GUADALAJARA, JALISCO (28/MAY/2017).- La modernidad se fincó sobre la fe en el progreso. La mirada lineal de la historia. El futuro será mejor que el presente, se enmarcó como la regla de oro. La historia cabalga inexorablemente hacia el progreso y no se admiten regresiones o involuciones. El capitalismo y las fuerzas del mercado, luego de derrotar a su enemigo comunista, nos aseguran un futuro de prosperidad, consumo y paz. La democracia, el sistema que permite que los ciudadanos elijan y controlen a su Gobierno, se esparcirá por todo el mundo. Nada puede salir mal.Con la misma mirada, en México le confiamos a la democracia resolver todos nuestros problemas. Con la democracia liberal, seríamos más guapos, altos y atractivos. De un plumazo, y sin la más mínima duda, los mexicanos entraríamos en el primer mundo, como tripulantes entusiastas de la globalización y de un nuevo país fincado en las libertades y la prosperidad. Nuestro pasado quedaría enterrado. El clientelismo desaparecería ante la reforma inevitable del sistema político. El corporativismo convertido en un simple reducto del pasado. Los partidos políticos serían vehículos ideales para potenciar la participación de los ciudadanos y la corrupción sería derrotada por la trasparencia y la rendición de cuentas. La democracia como fin teleológico de un largo camino que comenzó con la reforma política de 1977.Nadie se preguntó, parafraseando a Robert Dahl, Y después de la revolución, ¿qué? Y aplicado al caso mexicano: y cuando seamos una democracia, ¿qué? ¿Qué debemos hacer el día siguiente?La incipiente democracia mexicana vive una involución innegable. Las deformaciones con las que nació y las espinillas que desarrolló en su pubertad, hoy son cicatrices. Los vicios que heredó del viejo régimen devinieron en prácticas normalizadas. Es como si lo que nos escandalizaba socialmente en el 2000, en la actualidad sea parte del paisaje común del sistema político mexicano. La democracia mexicana es un sistema que apesta a obsoleto y vetusto cuando apenas alcanza la mayoría de edad. El concepto mismo de democracia, que en el pasado desencadenaba pasiones, hoy luce vacío e insignificante. Fue la solución de todo durante la transición y hoy parece que es la solución de nada.El Estado de México es el laboratorio que simboliza la crisis con mayor nitidez. Vemos en el ecosistema mexiquense, todas las prácticas que considerábamos condenables y escandalosas hasta hace algunos años. Los programas sociales son utilizados para cooptar la voluntad política de los mexiquenses más pobres. Los secretarios de Estado, integrantes del Gobierno Federal, se la viven haciendo campaña. La compra de votos ha llegado al colmo de condicionar apoyos económicos a la victoria de uno de los candidatos, Alfredo del Mazo. El clientelismo evoluciona: te doy, pero sí ganó la elección, te vamos a depositar un bono en tu tarjeta rosa. Clientelismo con pagarés. El corporativismo se mueve a sus anchas, como el sindicato magisterial, que en esta ocasión elige apoyar a Morena. El derroche de recursos público es inimaginable. Las autoridades electorales, estatales o nacionales, no mueven ni un dedo para sancionar o condenar una elección, a todas luces, poco democrática.México dio pasos gigantescos para tener elecciones con un juez imparcial. Hoy, el INE está más desgastado que un árbitro de fútbol. ¿Y qué decir de la democracia interna de los partidos políticos? Hoy, los partidos eligen a sus candidatos con el “dedo divino” del cacique de turno y no vemos que nadie se escandalice. En México parecía que entendíamos que era condenable vender tu voluntad política por un billete de doscientos, y hoy ya nadie se ruboriza al ver la compra de voto por doquier. La calidad de nuestra democracia retrocede frente a la indiferencia popular.Corremos un grave riesgo en este país: llamarle democracia a algo que no es. Llamarle democracia a la compra masiva de votos. Llamarle democracia a la elección de estado. Llamarle democracia a la infiltración de dinero ilícito en las elecciones. Llamarle democracia al reparto de tarjetas de débito como instrumento de compra de voto. Llamarle democracia a la intervención espuria de los sindicatos a favor de los intereses de su cúpula gremial. Llamarle democracia a la compra masiva de medios de comunicación. Llamarle democracia a un sistema atravesado por la violencia y el asesinato de periodistas. México necesita rescatar su democracia.Enrique Toussaint