Miércoles, 15 de Octubre 2025
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Urnas necias

Existen muchas quejas de los ciudadanos hacia los partidos políticos y esto significa inseguridad

Por: EL INFORMADOR

Hoy un porcentaje muy importante de los habitantes del país irá a las casillas y votará o anulará su voto. EL INFORMADOR / F. Atilano

Hoy un porcentaje muy importante de los habitantes del país irá a las casillas y votará o anulará su voto. EL INFORMADOR / F. Atilano

GUADALAJARA, JALISCO (07/JUN/2015).- Hoy, si no es que la gente se queda hipnotizada mirando el México-Brasil en la tele, tenemos  elecciones federales y locales y un porcentaje muy importante de los habitantes del país irá a las casillas y votará (un servidor entre ellos). Otro porcentaje nada despreciable se quedará en su casa o se irá de paseo sin acordarse de sufragar, como ha sucedido puntualmente desde que existen las elecciones. Y, al menos si hay que hacer caso a las redes sociales, otra buena rebanada de población irá a las urnas, sí, pero para anular su voto y enviar, con ello, un mensaje a todos los partidos políticos: no me tienen tan contento, petimetres.

Hay muchas quejas, generalmente muy razonables, de los ciudadanos hacia los partidos y el sistema político, que pueden resumirse en una línea: estamos en la lona, pobres e inseguros, mientras los políticos se enriquecen, pactan con el diablo si es necesario y no hacen nada en nuestro beneficio. Por otro lado, lo cierto es que nuestra conciencia cívica como sociedad también es un desastre. Son absoluta minoría los ciudadanos que se toman la molestia de informarse en qué distrito viven, quién rayos son los candidatos que aspiran a “representarlos”, qué cosas proponen y qué tan posible es que las cumplan (sobran los candidatos a diputado local, por ejemplo, que prometen bajar impuestos, cuando la inmensa mayoría y la parte del león de lo que se puede definir así le corresponde discutirlo y cobrarlo a la federación).

Claro: el sistema político mexicano está tan en quiebra que lo que uno suele descubrir cuando examina la trayectoria de los aspirantes de su distrito o municipio es que han pasado como fantasmones por el presupuesto durante 30 años o, peor aún, que son el cuñado tonto de uno que lleva en el presupuesto esos tres decenios sin parpadear. Claro que siempre hay casos peores e irremediables, como el de los payasitos de televisión…

La realidad es que los partidos permanecen sordos a la evidente inconformidad por su desempeño directo y el de sus acólitos que llegan a puestos públicos. A medida que sus diferencias ideológicas se borraban (todo mundo, a partir de los noventa, comenzó a hablar con orgullo de la necesidad de ser pragmático, empezando por los articulistas profesionales) y su habilidad para hacer negocitos aumentaba, la credibilidad de los partidos, a diestra y siniestra, colapsó.

Entre el 2000 y el 2012 hubo alternancia en el poder federal, pero no sirvió para gran cosa. Los nuevos se volvieron indistinguibles de los viejos y los viejos persistieron en sus mañas. En esos años tuvimos ingresos petroleros extraordinarios que podrían haber disparado un crecimiento económico sin precedente y todo se fue por el caño. Ahora, en años de vacas flacas petroleras, lo que queda es una larga lista de agravios ciudadanos con respecto a la clase política.

Y, sin embargo, millones de personas persistimos en votar. Quizá por masoquismo. Quizá porque no se ven en el horizonte demasiadas alternativas razonables al sistema democrático representativo en el que vivimos. ¿O sí? La inmensa mayoría de los aspirantes, me temo, sea cual sea su color, no hizo sino repetir el curso ya sabido.

Hoy, al votar, anular o abstenerse, debe quedar claro que hace falta hacer algo más allá de elecciones si queremos levantarnos de la lona.

Tapatío

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