Viernes, 26 de Julio 2024
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Niños de ayer y hoy

Una mirada a las diferencias entre la vida de un niño moderno y las de uno de años atrás

Por: EL INFORMADOR

Mucho nos hemos preguntado que tanto han cambiado los tiempos para todos aquellos que tenemos más de treinta (y no entremos en detalles) y parece que si retrocedemos, verdaderamente las cosas han cambiado y de que forma… concentrémonos en ésta ocasión exclusivamente en la niñez y en las sutiles diferencias que podemos observar con respecto a la generación actual.

No teníamos internet, ni celulares, ni TV por cable, ni microondas, ni teléfonos inalámbricos y quizá ni control remoto para el único televisor en que había en la sala, ese que tardaba media hora en prender gracias al regulador “Koblenz” y era blanco y negro.

Andábamos en carros que no tenían cinturones de seguridad, ni bolsas de aire, y el tablero era de un material tan duro que si de casualidad te pegabas en la cabeza, el chipote te duraba una semana.

Nada más divertido que ir en la parte trasera de las pick-ups, que por supuesto ni siquiera los agentes de tránsito te regañaban por que no estaba prohibido.

La leche era todo un enigma, uno sacaba las botellas de cristal vacías y las dejaba a la vista, por la mañana de forma mágica aparecían llenas. Después llegaba la explicación de los padres entorno a un camión repartidor y más adelante la escuela primaria se encargaría de disipar todas las dudas de la leche con una excursión a la lechera “San José”.

Ir al cine significaba ver dos películas con permanencia voluntaria y tu mamá te mandaba con suficientes provisiones para la ocasión que incluían: una bolsa completa de pan “bimbo” llena de sandwiches de jamón, frijol, huevo, etcétera. Un refresco familiar en envase de cristal con sus respectivos vasos de tupperware y postres varios. Por supuesto en el intermedio podías correr como loco por la sala e intentar subirte a la pantalla del cine.

Nuestras cunas estaban pintadas con colores brillantes de pintura a base de plomo y sin bordes redondeados.

No teníamos tapas de seguridad en botellas de medicina.

Los accidentes más brutales del juego terminaban con algún descalabro inofensivo, que se atendía con medidas hogareñas ya fuera con la bolsa de la mantequilla helada sobre la herida o de plano si había mucha sangre con un bistec. Nada de tomografías, ni de hospitales.

Andábamos en bici o patineta sin casco, rodilleras o tantas tarugadas que usan hoy y le quitan lo divertido al juego.

Tomábamos agua de la manguera de cualquier jardín y no en botellitas mineralizadas y altamente contaminantes.

Jugábamos en la calle toda la tarde e incluso hasta entrada la noche: chinchilegua, changay, bote pateado, cebollitas, etc. Muchos de estos juegos seguramente en la actualidad pueden ser considerados como deportes extremos y seguramente ahora que ustedes son papás, no los permitirían a sus hijos ¡ja, ja, ja! sólo recuerden lo divertidos que eran.

Podíamos pasar tardes enteras haciendo bromas por teléfono, ahora gracias a la tecnología nos identifican de inmediato.

El gordo del salón era el objeto de carrilla por que ¡casi no había gordos!

Si te cortabas, te rompías un hueso o te tumbaban un diente jugando, nadie pensaba en poner una demanda.

Las fiestas infantiles incluían juegos como: Las sillas, ponerle la cola al burro, gallitos, encantados, el del limón que pasa de cuchara en cuchara, etcétera, mientras que el menú era totalmente casero y elaborado por las mamás y las tías: niño envuelto de pan bimbo con jamón, gelatina, ensalada fría de coditos, nada que ver con lo de hoy, espiro papas, dogos y todo eso que ahora es considerado indispensable.

Light significaba luz, y no toda una serie de artículos bajos en calorías. Podíamos comer todo lo que quisiéramos por que jugábamos todo el día y por lo tanto, los índices de obesidad infantil eran prácticamente inexistentes.

Los niños sólo nos enfermábamos de cosas simples como gripe, amigdalitis, tos, etcétera, jamás se escucharon disparates como la depresión infantil o las bondades de medicamentos como el ritalín, para calmar las ansias de la hiperactividad.

La peor historia de terror con la que nos podían asustar era que nos podía llevar el viejo del costal o “el robachicos”. Nunca se escuchó hablar de secuestros infantiles, tráfico de órganos, prostitución infantil, etc. etc. etc.

Tapatío

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