Ser uno

La unidad fue una de las primordiales enseñanzas del Señor Jesús a sus discípulos, y el trabajar y luchar por ella, una de sus principales encomiendas. En la víspera de su Pasión, rogó por la unidad de todos los que habrían de creer en Él a lo largo de los siglos: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que ellos también sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado>> (Jn 17,21).

Ésta es la piedra de toque  de los discípulos de Cristo en el mundo. Si no somos uno, como el Padre es uno en Cristo, y Cristo es uno en el Padre, el mundo no creerá: se le escapa la prueba concreta del misterio de la redención, mediante la cual el Señor ha hecho de la humanidad dispersa una sola familia, un solo organismo, un solo cuerpo, un solo corazón.

Pues bien, para construir esta unidad, entendiendo que este preciado don no es algo estático, sino más bien algo muy dinámico, y por lo tanto algo que no está  terminado, sino que hay que hacerlo a diario, es preciso empezar por uno mismo; es decir, construir la unidad en nosotros mismos y con Dios, siguiendo con nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra Iglesia, nuestra sociedad, etc.

No podemos aspirar a la unidad de todos los cristianos, si no existe esa unidad en nosotros mismos y entre los católicos, y si no somos bien conscientes de que, como lo decimos antes, esa unidad es un don de Dios, por lo que nuestra decisión y esfuerzo no bastarían. Este don nos es dado de manera excelsa en la Eucaristía, comiendo el Cuerpo de Cristo y bebiendo su Sangre, ya que “La Eucaristía es el Sacramento de la unidad, pues quienes reciben el Cuerpo de Cristo se unen entre sí en un solo cuerpo: La Iglesia.”

Creámosle a Cristo que nos dice: “Yo les aseguro, el que cree en Mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.”  Ese pan, es también el “Pan de la Unidad”.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx