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Suplementos | Guillermo del Toro presenta en su más reciente película un concierto de ruido

Monstruos escandalosos

Guillermo del Toro presenta en su más reciente película un concierto de ruido

Por: EL INFORMADOR

Historia. Cuando la única opción de la humanidad es defenderse con enormes robots. ESPECIAL /

Historia. Cuando la única opción de la humanidad es defenderse con enormes robots. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (14/JUL/2013).- Los robots crujen, los humanos pujan, las bestias rugen. Titanes del Pacífico es, ante todo, un concierto de ruido, en el cual el volumen del sonido quiere traducir la escala gigantesca de las cosas a sensaciones estremecedoras. Existe una fascinación primitiva por los objetos de gran tamaño que la película aprovecha y transforma en figuras muy convenientes: unos seres furiosos con ojos que lucen como foquitos, gargantas fosforescentes, y apariencia que combina características de distintas especies animales.  Ante el avance destructivo de tales creaturas, la humanidad no consiguió que funcionaran los misiles teledirigidos ni toda la artillería aérea o terrestre, y dio, como mejor idea, por fabricar unos robots del tamaño de un edificio para pelear cuerpo a cuerpo con los colosales invasores.

La narración se toma unos cuantos minutos para exponer los antecedentes y explicar los pormenores de ambos tipos de gigantes. Que unos vinieron quién sabe de dónde a través de quién sabe cómo; que los otros tienen una cabina de control en la que dos seres humanos deben conectar sus cerebros para que funcione el armatoste. Información detallada y bastante inútil, porque lo que despierta el interés, en último término, es la posibilidad de contemplar zarpazos y cachetadas. Luego muestra un primer combate en los mares de Alaska, del que resulta un robot derrotado que alcanza a llegar a la playa, para caer en la arena entre gemidos metálicos que expresan agonía. El episodio sirve para introducir a uno de los personajes principales y para insinuar que los autómatas no aseguran la victoria final, también indica el tono del resto de los enfrentamientos: mientras ocurren no se entiende nada, pues se componen de estruendo, e imágenes vertiginosas en las que destacan brillos de distintos colores.

En varios momentos la historia rompe con la solemnidad del apocalipsis y del heroísmo, así como con la ilusión de que hay algún tipo de conflicto emocional de peso, gracias a la intervención de personajes trazados con buen sentido del humor. Se trata de una chiflada pareja de científicos, un biólogo y un matemático, que parece sacada de las caricaturas, y un vistoso traficante de despojos interpretado con genial artificialidad por Ron Perlman.

Los demás personajes deambulan entre el convencionalismo y el ridículo, y abundan en quijadas vigorosas. Hay un militar de alto rango responsable de las operaciones, un tipo mandón y noble, que guarda el zapatito rojo de una niña, para entregarlo en el momento adecuado como símbolo de cariño paternal. Hay un joven arrogante y bravucón, que termina siendo generoso y sincero. Hay una mujer, la única en la trama, que acaba siendo más que nada el interés romántico del héroe.

El director vuelve a demostrar su gusto por mecanismos fantásticos a base de engranes y palancas, su habilidad para crear formas orgánicas de pesadilla, y su capacidad visual de armonizar colores.

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