Suplementos | por: luna que se quiebra sobre las tinieblas Un frapuchino y en Sanborn’s O cuando el orden de lo cotidiano se rompe Por: EL INFORMADOR 19 de diciembre de 2008 - 21:11 hs No fue a propósito. No. El incesante frenesí de anécdotas cardíacas tuvo su punto más púrpura el día que bajé del avión proveniente de Afganistán, para decirle a mi madre que me casaba con un libanés multimillonario y open mind. Mi versión de hembra contemporánea y muy moderna incluía el “pero mami, vive en Santander (España) y sólo va a su país por dos cosas” -que luego supe que tenían que ver con su esencia chiíta acérrima-. Mi padre pensó que estaba loca, lo dijo, toleró todo, también me lo dijo: Que yo anduviese con actores, saltimbanquis, titiriteros, pájaros patinadores, empresarios, italoromanos, pero musulmanes libaneses y chiítas, jamás. “Los señores esos, tienen como cinco esposas bien legales por todo el mundo, mija”. Yo no iba a ser ninguna versión de Rania de Jordania mexicana-libanesa, dijo mi hermana y como a las hermanas mayores hay que creerles todo, sí me pasé a desilusionar. A mí me acontecen cosas raras cuando estoy muy desilusionada. Esa mañana, luego de haber terminado a la distancia y vía webcam con el chiíta, tomé un camión y me bajé en el centro de la ciudad para darme un baño de realidad y no andar soñando con aventuras globalizadas. La verdad es que luego uno no sabe qué hacer con su costal de fracasos. El libanés no hubiera estado mal, incluso sonaba hasta interesante volverme musulmana, pero... el origen de ese viaje, el origen terrorífico de ese largo viaje que hice al continente asiático, tuvo que ver con una importante pérdida. Soy intolerante a la frustración, pero como dijo José Alfredo Jiménez... “sé perder”. Así que mirando las torres de Catedral, me acordé de la tremenda responsabilidad que es enamorarse. Yo me fui muy lejos porque alguien se fue muy lejos de mí. Esa es la verdad. Y ese alguien nada tenía que ver ni con libaneses, ni con vuelos intercontinentales, ni bombas molotov, ese alguien tenía que ver con las pequeñas cosas de mi vida, con el puño de títulos que existen en las estanterías de mi habitación contigua. Como le gustaba la música clásica, pongamos que se llama Mozart. Y póngamos que me enamoré perdidamente de él, aunque reventó mi sinfonía. Hoy pienso, como pensé cuando miré las torres diurnas de una catedral citadina: Cuando el orden de lo cotidiano se rompe, hay que correr a otro universo para olvidarlo. Eso hice, pensé. Eso hago, constantemente. Temas Tapatío Lee También Portada: Yordanka Olvera, la chica de la taza La Capilla de la Cruz Blanca: memoria y silencio en Tonalá UdeG y Tapatío definen al Campeón de Campeones... sin ascenso, pero con orgullo “Kopalli: El espíritu astral” despierta en el Foro LARVA Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones