Lunes, 17 de Febrero 2025
Suplementos | El Tesoro existe en la Tierra

Jordania se hizo realidad

De la piedra nace una de las maravillas del mundo: la ciudad de Petra

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO(30/MAY/2010).-  La capital de los nabateos quedó en el olvido durante siglos. Pero en 1812 un joven suizo la redescubrió. Ahora es Patrimonio de la Humanidad y la nueva maravilla. La cara al mundo la da El Tesoro, pero hay mucho más: desfiladeros profundos, tumbas, camellos y el coqueteo de los beduinos
La tierra padeció tremenda sacudida. Una grieta rompió las montañas. Y vio Dios que era bueno.

Después de 30 millones de años, marchantes, viajeros sabios, Steven Spielberg y ahora yo, nos hemos dejado tragar por esa garganta, una falla de más de un kilómetro de largo.

Petra la conocí de noche, en silencio, a la luz de las velas guardadas en bolsas de papel de estraza que alumbraban aquel paso estrecho, en medio de paredes verticales de roca, de superficie voluble y resquebrajada.
El arsenal de estrellas custodiaba el cielo. Las lucecitas iluminaban la avenida torcida, trazada por un cataclismo. Metros allá se ensanchaba, centímetros acá se encogía.

El ensamble musical era sublime: los grillos, tus pasos, mis pasos machacando la tierra arenosa, los murmullos de los otros, la canción que uno se canta a sí mismo y la explosión del silencio (todo silencio por más mudo que sea carga consigo su propia melodía).

Anden y callen, nos dijeron a la entrada del Parque Arqueológico de Petra; para estar en sintonía en espacio y tiempo, pienso, para no distraer el alma que está a tres pasos de sobrecogerse.

Al fin, la grieta fue un telón que se rasgó. Y Petra se hizo de carne y hueso. El Tesoro no sólo existe en fotos, mis ojos llorones y los de muchos lo vimos. Esculpido en la roca se esconde del mundo. Desde tiempos bíblicos lo protegen cañones y barrancos que dominan el desierto.

Unas mil 800 velas alumbraban la silueta de templo de Al Khazna que se levanta a unos 43 metros de altura, ante la audiencia embobada.


Los lunes, miércoles y jueves se organizan recorridos nocturnos hasta la explanada de este monumento.

Contrario a los espectáculos de luz y sonido que conozco, Petra no necesitó de maquillaje, de reflectores o sistemas de audio. Sólo candelas, cojines en el suelo, un vasito de té negro con hierbas, preparado y servido por beduinos, más un concierto de flauta tradicional.

Conmovedora de noche, despampanante de día


Los autores de Petra fueron los nabateos, una tribu árabe talentosa para la arquitectura y los negocios.
Se le consideró una capital próspera hace 2 mil años al ser punto de paso de las rutas comerciales más opulentas. Iban y venían camellos cargados de seda, oro, incienso, mirra y especias.

Pero un día las caravanas cambiarían de rumbo, llegarían los romanos, los nabateos negociarían con ellos, después el imperio los conquistaría, la ciudad se levantaría de nuevo, la azotarían un par de terremotos más y la bella Petra de color de rosa se convertiría en leyenda.

Esta ciudad, fortaleza y mausoleo a la vez, se hizo a mano; se escarbó y se talló en la piedra viva para construir tumbas y levantar templos de abigarradas fachadas. Todo esto, en un territorio accidentado y quebrado por barrancos y desfiladeros.

Aquí las rocas cambian de tonalidad, según la hora del día y el ánimo del sol para asomarse (casi siempre lo tiene). Al mediodía El Tesoro es de color salmón y por la tarde rosado.

De noche Petra es conmovedora y de día despampanante. No importa si es paliducha, güera o pelirroja.
Se sugiere hacer el recorrido temprano o ya pasadas las horas para capturar los mejores colores en las fotos y evitar las oleadas de turistas.


Hay que tomárselo con calma. Todo es fotografiable; darse su tiempo, incluso, para observar las vetas o filones de color magenta de las piedras. Un solo día de visita es una miseria (fue una miseria) y más cuando se viene del otro lado del mundo.

Petra me abrumó. Solté disparos con la cámara a cuanta cosa pude, todo me parecía novedoso –incluso las fotos del rey Abdullah de Jordania en cada puesto de pashminas, sombreros y palestinas–, así que sacrifiqué involuntariamente la explicación de mi guía que seguramente ya iría 500 metros adelante.

Después de un kilómetro de caminata, entramos de nuevo al Siq, la falla tectónica. Sus paredes casi se tocan en las cimas que alcanzan alturas de 80 metros. Preferí no pensar en los temblores de siglos atrás.

No todos los que pasan por aquí lo hacen caminando. Algunos prefieren montar un burro o una calesa tirada por caballos (20 dinares), pero se pierden del paisaje. Si se elige el primero, hay que asumir las consecuencias: la hediondez de la caca de pollino aromatizará la ropa por 24 horas (o más). Garantizado.

Por un momento dominaron las sombras. Escuché un zumbido, cada vez más alborotado. El camino se me fue abriendo y, de nuevo, la visión chocó con El Tesoro, al que se le asomaba una columna, un capitel garigoleado, luego la urna en la que se creía que un faraón había escondido sus tesoros.

La explanada que anoche estaba cubierta de velas, ahora era una romería: guías hablando en inglés, francés y chino; beduinos convenciendo a los turistas de subirse al camello para tomarse la foto y dar una vuelta por tres dinares; un puesto de souvenirs; niños vendiendo collares, postales y piedras.

Alcancé a mi guía y lo escuché decir que esa fachada es de influencia grecorromana, por sus columnas dóricas y decoración. Sus estatuas representan dioses asociados con el sol, la luna y los planetas. También se cree que este monumento fue la tumba de un rey nabateo de nombre Aretas (III o IV).

Existen rutas que te llevan a contemplar el Al Khaznah desde las alturas. Pero por límite de tiempo me quedé con las ganas.

Me esperaban las tumbas reales. Se han encontrado más de 800, tanto de reyes como de civiles. Siglos después, los beduinos vivieron en esas cuevas.

Los amos del desierto

Un día no es suficiente, insisto. Hay que dejarse atrapar por el aroma del café con cardamomo que preparan los beduinos o de su té de hierbas. En sus puestos venden teteras de metal en miniatura y colguijes de plata, dizque.

Antes, los beduinos eran pastores nómadas. El desierto lo dominan como nadie y aunque hay quienes siguen viviendo en jaimas (tiendas hechas de pelo de cabra), muchos ya se dedican al turismo haciendo artesanías o dando paseos en calesas, en burro o camello.

Son muy buenos vendedores, de sangre ligera y alma gitana. Desprenden buena vibra, aun con sus ojos grandes, delineados con kehel, de mirada tan profunda que parece atravesarte la mente. Con tal de ganar dinero se esfuerzan en hablar tu idioma. Si eres mujer te echan flores, te dicen que se han enamorado de ti y que por eso te subirán gratis a la joroba de su camello.

Las más jóvenes, como Rosa, usan ropa de moda, pero no muestran los brazos y siguen cubriendo su pelo con una pañoleta. No sé cómo pasó, pero después de unas fotos con Rosa y un té, ya llevaba en la mochilas aretes, pulseritas y una tetera para regalar. El té siempre lo comparten como un acto de buena voluntad, aunque uno no les compré nada.

El Monasterio y el cuerpo adolorido


El Monasterio quedaba como a 800 escalones de distancia. Unos dicen que son mil. Este templo es más grande que El Tesoro. Creo que no lo terminaron. Estaba dedicado a un dios, Dushara, que tiene que ver con el sol. Por cierto que la fachada da la cara hacia el poniente, donde desaparece el astro.

Además de la foto artística y del recuerdo hay que admirar este monumento detenidamente: de cerca, de lejos, desde abajo y desde arriba, y tomarse un café frente a él, sentado en una banca de la tienda beduina.
Subí y bajé. Caminé kilómetros cerca de precipicios, y de vuelta me faltaban otros tantos. Me encontré con otros en las mismas condiciones. Éramos unos bultos hediondos y asoleados. Arrastrábamos achaques nuevos. Las plantas de los pies se me partían en dos.

Regresé con muchas fotos, delineador en mis ojos; chácharas a las que después se les cayeron los adornos; una nueva amiga; un cansancio que me quitó las ganas de comer; paisajes de otro planeta y arena en una bolsa de plástico. Llegué al hotel y colgué los tenis (literalmente). En México, después de meses, el puñado de arena rosa que me robé de Petra sigue apestando a burro.


Guía del viajero a Petra

* Ubicación: Petra se localiza a tres horas de la ciudad de Ammán, capital de Jordania. En la provincia de Aqaba.

* Cómo Llegar: Por Lufthansa. Desde la Ciudad de México a Ammán. Conexión en Frankfurt. Viaje redondo (para octubre) desde 18 mil 995 pesos (impuestos incluidos). Tiempo de vuelo: entre 21 y 24 horas. www.lufthansa.com

* Oficina: Consulado de Jordania en México. Tel. 5545 7790.

* Visado: El documento se consigue al llegar al aeropuerto de Ammán. El pago es de 10 dinares.

* Moneda: Dinar jordano. Un dinar cuesta 17.80 pesos.

* Diferencia Horaria: Ocho horas más con respecto de la ciudad de México.

* Dónde Dormir: Taybet Zaman Hotel and Resort. En la pequeña ciudad de Wadi Mousa, a 9 km de la zona arqueológica. El hotel ocupa una antigua villa rural del siglo XIX. Su estilo le ha valido para ser publicado en las páginas de la revista “Architectural Digest”. El staff es realmente eficiente y muy amable. Habitaciones desde 216 dólares.

* Taxis:Tres dinares por cada siete kilómetros, si se toman en la calle. En los hoteles la tarifa sube. Por ejemplo, el trayecto a Petra puede salir en 25 dinares.

*Más Información: Consulta horarios y costos de entrada a Petra en www.petrapark.com

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