Domingo, 12 de Octubre 2025
Suplementos | Un tesoro natural que se encuentra muy cerca de la Zona Metropolitana de Guadalajara

Una bella cascada en el Río Verde

Un tesoro natural que se encuentra muy cerca de la Zona Metropolitana de Guadalajara

Por: EL INFORMADOR

Cascada. Roja de Sol y de humedad, entre rocas muy grandes y enlamadas. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

Cascada. Roja de Sol y de humedad, entre rocas muy grandes y enlamadas. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera

GUADALAJARA, JALISCO (13/MAR/2016).- La camioneta —una pickup 4x4— se resbalaba en el lodo sin control. Los que íbamos en la cajuela veíamos acercarse y alejarse el precipicio como si se tratara de un tapete vertical, que alguien jalaba para distintos lados bromeando con nuestras —hasta ese momento— altivas personalidades de exploradores consumados.

La bruma del amanecer, acurrucada todavía entre las cañadas hacía más asustosa la situación.

Las mochilas rodaban en el piso como si del susto se quisieran esconder entre nuestras piernas.

Aunque fingía valor y temeridad, los ojos del piloto parecían salirse de órbita al voltear al precipicio.

De unos cinco centímetros de espesor era el chicle lodoso que traíamos en las botas, mientras nos  resbalábamos por la vereda que había sido, no digo labrada sino arañada, en el cantil casi vertical de la barrancona que por siglos ha cavado el Río Verde, aquí al Oriente de Guadalajara.

Sabia decisión fue continuar nuestro camino a pie, y dejar la famosa pickup en un recodo de la brecha. Coincidentemente era el mismo lugar en donde unos ilusos trataban de ¡subir! a empujones por el lodazal, un vetusto Chevrolet, que exhausto echaba bufidos estentóreos a cada intento del infructuoso ascenso.

Todo iba más o menos bien mientras caminábamos por la brecha a pie y tambaleantes, con nuestra capa de lodo en cada bota, hasta que a nuestro guía se le ocurrió cortar camino por una veredita que bajaba casi vertical entre la maleza.

La vereda aquella se convirtió en tobogán y las pompas en un deslizador, mientras tratábamos de alcanzar a las mochilas que rodaban cuesta abajo por el monte.

Pero como no hay mal que por bien no venga… debemos que admitir que el tiempo de recorrido se redujo, y la caminata —ya por lo planito— fue más que placentera.

La excursión a la cascada es digna de todo un suceso. Túneles estrechos de arbustos; enredaderas que cuelgan de los arbolones adornados con exóticas bromelias coloradas; flores amarillas que cuelgan con desenfado entre las grandes hojas peludas que son la “marca de agua” del recorrido.

 Abajo, el lodo ya había desaparecido y el camino, ahora pedregoso, dejaba crecer a sus lados a las tempranillas rosas, las estrellitas de San Juan, amapolitas amarillas, y unas florecitas chiquititas que salen en puñitos de hasta tres colores, que no se como se llaman. Piedras, flores, plantas y olores. Disfrutábamos a cada paso.

Saltando charcos y cruzando arroyos, llegamos —casi sin darnos cuenta— al pie de la cascada que se oculta, roja de Sol y de humedad, entre rocas muy grandes y enlamadas, junto a la maleza tropical que parece gozar del torrente que a carcajadas se despeña del acantilado.

Permanecer ahí por un buen rato, no se si sea mejor para el cuerpo o para el alma. Dicen que los iones desprendidos del agua rebotada… Dicen que los olores de las hierbas… Dicen que los fantasmas de la bruma de la cascada… Dicen que los gnomos en los hongos… ¿Será?

Lo que sí… es que el estar en aquel estruendo  ensordecedor, bañado por el rocío, envuelto por el olor a hierba, a tierra mojada, a musgo y a humedad.  Voltear al cielo entre las ramas y ver un enorme halcón entre el azul del infinito… nos hace admirar tantas cosas que quizás por correr se nos escapan.

Pero volviendo al tema… Si la bajada fue tormentosa… la subida, aunque sudorosa, es deliciosa. La plática; los comentarios; ver el detalle de la planta, de la flor, del pájaro; el chiste pelado a tiempo y acertado; divisar los paisajes privilegiados; averiguar a quien le queda un poco de agua en su cantimplora; adivinar si ya se secó el lodo para poder subir en la camioneta; la chela helada; la foto del recuerdo (que casi siempre sale horrible) son algunos de los placeres que los dioses conceden a quien va atento y muy despacio.

“Qui va piano, va sano. Qui va sano, va lontano”. El que va despacio va sano. El que va sano llega lejos.

N.B. Para llegar ahí, hay que cruzar Acatic, en el Poniente de Guadalajara, y seguir la brecha (con cuidado) que va para abajo al mero río.

Por Pedro Fernández Somellera

vya@informador.com.mx

Suplemento Pasaporte

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones