Viernes, 10 de Octubre 2025
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La Cuaresma, tiempo para que el hombre encuentre a Dios

Se retiró el Señor al desierto, tierra árida, sombría, por donde nadie pasa, donde nadie se asienta.

Por: EL INFORMADOR

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     San Mateo, en el capítulo cuarto de su evangelio, ha dejado dos hechos importantes en el inicio de la vida pública del Señor Jesús. El primero es, como preámbulo o preparación a los tres años de predicar el Reino, un  retiro voluntario al silencio, a la oración, al ayuno.

     Se retiró el Señor al desierto, tierra árida, sombría, por donde nadie pasa, donde nadie se asienta. Allí no hay caminos, ni multitudes, ni prisas, ni ruido.

Allí se retiró durante cuarenta días, solo, para entrar en diálogo con el Padre; el Hijo consagra con su presencia, con su ejemplo, el tiempo y el espacio.

El pueblo cristiano --Iglesia siempre en marcha--, antes de escuchar su voz, antes de mirar y admirar los milagros brotados de su compasivo corazón, ha contemplado a su Salvador elevado en la oración y fortalecido, como hombre, con la penitencia.

     Ese ejemplo ha dado origen a este tiempo litúrgico llamado Cuaresma, práctica saludable de la que el Papa San Víctor afirma que ya venía desde los siglos segundo y tercero de la cristiandad, y San Agustín atestigua que ese tiempo saludable, con oración y ayuno, era el tiempo de gracia y preparación para la pascua.

Esta cuaresma del 2011

     Desde el Miércoles de Ceniza el 9 de marzo, al Domingo de Resurrección el 24 de abril, se puede comparar al éxodo o salida salida del pueblo de Israel, de la esclavitud en Egipto, en su caminar por el desierto hacia la tierra prometida. Un desierto, pero en marcha; un caudillo, mas no Moisés, sino Cristo; una meta, la resurrección, la vida.

     La observancia de la Cuaresma ha ido evolucionando debido al cambio del estilo de vida y las exigencias de los hombres, en su adaptación a los tiempos y a las circunstancias. Antes eran treinta y cuatro días de ayuno; después, solamente los miércoles y los viernes, y ahora solamente dos ayunos: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La Iglesia no pretende imponer a los fieles cristianos con el rigor de la ley, el ayuno y la penitencia, pero invita y motiva a aceptar voluntariamente estos medios de santificación interior, siempre válidos, siempre eficaces.

Tres fuentes de gracia

     La oración, el silencio voluntario apartándose de los ruidos del mundo, y  la mortificación voluntaria, ayudan al hombre, porque es un ser espiritual, a buscar la perfección interior. No han pasado de moda, no son algo anacrónico, aunque el hombre de hoy, acostumbrado a las muchas comodidades “provocadas por su inteligencia y su dinamismo creador” (Gaudium et Spes 4),   es menos dispuesto a todo lo árduo, lo difícil.

     El llamado “confort” da mucho impulso a la vida de los sentidos, al aprecio de lo inmediato, de lo agradable, al uso irresponsable de los bienes temporales.

     Mas el hombre no es sólo sentidos: es un ser espiritual, es pensamiento, imaginación, sentimiento, voluntad libre, y por lo mismo es capaz de conocerse y de amar, porque tiene un alma inmortal y ésta no se sacia sólo con la vida de los sentidos. El alma requiere otro elemento: la Palabra de Dios nutre el alma. El cristiano ha de abrir su yo íntimo. En el silencio habla Dios; con la oración el hombre habla con Dios; con la mortificación el hombre le da fuerza al espíritu.

La Cuaresma, tiempo de conversión

     Convertirse es seguir el camino de Cristo cuando el hombre se ha desviado por senderos torcidos; convertirse es asumir la propia condición de creyente, e imprimir a su vida el sello del Espíritu; es alimentarse con la palabra hacia una renovación.

     La conversión, en el sentido literal de la palabra, significa cambio. La historia de los grandes convertidos es una historia de muchas historias. Cada conversión, empezando por las de Leví, el publicano; Zaqueo, el acaudalado, y Saulo, el fanático perseguidor de los cristianos, ha tenido un momento glorioso: el encuentro con Cristo; luego la respuesta, y ésta culmina con un cambio total de pensamiento y de vida.

     Pero lo primero es oír la Palabra, estar atentos y despiertos a ser tierra fértil, porque así la semilla dará frutos en abundancia.

     Por eso, un propósito para esta Cuaresma ha de ser buscar los momentos para escuchar la Palabra, y “no ser duros de oído a su voz”.

     Es práctica saludable en la Cuaresma, asistir a los ejercicios espirituales para reflexionar, para examinar la propia conducta, para entender cuál será la voluntad de Dios para cada uno “ahora y aquí”, porque la vida es breve.

La tentación, drama de la vida del hombre

     La sociedad moderna --ésta cuyo código moral es la publicidad, el consumismo y las pantallas, así la grande como la doméstica, la de todos los días y a toda hora del día y de la noche-- ha perdido, o ha casi olvidado, la idea de pecado. Y si no hay pecado, no hay tampoco ese dilema entre el bien y el mal, entre el si aceptar o no aceptar una propuesta, una invitación. Entonces también la tentación se ha esfumado en las mentes o en las conciencias de muchos, si es que alguna vez descubrieron esa ley natural, esa voz interior llamada conciencia.

     Pero el cristiano, al rezar el Padre Nuestro, siempre pide fuerza para no caer en la tentación, porque tiene en su haber, en su pasado, la cuenta de sus caídas. Y si dirige la vista hacia adelante, hacia el futuro --sea cual sea su edad y condición--, se encuentra una y más veces la invitación al mal, ante la delectación en el pensamiento del mal, ante la posible aceptación del mal propuesto.

     Las tres tentaciones que el Señor Jesús soportó y rechazó en el desierto, son las mismas proposiciones del maligno para el hombre del siglo XXI. Se pueden presentar en la mínima síntesis de tres verbos: poder, tener, parecer.

Allí entra en juego la libertad del hombre, y puede decir que sí o puede decir que no ante la corrupción de los sentidos, ante las desordenadas apetencias de los bienes terrenos y ante una ciega afirmación de sí mismo contra los imperativos de de la razón. Es la triple concupiscencia denunciada por el evangelista San Juan: concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida.

      Ningún reino de este mundo está libre de la mentira y la falacia.

     Se dice que el anacoreta suele retirarse al desierto, no para huír, sino para luchar y vencer al fuerte --demonio, mundo, carne-- con el poder del “más fuerte”.

     Nunca se apartará la tentación del verdadero seguidor de Cristo. Y no se crea que las mayores tentaciones son las apetencias de la carne; tremendas, y de alcance mayor, son las de la codicia, y esto se manifiesta en la actualidad con el ambiente de injusticia, de inseguridad, de crímenes. Y mayores las tentaciones de la soberbia, porque suena en los oídos el engaño “seréis como dioses”; y causa grandes sufrimientos la tentación en el claustro íntimo de las propias convicciones, allá cuando se espera la paz interior en su fe y ésta parece arisca, dolorosa.

     El desierto que se asoma a la vida del cristiano --hasta Jesús fue conducido al desierto para ser tentado--. tiene esta otra cara: es el mundo de ahora, y el demonio es “príncipe de este mundo” (Juan 12  31), está en todas partes y en todas partes está la invitación diabólica a hacer el mal.

     Pero en el desierto --en este siglo XXI--, en todas partes, también está Dios aún para los hombres más abandonados, los que se creen solos, pero con el auxilio divino podrán superar las tentaciones.

     Del libro del Eclesiástico viene esta advertencia: “Si quieres emplear tu alma en el servicio de Dios, prepárate para la tentación” (Ecle 2, 1).

     ¿Cómo prepararse? “Vigilad y orad”, dijo el Señor.

José R. Ramírez Corona

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