Jueves, 16 de Octubre 2025
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Moorea

Sugestiva y salvaje es ésta, la isla hermana de Tahití

Por: EL INFORMADOR

Belleza. Los colores del paisaje hechizan la mirada de quienes visitan este lugar. EL INFORMADOR /

Belleza. Los colores del paisaje hechizan la mirada de quienes visitan este lugar. EL INFORMADOR /

GUADALAJARA, JALISCO (06/ENE/2013).- Diecisiete kilómetros al noreste de Tahití y al suroeste de Tetiaroa, se encuentra la mágica isla de Moorea, que significa “lagarto dorado”: una leyenda dice que un lagarto gigante partió con su fuerte cola el Norte de la isla en dos bahías, llamadas: Opunou y Paopao o Cook, aunque el capitán ancló en la primera, en 1777. Entre las dos bahías hay un espléndido mirador, conocido como Roto Nui o Belvedere. El antiguo nombre de la isla era Eimeo o Aimeho, “refugio”, pues la historia dice que fue refugio de guerreros derrotados, como el rey Pomare II, quien se estableció en la isla por 1808 y en un lapso de siete años por querer imponer un totalitarismo. Cuenta con una superficie de 133,5 kilómetros cuadrados. El cerro más alto es el Tohiea y alcanza los mil 207 metros.

Los europeos al descubrir y redescubrir Tahití, se quedaron sorprendidos de la gentileza, sencillez y buen ánimo de los tahitianos. El polinesio ha sido un individuo muy amable y alegre a la vez, disfruta de sus labores y más en apoyar a la comuna que goza de vivir en un paraíso, y estar envueltos por la naturaleza; comulgan con una riqueza de valores, como el respeto al entorno, la sencillez, la generosidad, la cordialidad, el conservar las tradiciones, la autenticidad y la hermandad. El coexistir con la naturaleza humaniza, brinda vida a la vida, alegría de ser, creándose un ambiente amistoso, carente de prejuicios, apatías y agresiones, donde prevalece la fraternidad y se generan vidas emotivas y regocijantes, vidas plenas en existencia y de más vivacidad. Se conservan atmósferas naturales en lo posible y poco materializadas, donde la esencia del ser es simplemente ser. Lo relevante es vivir en hermandad.

Pernoctamos anclados ante Bora Bora, por la mañana fuimos a alimentar rayas y luego a admirar diversos peces. A la una de la tarde nos despedimos de la encantadora isla, se desplegaron las velas y navegamos rumbo a Moorea. Después de la cena, el salón “Veranda” se transformó en discoteca. Al día siguiente, a las ocho de la mañana para ser preciso, el velero se deslizaba en la hermosa bahía de Cook, la cual fuimos admirando desde el puente; hechizantes montañas se dejaron ver, altas, llenas de vida, su verdor contrastaba con las blancas playas y éstas con el azul zafiro de la laguna, elementos que formaban una serie de bellos parajes, un goce visual en el horizonte sobresalía el vistoso Tohiea.

Se tiró el ancla y abordamos una lancha que nos trasladó a la isla hermana de Tahití. Miramos la capilla con vanos moriscos, pórtico de planta cuadrada y techo a dos aguas, sede del protestantismo; en el siglo XIX se imprimió la primera biblia en tahitiano. Unas risas y un golpear de bolas nos invitaron a presenciar un interesante juego pelanca, originario del Sur de Francia, los isleños lo jugaban con destreza. Después fuimos al hotel Kia Ora a disfrutar de la fantástica playa de la laguna. Más tarde gozamos de un safari tour, que nos mostró un bello fragmento del interior de la isla, donde la reina es el maravilloso pico de Mouaputa, que pareciera cubierto por una cúpula con linterna; nos encaminamos tierra adentro en un camión abierto y fuimos contemplando la abundante y variada vegetación, pinos –muchos pinos–, fresnos e higueras, la brecha fue serpenteando y subiendo unas lomas, para acercarnos a las preciosas y altas crestas rocosas, con laderas casi verticales, pero no desnudas, puesto que la vegetación germinaba por doquier. “Ocho montañas separan esta isla triangular, que es dos veces más vieja que Tahití. La montaña de Mouaputa tiene un gran hueco a través de su cima y la leyenda cuenta que el dios Pai tiró una lanza desde Tahití para evitar que el monte Rotui (que separa las dos bahías) fuera robado para llevarlo a Raiatea”. Al atardecer zarpamos para Papeete, a las siete llegamos al puerto y media hora después el salón del velero fue animado por el fantástico grupo de danza Manuia Tahití.

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