre, pasando el puente Las Adjuntas, del arroyo El Zacate, el camino fue serpenteando y bordeando el cerro La Calera y la laguna Cuyutlán. Pasando San Buenaventura entramos a la atractiva salina de igual nombre.

Juan Carlos Reyes, nos dice en su libro “Sal”, el oro blanco de Colima: “desde el siglo XVI se ha beneficiado sal en las riberas de la laguna de Cuyutlán y las de sus islas temporales, y en la actualidad las únicas salinas colimenses en explotación están en ella. Caleta de Campos, Potrero Peña Blanca, Cacaluta, Salsipuedes, San Buenaventura, Cualatilla, Cualata, Santa Rita, Mina de Oro, El Zorrillo, Los Reyes, Vena Negra, Rincón del Diablo, Chocohuiztles, El Ciruelo, Estero Blanco, Los Ramos, Presidio, Acevedo, Pilastrones, La Isla, Canoa Verde, La Cruz, La Ponce, Los Órganos, Palo y Palito Verde, y por supuesto Cuyutlán, son sólo algunos de sus parajes donde han existido pozos de hacer sal”.

Entramos llenos de curiosidad a la salina en cuestión, un sendero nos condujo al caserío de los salineros, conformado por cinco casas y unas trojes, las casas alrededor de un patio grande con tres árboles, casas con tapias de ladrillo y cubiertas por enramadas de hojas de palma a dos aguas, sobre fajillas, morillos y caballete, unos cuartos fueron separados por una terraza y a otros se les adoso, sin faltar en ellas frescas y arrulladoras hamacas. En unos muros había recargadas unas bicicletas, listas par ir a Cualata, a San Buenaventura o a Costa Rica por algún faltante o simplemente ir a la querencia por cierto tiempo, para luego volver a la faena de la sal. Asoleaderos de sal abrazaban el caserío, animando el sitio con esos cristales blancos y brillantes.

En 1857, Mathieu de Fossey escribió: “Tan pronto como los últimos rayos del crepúsculo se han extinguido, los trabajadores regresan a descansar en sus hamacas o sobre sus esteras; algunos se pasean por las calles, haciendo resonar las cuerdas estridentes de sus jaranas”. Y para 1861, Juan Ignacio Matute expresó: “La zafra de la sal y la cosecha del coquito de aceite duran cuatro o cinco meses, entonces entran a la vida las poblaciones de Cuyutlán, Cualata, Cualatilla y Cuyutlancillo, se forman entonces las ramadas”.

Del lado sureste del caserío vimos una cruz blanca, mirando a la vibrante laguna. Cada salina tiene su cruz, puesto que los salineros veneran la Santa Cruz. Caco Ceballos puso en tinta: “Los pozos de los salineros estaban todos adornados con la cruz en el lugar preferente y las misas en la capilla eran ofrecidas por los principales vecinos, mientras la solemne misa era dedicada a todo el pueblo. Para coronar el día de festejos, un hermoso castillo era encendido en las salinas o en la playa ante la admiración del público y los gritos de la gente se escuchaban cuando los buscapiés se metían entre las enaguas de las mujeres y los muchacho trataban de sacarlos”. 

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