Domingo, 12 de Octubre 2025
Suplementos | La exuberante naturaleza de la zona oculta hermosas construcciones e historias

La Hacienda de San Antonio en Colima

La exuberante naturaleza de la zona oculta hermosas construcciones y maravillosas historias

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (01/MAR/2015).- Una gran sorpresa fue encontrarnos —por mera casualidad— con esta maravillosa hacienda convertida en un elegante oasis a todo lujo en las faldas del Volcán de Colima.

Ciertamente, ni mi amigo John ni yo, teníamos programado un evento de ese grado de catrinería durante  nuestras excursiones por aquellas regiones colimotas.

Habíamos ya pasado por San Gabriel y su Rulfo misterioso. Por el poblado de Apulco y su vieja hacienda convertida en convento, para unos monjes de encierro que por la noche venden pizzas en la esquina de la residencia (?).  

Pasamos por las poblaciones de La Becerrera, donde cenamos unas ricas quesadillas “ánca”  Doña Esther, y también por La Yerbabuena: ambas en la zona donde se prohíbe la entrada en tiempo de erupciones. Dormimos en una cabaña del motelito que está en las orillas de la laguna La María: bonito cráter (repleto de leyendas) situado entre los arroyos de La Lumbre y del Corcovan, por donde baja la lava cuando el volcán se pone jacarandoso.

Al darnos cuenta que un día completo nos quedaba por delante antes de regresar a nuestras casas, decidimos tomar camino hacia el pueblo de Quesería, ¡que por cierto está horrible…! y lo digo así, para hacernos concientes del destrozo que estamos haciendo a nuestros pueblos con las infames “culturas” importadas que —conciente o inconcientemente— adoptamos como si fueran nuestras.
Pero siguiendo con el tema... En un recodo muy florido, bien arreglado y sin señalamiento alguno —sin querer queriendo— llegamos hasta una muy bien puesta caseta al lado de un gran portón que estaba más que cerrado, de donde salió el impecable guardia que lo custodiaba...

— “Queremos conocer la hacienda. Somos escritores de viajes y nos interesa un lugar tan escondido como este”— le dijimos al uniformado.

—¿“Tienen una reservación, o… alguien los está esperando”?— preguntó con una voz que destilaba limón.

 —“Nop” le dije. —“Pero… sí  nos gustaría conocer un sitio como éste”— aseveré con entusiasmo, mientras él casi con asco… con la mirada me revisaba los pantalones y las botas que lucían los lodos cosechados en el volcán.

—“Déjeme pregunto”— dijo en tono más que agrio.

…un soporífero silencio tropical se hizo eterno esperando la respuesta…

Viviana, desde la recepción, aceptando de mala gana a los intrusos, nos recibió con un flemático hielo británico en un principio; y con gran cordialidad un poco más tarde al enterarse del inocuo y bien intencionado motivo de nuestra inesperada visita.
Tanto Viviana como Diego Quiñones, tuvieron la gentileza de pasearnos por cuanto rincón había en la hacienda; explicándonos “santo y seña” cuanta cosa se presentara: suites, restaurantes, albercas, jardines, ríos y arroyos, estuvieron incluidos en las descripciones que con entusiasmo nos mostraban.

Las historias del lugar y de sus propietarios —cuidadosamente guardadas— no se hicieron esperar. Fotos y documentos salieron a colación durante la amena plática refrescada con elegantes jarras de agua de jamaica que ellos mismos nos servían a discreción.
Por una módica cantidad que ronda en los seiscientos dolarucos dependiendo de la temporada, (más comidas y propinas) se puede tener, tan sólo por un día, toda una enorme y maravillosa “hacienda de las de antes”, llena de lujos y con un servicio sonriente y solícito a todas horas. Todo esto envuelto en un clima tropical y con vistas de verdad de ensueño. Además con la posibilidad de hacer agradables caminatas entre las lagunas, pantanos y montañas de la selva tropical de los alrededores.

La hacienda es ahora de Alix Goldsmith y su esposo Goffredo. Alix es hija de Jimmy Goldsmith (así se le conoce en el pueblo) que se convierte en Sir James al entrar a la hacienda.

Sir James la compró a Atenor Patiño “el Rey del Estaño” quien, a mediados del siglo pasado compró esa propiedad, que es parte de un rancho cafetalero de más de dos mil hectáreas, a la familia de Arnold Vogel.

Este rancho llamado “El Jabalí” es el entorno natural de la hacienda; un hermoso paraje rodeado por sus inmensos y bien cuidados campos de cultivo que delicada y respetuosamente se entretejen con la selva tropical de las faldas del volcán.

Nosotros —vale decirlo— después de esa agradable visita regresamos a las deliciosas quesadillas de Doña Esther, y acampamos de nuevo en las orillas de La María, para dedicarnos a oír de la gente de ahí, las increíbles historias de espantos y aparecidos mientras tratábamos de conciliar el sueño.

vya@informador.com.mx

Suplemento Pasaporte

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones