Domingo, 15 de Junio 2025
Suplementos | El mismo día de su Resurrección, el Señor Jesús se presentó a sus discípulos, que estaban encerrados por miedo a los judíos

La Palabra del Domingo: ¡Señor mío y Dios mío!

Los discípulos se llenaron de gozo. Jesús les dio la paz, les infundió el Espíritu Santo...

Por: EL INFORMADOR

(Domingo 19 de Abril de 2009)
2o. Domingo de Pascua ciclo B

     El mismo día de su Resurrección, el Señor Jesús se presentó a sus discípulos, que estaban encerrados por miedo a los judíos. Los discípulos se llenaron de gozo. Jesús les dio la paz, les infundió el Espíritu Santo, les concedió el poder de perdonar los pecados y les confirmó la misión universal de propagar la fe.
     Pero el apóstol Tomás no estaba presente ese día. Su fe estaba tambaleante, mantenía una actitud de reserva y esperaba poder verificar por sí mismo el hecho de la Resurrección del Señor.
     A los ocho días, los discípulos estaban de nuevo reunidos y Tomás con ellos. Dijo Jesús a Tomás: “Aquí están mis manos, tócalas con tu dedo.Trae acá la mano y métela en mi costado, y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”. Tomás respondió con amor, con verdad, con humildad: “¡Señor mío y Dios mío!”.
     La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites. Su fe brota no tanto de la evidencia, sino de un dolor inmenso. No son tanto las pruebas, como el amor, el que lo lleva a la adoración y a continuar su misión de apóstol. La tradición nos dice que Tomás murió mártir por la fe en el Señor.
     La Resurrección es una verdad de fe y de vida, que la Iglesia ha conservado y transmitido siempre en todos los siglos de su existencia. En nuestro tiempo, nosotros podemos ser más dichosos que Tomás. Confesar a Cristo resucitado, sin haberlo visto ni tocado, y proclamarlo como nuestro Señor y Dios, es una dicha incomparable que Dios pone en nuestro corazón “para que, creyendo, tengamos vida en su nombre”.
     Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina, es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, a pesar de los momentos de oscuridad que Dios permite para que crezcamos en otras virtudes. Con la luz de la fe descubrimos su voluntad en todos los acontecimientos, contemplamos a Cristo en todos los hombres, y podemos juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades de la vida y el gozo eterno que nos espera al resucitar con Cristo.
     La alegría producida por la fe debe transformar al cristiano. Creer en la palabra de Dios produce en la persona  en la comunidad cristiana, actitudes profundas de oración y estudio, frecuencia de la Eucaristía, corazón abierto a Dios y al prójimo, compartiendo los bienes intelectuales, materiales y espirituales, especialmente en los pobres necesitados.
     Amiga, amigo: “¡Señor mío y Dios mío”. Estas palabras nos han servido a muchos cristianos como expresión de fe y de amor, especialmente para afirmar, proclamar y adorar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
 

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