Suplementos | Nicodemo ya es un creyente. Una gracia recibida en su alma lo ha hecho reconocer en Jesús a un enviado de Dios... “Jesús dijo a Nicodemo” En este cuarto domingo de cuaresma, en siete versículos del capítulo tercero del Evangelio de San Juan, el Señor Jesús manifiesta, una vez más, el misterio sublime de la Redención Por: EL INFORMADOR 21 de marzo de 2009 - 09:11 hs En este cuarto domingo de cuaresma, en siete versículos del capítulo tercero del Evangelio de San Juan, el Señor Jesús manifiesta, una vez más, el misterio sublime de la Redención en el acercamiento gradual hacia la cumbre, la Pascua. Todo acontece en intimidad. No hay multitudes ansiosas de escuchar esa sabiduría, esa Buena Nueva. No hay enfermos suplicantes. Ni siquiera están los más cercanos, los doce. Sólo el Maestro y Nicodemo. Es de noche. De noche ha llegado Nicodemo, maestro de Israel, porque les tiene miedo a los judíos. Puntual a la entrevista pedida y concedida. Una inquietud, más que mera curiosidad, lo ha llevado a ese encuentro. Ésta es la composición del lugar y, siguiendo el estilo de San Ignacio de Loyola, ha de ser: “ver a las personas, oír lo que dicen, ver lo que hacen y luego reflexionar para sacar provecho”. Frente a frente los dos, sentados, una pequeña mesa y una diminuta lámpara de aceite. El visitante inicia el diálogo: “Rabí, sabemos que has venido como Maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer los milagros que tú haces, si Dios no está con él”. Nicodemo ya es un creyente. Una gracia recibida en su alma lo ha hecho reconocer en Jesús a un enviado de Dios; por eso le llama Rabí, y ya es un interlocutor abierto, dispuesto. Es ya tierra preparada para que caiga la semilla. Muy afortunado, feliz por haber logrado tomar esa parte de su vida para un diálogo con el Señor. La oración es un diálogo con Dios. Los hombres verdaderamente salvos recurren a la oración, fuente rica e inagotable que fortalece su fe. Todos escuchaban al Papa Juan Pablo II, todos le aplaudían, mas pocos han sabido que él pasaba largas horas en silencio, en oración. Así también ocurría con Santo Tomás de Aquino. Una parte de su tiempo la dedicaba a la cátedra; otra parte, a hacer correr la pluma escribiendo, y otra, la más importante, a hacer oración. Y el popular San Martín de Porres --popular porque a su paso del mercado al convento era pródigo en dar ayuda a los menesterosos-- pasaba también sus mejores horas en la oración. La oración es alimento del alma y es fortaleza para pensar, decir y hacer. Ir más a lo profundo del ser humano Nicodemo es un hombre pensador; es un intelectual entregado al estudio, familiarizado con los libros, con las corrientes del pensamiento de su época. Como intelectual, tiene las dificultades características del hombre en la ciencia, en la filosofía, en el mundo de las ideas. Puede ser el tipo, la característica, de muchos hombres de este siglo XXI. El contacto con las ciencias, con las técnicas, con todos los avances del pensamiento, agudiza la capacidad de discernir, de calcular y de almacenar conocimientos. Mas a veces embotan el entendimiento y les dificultan tomar la adecuada decisión. No es extraño que una abundancia no lleve a una visión certera, ni profunda. Una mente colmada de conocimiento está en situación peligrosa, si no se llega a la verdad. A veces la ciencia mala hincha y lleva a la soberbia. Dicen que poca ciencia hace soberbios a los hombres, pero que la mucha ciencia siempre conduce a Dios. En el siglo actual, de la superabundancia de todo han surgido muchas ciencias inútiles, y con ellas es “como apacentarse de viento” (Eclesiastés 1, 17). En la más reciente Feria Internacional del Libro en Guadaljara, ofrecían a los visitantes montones de libros, de esos mensajes con los que el pueblo, el vulgo, goza en dejarse engañar. Como con los libros, también abundan programas de radio y de televisión que son árboles sin frutos, y a veces frutos venenosos. Lo importante para Nicodemo y para el hombre de hoy es llegar a lo más profundo, y Cristo se lo reveló a Nicodemo. “Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre” En su peregrinar por el desierto, los israelitas, siempre de cabeza dura, eran malagradecidos y prontos a quejarse de todo, a murmurar contra Moisés y Aarón. Y sobre ellos cayó una plaga de serpientes venenosas. Morían los que eran mordidos. El pueblo, angustiado, ahora sí acudió a Moisés. Por mandato de Dios, Moisés ordenó fundir una serpiente de bronce y la levantó en alto. Sólo con mirarla quedaban curados los que habían sido atacados. De esa imagen, la serpiente de bronce levantada en alto, se valió el Señor para explicarle a Nicodemo el misterio de la Redención. Jesús iba a ser levantado en alto. San Juan vio en la fuerza de “ser levantado en alto”, la voluntad salvífica de Dios. Algún comentarista de este pasaje ha dicho que ésta es la síntesis de todo el Evangelio de Juan: El Padre desea realmente la salvación de todos los hombres, y conforme a ese plan divino entrega a su Hijo Único. El amor de Dios se hizo visible, audible, palpable en Jesús, y en Él, la consecuencia, la exigencia de ser el Mesías, el Redentor. Cristo es obediente, y obediente hasta el extremo, hasta la muerte. Por eso voluntariamente subirá a Jerusalén para “ser levantado en alto”. “Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz” Aquí manifiesta el misterio de la libertad del hombre. El hombre tiene experiencia de las contradicciones en que se mueve su vida. Se siente limitado, siente fuerzas que influyen en sus actos. Es libre, mas no para hacer lo que se le antoje; es libre para obrar conforme a lo que es, es decir, hombre. Esta libertad proviene de Dios, que creó al hombre y lo destinó a la salvación eterna. Todo hombre es un buscador de felicidad, de perfección, de luz, de verdad, de vida. Y todo lo quiere sin límites, sin medidas, en dimensión a la eternidad. Pero cuando hace uso de su libertad de manera inadecuada, entonces va por donde su intención no quisiera ir. Mide el hombre las cosas desde su pequeñez, desde sus limitaciones. Por eso en vez de hacer el bien, cae en el mal. Por eso su escala de valores se reduce a lo muy bajo y a veces a lo vil. Cuántos hay que se contentan con dinero y sexo. A veces aspiran a algo más alto, pero son frágiles, inconstantes. El mismo San Pablo, con tanto amor a Cristo, a quien se entregó de lleno, dijo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Pablo, el que todo lo soportó --azotes, lapidaciones, naufragios, cárcel, hambre y desnudez-- y nada lo separó del amor de Cristo, sin embargo lamentaba su fragilidad: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” Él sabía dónde estaba la luz, y lamentaba que en algunas ocasiones se iba tras las tinieblas. “Ser libre no es hacer lo que al hombre se le antoje, sino ir siempre libremente tras la luz, pues el hombre no se mueve por instintos, sino con la luz de la razón, de la fe, del amor”. La primera condición de la fe, es contestarle cada día a Cristo como Pablo lo hizo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Así el hombre, desde su pequeñez, se vuelve grande porque pone su libertad en El que lleva a la luz, a la verdad, a la vida. Pbro. José R. Ramírez Temas Religión Fe. Lee También Santa Fe Klan cancela gira en EU en solidaridad con los migrantes Noche de San Juan 2025: ¿Qué es y cuándo se celebra? 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