Lunes, 13 de Octubre 2025
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Ticunas: los hombres pescado

Tribus en la Amazonia colombiana aún conservan algunas de sus tradiciones ancestrales y dejan que los foráneaos las conozcan

Por: EL INFORMADOR

Personaje. El casique Jitoma, con efusividad nos explica los principios de la vida, de la selva, del río y de los ticunas. ESPECIAL /

Personaje. El casique Jitoma, con efusividad nos explica los principios de la vida, de la selva, del río y de los ticunas. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (21/JUL/2013).- En la densa selva de la Amazonía colombiana, todavía existen tribus que viven tal como lo hicieron sus ancestros; conservando tradiciones y costumbres milenarias que al día de hoy orgullosamente prevalecen en sus recónditas etnias adonde, con tan solo un poco de respeto, interés, y por que no decirlo, esfuerzo y arrojo, se pueden visitar y compartir costumbres, inquietudes, credos y hasta su misma filosofía celosamente tejida entre ríos, lagos y pantanos de la jungla tropical.

Los Ticunas, en el curso de los años se han ido desplazando hasta llegar al Río Amazonas, estableciéndose finalmente en un pequeño, verdísimo y hermoso lugar -ahora protegido- de la Reserva del Amacuyacu, no muy lejos del diminuto Puerto Nariño, y tampoco lejano al casi pueblo de Leticia: ambos a las orillas del río.

 Los Ticunas se autonombran así, por la costumbre de pintarse el cuerpo de negro con ceniza de las hojas tostadas de Huito (Genipa americana) que según sus leyendas, fueron raspadas y untadas por el viejo Ípi a los cuerpos de los ticunas, para que al desaparecer del mundo regresen a su origen acuático; y más tarde, al ser comidos por los peces y luego pescados por su hermano Yoí, al ponerlos en tierra, lentamente se transformen en verdaderos ticunas, orgullosos de su linaje divino; claro… después de pasar por las manos y el arte de Etùena quien, sentada a la orilla del río, pinta de diferentes de colores a cada ticuna-pez que pasa junto a ella.

Esta leyenda -al igual que muchas otras del principio de la vida y la creación del mundo- nos fueron narradas por el digno cacique “Jitoma” quien, teniendo la cortesía de invitar a estos dos descarriados viajeros a su Maloca (centro ceremonial) colocándose en su aposento, nos invitaba a sentarnos frente a el en un tronco para, guardando silencio, escuchar sus palabras aprendidas de los ancestros.

Nuestro desconcierto y el silencio, dejaban pasar entre las paredes los cantos y chillidos de las aves que, quizá intrigadas, nos vigilaban desde la espesura. La enorme altura de la maloca, con su palapa sostenida por cuatro simbólicos y alargadísimos palos, y la luz que se colaba entre el humo de fogatas ya apagadas, hacía que nuestras pequeñas figuras se perdieran en el contexto, mientras esperábamos que Jitoma terminara de ponerse en la boca la pasta negra y espesa del “mambe” (hojas de coca -Erythroxylum- y de yarumo -Cecropia peltata- tostadas, molidas y cocinadas) que circulaba por cachetes y lengua; para luego mezclarlas con “ambil” (tabaco -Nicotiana tabacum- hervido y cocinado por horas, hasta hacer otra pasta melosa y negruzca) que igualmente disolvía en su boca.

Una vez terminado este proceso; habiendo adquirido fuerza y espiritualidad con el primero y don de palabra con el segundo, con deferencia se dirigió a nosotros para darnos la bienvenida y preguntar por el motivo de haber llegado a ese apartado lugar, intrigado por nuestra procedencia.

Su azoro no fue menor al oír la palabra “Guadalajara”. Nunca había conocido a nadie de Guadalajara excepto a … Posadas Ocampo. -“Conocí cardenal en simposio filosofía y religiones en Turín de Italia”- nos decía excitado en un mocho y trabado español. -“Algo malo veía dentro de el, se lo dije: tiempo después lo mataron”- aseveraba abriendo sus ojos, y dirigiéndose incrédulo a quienes procedían del mismo lugar que el controvertido personaje. Después de un largo silencio, su mente regresó de aquel extraño viaje a donde fue llevado para hablar sobre su cosmovisión, ante un erudito y variopinto contexto.

Ante aquella revelación tan extraña y tan fuera del entorno donde estábamos -guardando silencio y sin hacer preguntas- azorados, seguimos escuchando su plática. Otro poco de mambe, y otro poco de ambil sirvieron para explicarnos de la simplicidad de la vida que trastocamos y enredamos imponiéndole reglas y religiones. “Ojos abiertos, sentidos dispuestos -nos decía-: observar cielos y tierras y entender, solo tratar entender, las maravillas de la vida” concluía.  

Con deseos de bienestar alegremente nos despedía aquel sabio personaje ticuna-y-pescado, desde su sitial en la magnífica selva.  

   “No existen lugares extraños, los extraños somos los viajeros”. Robert Louis Stevenson.


El dato

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