GUADALAJARA, JALISCO (04/OCT/2015).- Una mala noticia nos golpea en el estómago o en la cabeza. A veces en los dos al mismo tiempo. Nunca se está suficientemente preparado para recibirla y podemos sentir que las fuerzas se nos van. Hablo de esas noticias que afectan la vida de la gente común y realmente la tocan: los accidentes, enfermedades o muertes de parientes y amigos, los problemas sentimentales y familiares, los líos económicos y de convivencia social (entre vecinos, compañeros de escuela o trabajo, entre gente de diferentes identidades sexuales o religiosas, etcétera). Hay allí, en esas esferas de la intimidad, un campo trascendente para la sociedad y al que al periodismo común y corriente le cuesta entrar, en especial si no hay de por medio una tragedia, negligencia oficial o fenómeno “viral”, como se suele decir ahora, que lo justifique. Sólo el mejor periodismo es capaz de encontrar los caminos por los cuales la vida cotidiana de alguien se convierte en motivo de interés para todos, vaya.