Domingo, 12 de Octubre 2025
Suplementos | Los doce apóstoles --hombres rudos, pero de buena voluntad-- le pidieron al Maestro que les enseñara a orar

Jesús da de comer a un pueblo con hambre

Hoy, en este capítulo se presenta un signo: Así como Yahvé dio el pan milagroso a los hebreos en el desierto, Jesús da de comer con pan de milagro a un pueblo de la nueva alianza y también hambriento

Por: EL INFORMADOR

     Hoy es el domingo décimo séptimo ordinario del año. Desde este domingo y otros cuatro más, la liturgia eucarística dominical toma el capítulo sexto de San Juan y deja el de San Marcos. Aunque los dos tienen relatos casi idénticos, en San Juan hay más profundidad, con gran valor teológico y consecuencial trascendencia en la vida de la Iglesia y del cristiano.
     Hoy, en este capítulo se presenta un signo: Así como Yahvé dio el pan milagroso a los hebreos en el desierto, Jesús da de comer con pan de milagro a un pueblo de la nueva alianza y también hambriento.
     En la primera lectura Eliseo realiza un signo similar, aunque de menos proporción, y es preanuncio de aquello que se manifestaría en la plenitud de los tiempos con la presencia del Mesías esperado.

“El pan nuestro de cada día dánoslo hoy”

     Los doce apóstoles --hombres rudos, pero de buena voluntad-- le pidieron al Maestro que les enseñara a orar, y la respuesta fue la única oración que Jesús les enseñó. Quizá a algunos les haya extrañado, o les extrañe, que una de las peticiones de esta oración fue que les enseñara a pedir algo tan material como es el pan, como asi no existieran otras cosas más espirituales, más profundas.
     La respuesta es la mirada compasiva de Cristo; Él mira al hombre todo, cuerpo y alma, y es primero en orden vital dar alimento al cuerpo. Y Cristo les da pan para que vivan.
     Dicen que San Agustín decía: “No les hablen del cielo a los que tienen el estómago vacío”.
     El Buen Pastor en la vida de la Iglesia se ha preocupado por alimentar a sus ovejas, crear un ambiente de justicia distributiva, justicia social. Que el pan sea para todos, que nadie carezca de pan.
     Y decir pan, ahora en el siglo XXI, es comida, agua, vestido, casa, educación, salud, seguridad.
     Enorme tarea para quienes han de ocupar los puestos públicos, es el convertirse así en servidores de la comunidad que los ha elegido.

Pero es algo más que
unos granos de maíz

     El pan significa la misma vida, representa todo lo necesario no solamente en el orden material, sino el conjunto de dones que Dios otorga cada día a todos y cada uno de los hombres.
     El pueblo ha llamado “Divina Providencia” a esta actitud de Dios, de darle a cada quien el sustento de cada día; y es tradición que todavía no muere, acudir muchos a la misa de doce del día primero de cada mes, para pedir a Dios que no nos falten “casa, vestido y sustento”... pero también paz, tranquilidad y salud para una vida sana.
     En un pueblo pequeño estaba un grupo de hombres de edad, algunos ancianos, comentando que ese año las lluvias eran escasas. Alguien les fue preguntando uno a uno si algún día, por no tener lluvias, se había quedado sin comer, y reconocieron que a nadie le había faltado el sustento. Uno así dijo: “Se me ha pasado la hora, pero no el día”.
     Y es que Dios provee. Por eso a Dios, que es el Padre, se dirige la oración de los hijos que piden pan:    

“Entonces Jesús tomó los panes,
dio gracias y los distribuyó”

     El milagro de ese día, singular obra de la bondad y el poder de Cristo: alimentar a una multitud con sólo cinco panes y dos pescados, ha de continuar en este siglo.
     Las notables desigualdades sociales y económicas, los países ricos y los pueblos pobres, son reflejo de que los hombres todavía no han aprendido a verse como hermanos. Es clara señal de que la justicia no es conocida, mucho menos vivida todavía, y los bienes que producen la tierra y el trabajo de los hombres no benefician a todos ellos.
     Nunca en la historia de la humanidad había habido tanta abundancia como la hay en el presente siglo, y sin embargo, hay muchas personas que mueren porque no tienen un pedazo de pan para llevar a su boca.
     Muy doloroso es el espectáculo de la desnutrición y la muerte de niños, por la insensibilidad de los que tienen de sobra y tiran y malgastan.
     Los cristianos han de ver con los ojos de Cristo a esas multitudes hambrientas y, llenos de compasión, partir, compartir con ellos el pan.
     En la primera carta del apóstol San Juan está clara la idea: “Si un rico en bienes de fortuna ve a su hermano pasar necesitado y, hombre sin entrañas, le niega su socorro, ¿cómo es posible que more en él el amor de Dios? Hijitos míos: no comemos con palabras ni con la lengua, sino con las obras y de verdad” (Jn 3, 17. 18).

“Éste es verdaderamente
el profeta que debe venir al mundo”

     Esta frase, en los labios de los judíos, es ambigua: Lo aceptan y hasta propon en coronarlo rey, no por algún interés superios, sino porque les ha dado alimento.   
     La pregunta es: ¿Tienen hambre de Dios, o tienen hambre de los bienes de Dios? ¿Hasta dónde la pureza de la fe, o esa misma fe, encubre el deseo de otros intereses?
     El hombre moderno a veces suplanta a Dios, cree no necesitarlo porque la eficiencia de la técnica, los aportes de la medicina, las modernas filosofías, resuelven sus problemas.
     O también saben acudir a Dios y piden y alcanzan lo que pidieron; y, una vez satisfechas sus necesidades, ya sin hambre, sin enfermedad, sin problemas, abandonan a Dios.
     Algo no superado, algo vigente en la cultura actual, es esa actitud. Difícil es trazar una raya entre el hambre de Dios y el hambre de los dones de Dios.
Con Dios puede pasar como en la actual sociedad de consumo: crea la necesidad de cierto producto que se imagina importante, y luego se autoconvence de que debe adquirirlo. “Necesito a Dios para que me dé esto o aquello...”.

Pbro. José R. Ramírez
 


    

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