Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | 3.- El amor al prójimo

Los elementos de la espiritualidad

Jesús mismo nos pide que nos amemos unos a otros como Él nos amó

Por: EL INFORMADOR

     La segunda exigencia del cristianismo, que representa nuestro tercer elemento de la espiritualidad, es amar al prójimo como a uno mismo (Mc 12, 29-31). Puede pensarse que este mandato se sigue del anterior, amar a Dios por sobre todas las cosas, puesto que sería incoherente amar a Dios sin amar también a sus hijos, como si Dios no formase parte de este mundo y de cada persona. Es algo básico para el cristianismo, pues Jesús mismo nos pide que nos amemos unos a otros como Él nos amó (Cfr. Jn 15, 12). Con esto Cristo nos enseña que el modo de encontrar la vida es perderla en el amor por otros, y es lo que la Iglesia Católica pregona a grandes voces: la obra de la redención que lleva a cabo, es la de reconciliar a los hombres y mujeres de todos los tiempos con Dios en Cristo, así como también a todos ellos y ellas entre sí en Cristo.

     El doble mandamiento de Cristo tiene a su vez dos implicaciones. La primera es que debemos evitar que nuestro amor a los otros nos lleve a ofender a Dios, esto es, a descuidar en algún modo su servicio. La segunda es que debemos evitar todo intento de imponernos o de poseer a otra persona como si nos perteneciese. El verdadero amor lleva a procurar el desarrollo personal del amado y no a disminuirlo.

     Con la primera implicación se cumple la ley de Dios, mientras que la segunda es condición de la pobreza de espíritu: amar a otras personas por ellas mismas y no por uno mismo, como una vana manifestación de egoísmo. El ejercicio de las bienaventuranzas libera de la tendencia de amarlas egoístamente, y esa libertad permite ver la auténtica bondad de la persona sin las distorsiones del amor egoísta. Con ello las personas amadas se liberan también de ataduras impuestas por nuestra posesión.

     Pero el punto fundamental es el amor a uno mismo, pues sólo quien se ama a sí mismo puede amar a otros. Es importante entender que Jesús esperaba que nos amáramos a nosotros mismos, por lo que la negación de uno mismo no debe intepretarse como la eliminación del amor propio, sino de promover el verdadero amor. Se puede causar un grave daño psicológico a las personas, si se les enseña a odiarse a sí mismas, pues cuando no hay amor a uno mismo se generan inseguridad y culpabilidad, vicios que comprometen las relaciones interpersonales.

     Cuando el hombre o la mujer se odian a sí mismos, de manera inconsciente tenderán a enderezar las cosas en sus encuentros con los demás, aun en el caso de madres o padres con sus hijos. Se intentará siempre “probarse” en sus relaciones con otros, lo que puede asumir la forma de una actitud excesivamente agresiva o excesivamente complaciente, según el temperamento. En cualquier caso, la persona que no tiene valor ante sus propios ojos intentará servirse de sus relaciones con los demás para lograr valorarse. De este modo el amor no egoísta resulta imposible. El remedio está en el mandamiento cristiano de amarnos a nosotros mismos y convencernos del propio valor como hijos que somos de Dios. Este es el sentido primario de que la caridad empieza por uno mismo.

     Una vez alcanzada la meta del amor en términos individualistas, comienza el camino perfecto, pues ahora le sigue el amor en términos sociales. El espíritu se nos ha dado para renovar el mundo (Cfr. Hch 1, 8), lo cual exige no sólo un comportamiento recto con nuestros prójimos, sino también una entrega para la renovación de la sociedad. Se necesita un cambio de corazón, lo que se obtiene de la vida en Cristo; pero no puede ser un cambio limitado, sino que lleve a la persona a la acción social que promueva una sociedad cristiana.

     No basta con adaptarse personalmente a la comunidad en que vivimos, sino también la cristianización de esa comunidad. Para lograrlo necesitamos llevar una vida congruente, incompatible con una vida cristiana en privado y no cristiana en público, pues el cristianismo privado, sin importar cuán fervoroso sea, es irreal y sólo constituye una evasión de Cristo. Nuestro cambio genuino ha de llevarnos a proclamar con los hechos nuestra fe, con el fin de cambiar a la sociedad en Cristo. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx

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