Viernes, 10 de Octubre 2025
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Sordera espiritual

Es dramático ver cómo los seres humanos, particularmente los que viven en sociedades urbanas, han ido perdiendo paulatinamente, su capacidad de escuchar

Por: EL INFORMADOR

     Es realidad preocupante el hecho de que la población de nuestro país y de todo el mundo, en general viva de tal forma enajenada, que ni siquiera alcanza a reparar --mucho menos a discernirlo-- en aquello que le rodea, aquello con lo que está siendo bombardeada a diario, y que ha ido minando, poco a poco, sus principios morales, su valores humanos y trascendentes, su estabilidad psicológica y emocional y, desde luego sus creencias religiosas.
     Es dramático ver cómo los seres humanos, particularmente los que viven en sociedades urbanas, han ido perdiendo paulatinamente, su capacidad de escuchar.
     Absortos en sus propios problemas, preocupaciones, necesidades, retos, etc., unos  auténticos, otros inventados o provocados por ellos mismos, cierran sus oídos a su entorno, cerrándolos con ello tanto a los demás seres humanos con quienes conviven, como a los sucesos y acontecimientos que se dan a su alrededor.
     Provocado por ello, se corre el grave riesgo de que la sensibilidad y la capacidad de asombro ante la realidad se vayan atrofiando, hasta llegar al extremo de la insensibilidad casi total, de la indolencia y de un ensimismamiento que llega a ser pernicioso tanto para la persona como para los que la rodean, especialmente los que conviven con ella. De ahí aquel refrán popular que reza que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”.
Y si se pierde esa facultad, connatural a su ser, de escuchar lo que el mundo, los demás y los acontecimientos le dicen, causándole a la larga grandes perjuicios en su propia persona, ¿qué no se sufrirá si se pierde la de escuchar a Dios?
     Justamente, cuando esto sucede es cuando se forjan y surgen los delincuentes, los criminales, los que llegan a trastornar la vida de las familias, sociedades, estados, quitándoles la paz, la armonía y obstaculizando su desarrollo lícito en bien de la población entera.
     Es indispensable, para aquellos que deseamos tener una vida digna, plena y feliz, que reaccionemos y nos cuestionemos si hemos perdido, y cuánto, esa capacidad de escucha, tanto a los sonidos de nuestro entorno, como a la voz de los demás y a la voz del mismo Dios. Pero es preciso hacerlo con honestidad, sin disimulo ni auto engaño de ninguna especie, reconociendo con humildad nuestra propia realidad, para poder corregir, o --quizá vale la pena mejor decir, ya que fácilmente llega a ser una enfermedad del espíritu-- sanar interiormente.
     Una vez reconocida y aceptada dicha enfermedad, se habrá de recurrir a Aquel que es el único que puede sanar de este tipo de sordera: Jesús.
     Meditemos el pasaje del Evangelio de la Eucaristía de hoy, que nos muestra cómo Jesús sana a un sordomudo, pronunciando una palabra que tiene un significado profundo: “¡Effetá!”, que quiere decir “¡ábrete!”; al decirla, Jesús no se refería solamente a los órganos enfermos, a los sentidos particulares, sino a toda la persona, porque según la convicción judía era la persona la que estaba enferma. Por tanto era la persona la que debía ser curada. Por eso la palabra “¡ábrete!” se refiere a toda la persona. Al mismo tiempo que los oídos se abren a los sonidos, la lengua al habla, los ojos se abren a la luz y el corazón al amor. Éste es el significado profundo y vigoroso del “ábrete”, del “¡Effetá!” de Jesús.
     Si verdaderamente, como cristianos, deseamos un mundo diferente, hemos de empezar por cambiar nosotros, sanando de nuestra sordera espiritual, pidiéndole a Jesús que pronuncie para nosotros esa palabra: ¡Effetá!, para que no sólo los oídos se abran, sino también nuestro corazón.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx
 





   

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