GUADALAJARA, JALISCO (18/FEB/2017).- Cuando haces bien lo que tienes que hacer, sobresales. Cuando excedes las expectativas, te acercas a la perfección, te levantas sobre los demás. Lo sigues haciendo por varias décadas y te transformas en leyenda. Como Rolls Royce. El Wraith es solo un ejemplo más.No lo esperábamos que esto pasara, pero conducir un Wraith por segunda ocasión en el mismo escenario que antes, resultó una experiencia distinta en muchos aspectos y uno de ellos fue simplemente, el clima.Luego de cinco años prácticamente sin lluvia, California está viviendo un inicio de año atípico. Como si el cielo se hubiera apiadado de sus tierras cuarteadas. Como si los dioses hubieran decidido que las inundaciones deberían tomar el lugar de los pastos secos y que la nieve debería volver a las montañas para que con esto la presencia fundamental del agua volviera a esas tierras antes mexicanas. O tal vez sea simplemente el llanto de Tláloc que, solidario con los californianos, sufre por el rumbo que el país vecino -y con ello sus paisanos- está tomando.El azul zafiro medianoche de nuestro Wraith, se sentía más británico que nunca bajo la densa niebla que se vio en al área metropolitana de Los Ángeles esta semana. Puede sonar a romanticismo, pero verlo pasar en ese clima era como entender el por qué de su nombre, que significa fantasma en un dialecto escocés. Su forma inusual, con el techo que cae dramáticamente desde arriba de la cabeza del conductor; el silencio absoluto con que se mueve y la gracia con que lo hace, sorprende y encanta. Estacionado junto al mar en Point Dume, cerca de Malibu, envuelto en la espesa bruma, muchos lo miraban como lo que es: una aparición eventual, rara, exótica.Rodar a su mando bajo la lluvia nos hace sentir de alguna manera capitanes de un gran barco, un elegante y sobrio yate que abre paso en las aguas del Pacífico. El volante se transforma en timón. Toda la madera que nos rodea, en el tablero y en las puertas, tratada pero no pulida, nos deja sentir su calidez y colabora con esa sensación. Casi tres metros adelante de nuestros ojos, la pequeña estatua del “Espíritu del éxtasis”, cubierta de plata, con sus alas y brazos abiertos cortando el aire, nos recuerdan a Kate Winslet al frente del Titanic. El fantasma es una embarcación de ensueño y nosotros, por tres días más cortos que lo normal, fuimos su capitán.