Viernes, 26 de Julio 2024
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Un mundo fuera del tiempo

Recintos que atesoran grandes trozos de cultura, que esperan ser descubiertos por curiosos

Por: EL INFORMADOR

Sorpresa. En una misma mesa caben grandes libros de literatura, con novelas ochenteras y textos de ciencia paranormal. ESPECIAL /

Sorpresa. En una misma mesa caben grandes libros de literatura, con novelas ochenteras y textos de ciencia paranormal. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (19/ENE/2014).- En 1975, el poeta mexicano Eduardo Lizalde entrevistó a Julio Cortázar. La entrevista se llevó a cabo en la Ciudad de México, en la casa de Arnaldo Orfila, fundador de la editorial Siglo XXI. Al encuentro con Cortázar, Lizalde llevó su multileído y estropeado ejemplar de Rayuela para su dedicatoria. Cuando el argentino vio el libro, dijo: “Da gusto ver un libro así, seguramente ha pasado por las manos de muchos lectores”.

En Guadalajara todavía quedan lectores como Lizalde y Cortázar. Unos,  que atesoran un libro viejo como si se tratara de una perla, y otros,  que deciden pensar que los libros viejos han pasado por muchas manos, otorgando felicidad a una miríada de lectores.

De acuerdo con Antonio Mendoza, integrante de la Asociación de Libreros A. C., en la ciudad hay alrededor de 30 librerías que ofrecen una copiosa variedad de libros usados y antiguos.

Librería Cervantes es una de ellas. Durante más de 40 años, la ocupación habitual de Alberto Cervantes ha sido vender libros usados. Desde hace más de 20 años, el negocio de este hombre de bajo perfil se ubica en Avenida Juárez 582. Muchos lectores ubican esta librería porque en el umbral de entrada, frente al escaparate, hay dos carritos de supermercado agolpados de libros viejos.

Juan, un lector que prefiere no revelar su nombre para evitar un incómodo protagonismo en el parsimonioso mundo de las librerías “de viejo”, considera que un libro siempre es un viaje; pero un buen libro es una odisea: un viaje largo, cuajado de aventuras adversas y favorables para el viajero. Este Ulises contemporáneo defiende esta idea desde que su padre le enseñó a acercarse a los libros con calma, a leerlos despacio, pensando en la pluma del autor, disfrutando de cada una de las palabras con las que se cuenta una historia.

Juan recuerda cuando, durante su infancia, su padre le leía los libros de Salgari, Verne o Dickens. Recuerda a Oliver Twist huyendo de una turbamulta londinense que lo persigue por un robo que él no cometió.  Juan cuenta que su padre lo enseñó a dar una oportunidad a los libros sin fama, a los que no figuran en las listas, pues en ellos también se pueden encontrar historias valiosas que podrían dar un giro a sus motivaciones y a su concepción del mundo.

Y es eso lo que Juan busca hoy en uno de los pasillos de Librería Cervantes. Por eso mira los libros con la paciencia de un entomólogo. Examina ese acantilado literario formado por libros de medicina, de literatura, de arte, de derecho, o de historia de México y de Jalisco, que están al fondo, separados del resto: “Los libros especiales de Alber”, dice un hombre que desde hace más de 20 años es amigo y ayudante ocasional de Cervantes.

Luego mover una columna de libros en donde no encontró nada que llamara su atención, Juan se detiene a ver un libro de Ixca Farías que Alberto Cervantes decidió exhibir en el interior de un marco, como si se tratara de la fotografía de un libro al que le tiene mucho cariño. A una lado del libro de Farías, y también adentro de un marco, hay otro que contiene algunas de las páginas autobiográficas de José Clemente Orozco. Es tan viejo que en su tiempo sólo costaba seis pesos, como puede verse en una de las esquinas.

Juan hunde la mirada en una isla de libros que está a sus espaldas y se encuentra con un ejemplar de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, novela de la que ha escuchado buenos comentarios, pero que nunca se ha animado a leer. El costo, 30 pesos, le parece razonable para ser un libro con las hojas de color “achocolatado”. Comenta que en otras librerías, los mercaderes de libros, esos que no abrevan de las historias que intentan vender, aprovecharían su interés para  aumentar el costo, lo que le parece lamentable.

Juan compra el libro de Carpentier y se promete volver, pues siempre se encuentra con muchos libros que ni el propio Alberto Cervantes sabe que tiene. Encontrar esos libros, sin ánimos fetichistas, le resulta apasionante.

Fortino Jaime, el librero que lo vio todo


Alrededor de las 14:00 horas, del viernes 10 de enero, al interior de su librería, Alberto Cervantes platicaba con Orso Arreola sobre la historia de las librerías “de viejo” en Guadalajara. Se trataba de una charla informal en la que ambos estuvieron de acuerdo en que el librero más importante que tuvo la ciudad fue Fortino Jaime, dueño de la librería El Árbol de Navidad.

En el libro Asuntos tapatíos, Francisco Ayón Zester escribe que en la tienda El Árbol de Navidad, que en 1917 se ubicó en la esquina de las avenidas Juárez y Corona, “los libros disputaban sitio en las alacenas a los artículos más viles de la venta común. Por Avenida Corona se entraba al almacén de abarrotes que tenían Aurelio Cortés y Fortino Jaime, y por Avenida Juárez ingresaban los interesados en los libros”.

“Era aquella chorcha, la flor y nata de la intelectualidad. Había poetas y teólogos, astrónomos sin par, historiadores, ingenieros y filósofos, matemáticos de gran fama, médicos prominentes de reconocida competencia; sabios, sí, sabios todos ellos... Iban a diario, Manuel Martínez Valadez, Carlos Gutiérrez Cruz y el presbítero don Amando J. de Alba, Enrique González Martínez y nunca faltó el presbítero don Severo Díaz Galindo. Cuántos quisieran hablar con un ilustrado joven llamado José Cornejo Franco, ahí lo encontraban de seguro, lo mismo ocurría con el padre De la Cueva, con el ingeniero Agustín Bancalari, don Adrián Puga y los señores profesores en los complicados asuntos del derecho, donde Jorge Delorme y Campos y don Juan R. Cárdenas. Por ahí pululaban también Agustín Yáñez, Esteban Cueva Brambila, Enrique Díaz de León  y José Guadalupe Zuno Hernández. Todos, sin excepción, estaban prendados de El Árbol de Navidad y de todas sus excelencia bibliográficas”, señala Ayón Zester.

En 1918, El Árbol de Navidad se ubicó en Avenida 16 de Septiembre 238, entre Prisciliano Sánchez y Madero; en 1928, se cambió a Morelos 487. Por esos años Fortino rentaba y vendía libros. Según Ayón Zester, los rentaba a tres centavos diarios. También conoció al hijo del historiador Luis Pérez Verdía, quien le vendió la biblioteca del historiador -alrededor de 15 mil libros- en cinco mil pesos. En 1947, la librería se cambió a Belén 125 y luego a la esquina de esta misma calle con Juan Manuel.  La finca sucumbió y actualmente es utilizada como estacionamiento. En su charla con Arreola, Alberto Cervantes recuerda que la hermana de Jaime, una vez que Fortino murió, tenía gatos en la librería. Todo un desorden.

Orso Arreola señala que uno de los principales personajes en el nacimiento de las librerías de libros usados fue Severo Maldonado, editor de la imprenta Téllez Girón, que se encontraba en lo que hoy es la Casa de los Perros. Menciona que anteriormente el impresor era editor y librero, costumbre que nació en Europa.

Aunque indica que la imprenta llegó tarde a Guadalajara, a finales del Siglo XVIII, los libros que se imprimían eran de carácter religioso

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