GUADALAJARA, JALISCO (13/NOV/2016).- La sola palabra Tecate, rápidamente nos trae a la mente la imagen placentera de estar en alguna terraza campirana, compartiendo y departiendo con los amigos, rodeados por deliciosos olores de leña ardiendo y carnita asada, discutiendo cosas absolutamente triviales que luego -avaladas por la aguilita que aparece en los envases- comienzan a volverse ¡fundamentales!Pero no: Tecate es una tranquila y ordenada población fronteriza que tiene el orgullo de producir la afamada cerveza que con altivez lleva su nombre. Tiene también el privilegio de estar asentada en las faldas del Cerro Cuchumá: energético y de antiquísimas y enigmáticas tradiciones y leyendas de los Kumiai, sus originales habitantes. Desafortunadamente el pedregoso, descongraciado y venerado cerro, ha sido dividido por el muro fronterizo (nefasto invento de los hombres) que atenta a su íntima -y según esto sagrada- esencia, haciendo que la mayor parte de él “pertenezca al otro lado”. A escasos metros del muro captamos la escena “I LOVE YOU ALL”, que bien expresa los sentimientos encontrados que se viven en el margen fronterizo.La Rumorosa no es alguien a quien por sus actitudes le apodan de ese modo, no; la Rumorosa es una extraña, admirable y singular región montañosa, no muy lejos de Tecate, cuyos estupendos montes y cañadas están repletos de piedras de tamaños sorprendentes (Batolitos) que, encaramadas unas sobre las otras dibujan la geografía de ese lugar tan diferente y singular. Sus extraños y surrealistas paisajes hacen que al recorrer la -ahora bien conformada- carretera de Tecate a Mexicali, sea obligatorio detenerse en donde sea posible, para gozar con los extraños paisajes de enormes pedruscones con suaves y pulidos bordes. (consideramos más bellos los paisajes, bajando de Tecate a Rumorosa y Mexicali, que en sentido contrario).Si bien la población de Tecate, aunque haya sido nombrada “Pueblo Mágico” -excepto el delicioso pan del que con justa razón presumen, no fue de llamarnos la atención. En cambio, sus anchas y bien trazadas calles, el civismo, la educación y la cortesía de su gente si son muy dignas de admiración. Todo mundo cede el paso al otro, aún que pretenda dar vuelta frente a nosotros. Un simple letrero rojo octagonal con la mención de “cuatro altos”, hace que todo mundo se detenga y ceda el paso a quien va por las calles que convergen, y después avanza cuidadosamente. Casi no hay semáforos ¡los suple la cortesía y el civismo! Ejemplo vivo para nuestra arrebatada y descortés Guadalajara.Grata sorpresa también fue haber encontrado (como con suerte sucede en algunos viajes) un magnífico hotel llamado “Santuario Diegueño” -para nosotros desconocido- en donde teníamos reservación. Elegante y discreto es poco decir. Con tan solo unos cuantos cuartos de espléndido tamaño y calidad, mirando a la bien cuidada jardinería, completaban el conjunto (por favor consulten en “San” Google el extraño árbol Kigelia africana, de extrañas flores femeninas que cuelgan de las ramas en uno de ellos; y los sugerentes frutos -ciertamente masculinos- que brotan en el otro).Julia, excelente anfitriona y recepcionista, emocionada nos describía el hotel como si fuera de su entera propiedad. Eulogio, el esmerado chef, amaba tanto su profesión que tenía tatuada una cuchara y un tenedor en el dorso de sus brazos. Los vinos regionales a la orden del día y… el resto lo dejo a su imaginación. ¡Todo esto en el mismísimo Tecate (“piedra partida” en kumiai) rodeado de los áridos desiertos del norte mexicano!La Rumorosa, además de sus paisajes y sus impresionantes formaciones rocosas, tiene la gracia de provocar vientos constantes (energía eólica) que son aprovechados por los enormes abanicos de tres aspas de 45 metros de longitud, que girando a 80 metros de altura, hacen que su turbina (que aunque a esa altura no se aprecie su tamaño, mide lo que un autobús de los grandes) produzca la energía eléctrica que surte a las poblaciones aledañas, reduciendo el consumo de los combustibles fósiles.Así pues, en esa enorme y larguirucha península de Baja California, continuamente se pueden descubrir cosas extraordinarias, viajando con la mente abierta y acuciosa. Mucho vale la pena hacer un viaje recorriendo toda la península.vya@informador.com.mx