Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | El envejecimiento de la sociedad es una realidad incontrovertible

Un viejo lobo de mar

El fenómeno social conocido como envejecimiento de la sociedad es una realidad incontrovertible

Por: EL INFORMADOR

    La expresión “viejo lobo de mar” muy probablemente encuentra sus orígenes en las novelas Moby Dick de Melville y La Isla del Tesoro de Stevenson, ambas escritas en la segunda mitad del siglo XIX. En las novelas, la expresión se aplicaba a personajes protagónicos que compartían las características de edad un poco más que madura y sobre todo, de su experiencia y sabiduría en hechos relacionados con la navegación. En la actualidad, al decir que una persona es un viejo lobo de mar, expresamos que es alguien que ha adquirido sabiduría y una gran experiencia en un oficio o profesión. Si bien no se aplica tan rigurosamente el requisito de la edad como en las novelas, si se sobreentiende que alcanzar gran experiencia requiere de años de práctica, por lo que un viejo lobo de mar actual es una expresión metafórica aplicada a una persona no precisamente joven, pero con una gran experiencia en algún campo del saber o del hacer.

     Por otro lado, sabemos por las noticias y por estadísticas de organismos especializados, como el Consejo Nacional de Población (CONAPO) en nuestro país, que el fenómeno social conocido como envejecimiento de la sociedad es una realidad incontrovertible. De acuerdo con el CONAPO en 2005 había, por cada 25 personas mayores de 60 años, 100 niños menores de 15. Sin embargo, se espera que en 2034 exista la misma cantidad de personas de la tercera edad que de niños y para 2050 habrá 166.5 adultos mayores por cada 100 niños. Esto significa que deberá darse un drástico cambio cultural respecto al significado de la vejez y a la integración social y cultural de los adultos menores.

     Podemos constatar que, en términos generales, en la sociedad actual llegar a la vejez es un estigma y algo que muchos de nuestros jóvenes ni siquiera tienen pensado que pueda ocurrirles. Los medios de telecomunicación masiva se han encargado de hacernnos creer que la vejez es algo tan terrible que no deberíamos permitir que nos sucediera. Miles de productos anti-edad en forma de cremas, ungüentos, suplementos alimenticios, inyecciones y pócimas se anuncian impúdica e indiscriminadamente. Para muchas pseudopersonas, la belleza física, la apariencia y la juventud se han convertido en los nuevos dioses e iconos ante los que se rinde la mayor de las peitesías. En este orden de cosas, los adultos mayores se convierten en objetos de desprecio y condena, tal vez porque también hacen recordar el adagio: “Como te ves me vi; como me ves, te verás” o, peor, la cercanía de la muerte.

     Es cierto también que muchos ancianos o ancianas se muestran intransigentes, intolerantes o amargados, lo cual puede ser el resultado de un cierto estilo de vida; pero también es cierto que existen muchos más que son felices y enfrentan la vida y sus vicisitudes con un ánimo inexistente en muchos jóvenes. Es probable que ellos hayan entendido el mensaje bíblico “acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes de que vengan los días malos y que lleguen los años de los que dirás: No encuentro placer en ellos” (Ecl 12, 1). La cuestión es que la vivencia católica nos ha de llevar a respetar y amar a nuestras personas mayores, puesto que Dios nos prescribe que debemos ponernos de pie y honrar al hombre de canas (Lev 19, 32) y al final del tercer capítulo del Eclesiástico lanza la anatema “El que abandona a su padre es como un blasfemo y maldito del Señor quien irrita a su madre”.

     Aquellos que se dejan arrastrar por la impía publicidad que contradice el Eclesiástico, no pueden comprender que las personas justas (o sea quienes han seguido las andanzas evangélicas) “en la vejez aun llevarán fruto, se mantendrán lozanos y floridos” (Sal 92 (91), 15) puesto que una vida vivida de acuerdo con los valores universales proclamados desde siempre por el cristianismo, conduce a la plenitud y la felicidad. Así, los viejos lobos de mar, con su carga de sabiduría y experiencia, se presentarán “como ejemplo de buenas obras, íntegros en la doctrina, de porte digno, de palabra sana, irreprochable” (Ti 2, 7-8) resultado de una vida colmada de buenas obras con las cuales salir airosos de la lucha constante contra las tentaciones cotidianas que tratan de desviarnos de la meta a la que siempre hay que dirigirse. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx

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