Jueves, 16 de Octubre 2025
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Lo que importa

Hay periodistas convencidos de que informar es cachar boletines y declaraciones y también se convirtió en costumbre que las voces de ciudadanos que aparezcan como asunto en las redes sociales

Por: EL INFORMADOR

¿La satisfacción con que los editores web y “community managers” enlistan sus millones de “clics” equivale a una vinculación? EL INFORMADOR / E. Barrera

¿La satisfacción con que los editores web y “community managers” enlistan sus millones de “clics” equivale a una vinculación? EL INFORMADOR / E. Barrera

GUADALAJARA, JALISCO (04/OCT/2015).- Una mala noticia nos golpea en el estómago o en la cabeza. A veces en los dos al mismo tiempo. Nunca se está suficientemente preparado para recibirla y podemos sentir que las fuerzas se nos van. Hablo de esas noticias que afectan la vida de la gente común y realmente la tocan: los accidentes, enfermedades o muertes de parientes y amigos, los problemas sentimentales y familiares, los líos económicos y de convivencia social (entre vecinos, compañeros de escuela o  trabajo, entre gente de diferentes identidades sexuales o religiosas, etcétera). Hay allí, en esas esferas de la intimidad, un campo trascendente para la sociedad y al que al periodismo común y corriente le cuesta entrar, en especial si no hay de por medio una tragedia, negligencia oficial o fenómeno “viral”, como se suele decir ahora, que lo justifique. Sólo el mejor periodismo es capaz de encontrar los caminos por los cuales la vida cotidiana de alguien se convierte en motivo de interés para todos, vaya.

>Hay, todavía, muchos periodistas convencidos de que informar es cachar boletines y declaraciones de funcionarios gubernamentales y “reacciones” de la oposición política y los “líderes de opinión”. Se ha vuelto habitual, incluso, que se rebusque en el Twitter o Facebook de las “fuentes” sus comentarios, ahorrándose hasta la llamada. Y también se convirtió en costumbre que las voces de ciudadanos que aparezcan en los medios no sean ya la de los involucrados directamente en cierta situación sino la de cualquiera que opine del asunto en las redes, así sea alguien identificado como @Payasito_Payason, de quien no se tiene ni la identidad ni idea clara de por qué dice lo que dice (y suele no haber nadie tan radical como aquel que no tiene nada que ver). No es que la red carezca de importancia, sino que, como en todo, hay que saber hurgar para dar con las voces cruciales.

Uno de los clásicos de la crónica periodística contemporánea, el polaco Ryszard Kapuściński, se enorgullecía de huir de las ruedas de prensa y de no hacerles caso a los boletines. Lo suyo era acercarse a sus fuentes de manera parabólica y estudiar los temas a través de observar y conversar con cuanta persona de interés pudiera encontrarse. Eso, además de su prosa siempre clara y sugestiva, daba a sus textos una densidad y un rigor que los mantienen vigentes, a pesar de las acusaciones que le llovieron, aún en vida, de haber sido espía de los servicios secretos de su país en tiempos del régimen comunista. Poco importa y mucho menos ahora, que lleva años de fallecido: en sus páginas hay vida. Y no se piense que Kapuściński era una especie de redactor de pequeñas historias sin importancia: fue capaz de entrar a los temas políticos más importantes de su época con su método y su visión, sin perder nunca de vista las preocupaciones de la gente común.

¿Esa parte tan visible del periodismo digital, el que se empeña en organizar los temas en decálogos apoyados por videos, o en listados como “los cinco secretos de las mejores amantes” o “nueve gatos que se resistieron a sus amos” refleja eso? ¿La satisfacción con que los editores web y “community managers” enlistan y presumen sus millones de “clics” equivale a una vinculación real con los lectores? Me parece dudoso. Una cosa es “generar tráfico”, según la jerga de las redes y otra muy diferente tener verdadero impacto en una sociedad.

Incluso en la era digital el periodismo debe salir a la calle. Porque Twitter o Facebook (o cualquier otra red social) pueden ser buenos simulacros pero no son ni serán lo mismo.

Tapatío

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