Miércoles, 15 de Octubre 2025
Suplementos | Actualmente se cree que una comunidad se trata de dar órdenes a unos y excluir al resto

La piedra en el tejado

Mientras nos sintamos 'colonos' y no ciudadanos, pensaremos que una comunidad se trata de dar órdenes a unos y excluir al resto

Por: EL INFORMADOR

El hombre [...] declaró: “Por andarle echando piedras al gato ese, me rompiste un vidrio del patio”. EFE /

El hombre [...] declaró: “Por andarle echando piedras al gato ese, me rompiste un vidrio del patio”. EFE /

GUADALAJARA, JALISCO (14/JUN/2015).- Una de las acusaciones  más extrañas que me ha hecho un vecino fue la de arrojarle piedras a mi propio gato. Era el principio de los años noventa y la vida cotidiana era menos peligrosa que la de hoy (o al menos eso solía uno pensar) pero tampoco estaba exenta de encontronazos con el más enloquecido azar. Aquella tarde estaba sentado en la sala de mi casa, con el citado felino en las piernas y dedicado a leer un libro (supongo que de Truman Capote, a quien había descubierto por aquellos años) y a rascarle las orejas a la presunta víctima, cuando un tipo golpeó la reja y, sin esperar a que lo atendieran, se metió a la cochera y tocó la puerta de la casa. “¿Qué se ofrece?”, le dije al abrir, recurriendo al inconfundible tonito avinagrado de quien es interrumpido. En lugar de responderme con el lógico “buenas tardes”, el hombre (que tendría ya sus buenos sesenta años, y era pálido, calvo y ojeroso) puso un rostro suspicaz, como de mandarín chino, y declaró: “Por andarle echando piedras al gato ese, me rompiste un vidrio del patio”.

El gato no era particularmente expresivo pero mi rostro debió ser de asombro absoluto porque el tipo se sintió obligado a explicarse: “Es un gato ¿no? Se te trepó a la azotea. Lo quisiste bajar a pedradas. Y me acabas de romper el vidrio…”. Digo “el vecino” pero hasta ese momento no lo conocía. Resultó que vivía a la vuelta y por eso nunca le había visto la cara. Resultó también que padecía de sus facultades mentales (inolvidable frase que utilizaban en el Canal 5 para dar a conocer los casos de personas desaparecidas en los serenos años ochenta) y, sin que yo alcanzara a responder más que con una obviedad (“¿Cómo le pude tirar piedras al gato si él estaba en mis piernas y yo aquí, leyendo?”). Un minuto después su hermana, a quien el loquito se le había salido a la calle, y que lo andaba ya buscando y logró dar con él. “Ay, Ramón. Ahora qué hiciste”, le susurró mientras le ponía las manos sobre la cabeza. El tipo, que había llegado tan gallito a mi puerta, se domó de repente y se apagó. Fue como si le hubieran quitado las pilas a un reloj.

Nadie les había roto un vidrio y nadie les había arrojado piedras, aceptó la mujer, quien bordearía ya los setenta. Pasaba solo que Ramón no estaba en sus cabales. “Y mire que siempre fue una persona muy lista. Incluso era presidente de la sociedad de colonos y pues hizo mucho por el orden”, justificó. Ahí entendí todo. Quizá sea un defecto mío, pero rara vez he conocido a un líder de “colonos” que no tenga unas ideas rarísimas y se sienta un poco general prusiano (para decirlo suavemente). Porque andar ordenando las vidas de los demás y exigiéndoles cuotas (no es infrecuente que uno termine enterándose de que una asociación que uno no eligió y en la que no quiere participar le reclama el pago de una factura desmecatada) no es precisamente una actividad que uno relacione con la sabiduría zen.

Hace unos días circuló en redes una fotografía de una manta que los “colonos” de Vallarta Universidad colgaron en la que le pedían a los vecinos “no alimentar migrantes”. Hubo repudio generalizado y explicable (se habló de fascismo, racismo y demás) y el Ayuntamiento retiró el esperpento. Yo sólo podía pensar que mientras nos sintamos “colonos” y no ciudadanos, pensaremos que una comunidad se trata de darles órdenes a los unos y dejar afuera a los otros. Y eso es un horror.

Tapatío

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