Suplementos | En la Unión Europea se mueven las placas tectónicas del cambio Imaginarios en disputa En la Unión Europea se mueven las placas tectónicas del cambio, no sabemos si su colisión permitirá un proyecto más humano y justo o si, por el contrario, será el retorno a las fronteras y al rancio nacionalismo Por: EL INFORMADOR 15 de noviembre de 2015 - 04:04 hs En la actualidad hablamos de una disputa por el futuro; una disputa por lo que debe ser la Unión Europea a partir de ahora. EL INFORMADOR / S. Mora GUADALAJARA, JALISCO (15/NOV/2015).- Europa vive su momento más político. Tras más de 60 años de construcción política e institucional, hoy la Unión Europea se encuentra en un periodo de redefinición. Ya no existen los consensos de antes, ya no hay tampoco una guerra que evitar. Es como si los fantasmas del pasado, que alguna vez sirvieron para reconciliar a los distintos, hoy no sean suficiente escarmiento como para poner de acuerdo a azules y a rojos, a nórdicos y a sureños; a los países acreedores y a los países deudores. Hoy la Unión Europea está más dividida que nunca. Ya no sólo estamos hablando de la división entre europeístas y eurófobos, ésa es irreconciliable y se remonta a los cimientos mismos del proyecto de integración. En la actualidad hablamos de una disputa por el futuro; una disputa por lo que debe ser la Unión Europea a partir de ahora. Mercado único, comunidad política o una Federación de Estados. Todas las posibilidades están encima de la mesa. Dice Iñigo Errejón, uno de los ideólogos de Podemos: “Si un concepto está muy abierto no significa nada; pero si está demasiado cerrado es imposible de redefinirlo a través de la política”. Diría que la Unión Europea, el proyecto europeo, es hoy un concepto abierto a la pugna política; incluso diría que se encuentra demasiado abierto. La Unión Europea significa cosas radicalmente distintas si le preguntamos a la izquierda, a la derecha o a los nacionalistas. Hace algunas décadas Europa significó casi lo mismo para todos: igualdad, combate al nacionalismo, alto a la violencia solidaridad, libertad y cooperación. Aquellos que querían una Europa del comercio y de la libertad económica, encontraban en la Unión, una buena forma de conducir sus ideales. También aquellos que querían una unión política veían en el espíritu de cooperación fundacional de la Unión Europea, el camino para la integración política y el agotamiento de la polarización entre naciones. La Unión Europea nació como un proyecto incluyente que supo reconciliar a derecha e izquierda, a liberales y conservadores, a pueblos del Norte y a los pueblos del Sur. Sin embargo, la crisis económica de 2008-2009 algo rompió, algo fragmentó y ya los roles cambiaron, la Unión Europea vive su momento de menor credibilidad con los ciudadanos y mayor ilegitimidad. Tres postales pueden ilustrar este hecho con mucha claridad. En Barcelona un joven barman, llamado Xavi, trabaja en un hotel del Norte de la ciudad y se queja amargamente de Bruselas, de su burocracia y su lejanía. No entiende por qué la Unión Europea es incapaz de intervenir en un problema como el que aqueja a Cataluña. Ve al “monstruo de Bruselas” con el único encargo de cuidar de los intereses de los estados, pero no de su gente. Una Unión que obedece a los presidentes, pero no a los ciudadanos. En Brujas, al norte de Bélgica, un adulto mayor se queja de los migrantes. No considera justo que él deba pagar casi la mitad de su sueldo en impuestos y que no exista el mismo esfuerzo fiscal en otros países como Italia o Portugal. Tampoco se da una explicación de por qué ningún líder europeo ha hecho nada para construir una integración de los impuestos y la fiscalidad europea, en donde él saldría ganando. Johann cree que la Unión Europea la disfrutan los empresarios y la pagan los trabajadores. En Lisboa, un taxista cree que Europa ya no es más la unión en la diversidad. Ahora lo tiene claro: Europa es Berlín; Europa es Merkel. La crisis rompió los lazos de solidaridad entre los pueblos, dice João, y ahora vuelven las rivalidades: los griegos que acusan a los alemanes de imperialistas o los finlandeses que consideran flojos a los españoles. El derrumbe del espíritu llegó precisamente en el momento en que alguien debió pagar la cuenta de otros, y el nacionalismos revivió. Los teóricos de la Unión solían decir: “La identidad europea no riñe con la identidad nacional. La primera es de carácter racional, de conveniencia; mientras que la segunda es emocional”. Tal parece que en décadas, la “identidad europeista” sigue siendo realmente baja, lo que permite a los nacionalismos sobrevivir con amplia hegemonía. El consenso bipartidista se agotó. Socialdemócratas y demócratas cristianos se dividieron el poder durante décadas. Lentamente casi sin percatarse se fueron pareciendo más y más. Unos, los de la izquierda, querían algo de más Estado. Un poquito de más migración. Y por qué no algo de más impuestos. Los otros, los cristianos, los de la derecha, querían algo más de mercado, más controles a la migración y, por supuesto, menos impuestos. Al final la crisis casi borró las diferencias. Los socialdemócratas se rindieron ante la narrativa de la derecha y aceptaron que el problema económico de Europa era la obesidad del Estado y el gasto público excesivo, cuando para nadie será una sorpresa decir que el verdadero culpable fue el mercado, los empresarios voraces, la rapacidad de los inversionistas y la codicia de las bolsas. La derecha explicó mejor la crisis y por lo tanto le tocó administrar el tratamiento de recortes y la reducción del gasto público. Como dice Joaquín Estefanía en la era del “monstruo amable”, la izquierda se quedó sin argumentos. Ahora la Unión Europea es políticamente más compleja. Podríamos decir que está más viva que nunca, más reivindicativa que nunca. No hay país de Europa, desde el que no se quieran cambiar las cosas, transformar la forma en que se entiende el proceso de integración. En Francia, por ejemplo, bien tenemos a la izquierda de Mélenchon, heredera del viejo comunismo, que hoy reivindica una Europa verde, integrada hasta la médula, abierta a la migración y que repiense la formula del mercado económico. Y, sin embargo, también encontramos en el mismo país a Marine Le Pen, una mujer que no se anda con ambigüedades: solo quiere tirar el edificio de la Unión y volver a la Europa blanca y de naciones. Y con estas divergencias tan estructurales, numerosos problemas que debe afrontar Bruselas: ¿qué hacer con la Gran Bretaña que pondrá a referéndum la pertenencia o no a la Unión y, por lo tanto, la posibilidad de que una de las mayores economías del mundo deje el mercado común europeo? ¿Qué hacer con las regiones y naciones, como la catalana, la escocesa o la flamenca, que no han dejado de anhelar un estado propio incorporado con plenas garantías a las instituciones supranacionales? ¿Qué hacer con los refugiados, hasta donde Europa debe responder a su obligación moral no sólo con Siria sino también con el Norte de África? ¿Cómo resolver el problema del déficit democrático de la Unión, la poca representatividad del parlamento y las instituciones comunitarias? ¿Cómo responder a todos aquellos movimientos políticos que buscan dinamitar la Europa de la integración y volver a la Europa de los rancios nacionalismos y las fronteras? El momento conservador de la Unión ya ha durado casi una década. Una década en donde una sola visión ha impregnado el desarrollo del esquema de integración imaginado por Jean Monnet y Robert Schumann. Se ha profundizado la integración económica, pero poco o nada se ha hecho en materia de estrechar los vínculos políticos o en construir instituciones más democráticas y representativas. Sin embargo, vemos como se multiplican los movimientos a lo largo y ancho de la Europa comunitaria, pidiendo una “Europa distinta”, una “Europa nueva”. Los datos demuestran que el número de ciudadanos que votan por el status quo en la selecciones parlamentarias, es cada vez menor. Si analizamos, mientras en 1999, 65% de los votantes europeos se inclinaban por socialistas o populares, es decir por centro derecha o centro izquierda, en la actualidad dicho porcentaje apenas alcanza el 46%. Aunque por las reglas electorales, de circunscripciones únicas nacionales, alcanzan 400 de 750 diputados en el Parlamento. Sin embargo, esto quiere decir que más de la mitad de los europeos están votando por opciones que buscan cambiar el estatus de las cosas, ya sea por que quieren volver a la Europa previa a la UE, como son Le Pen o el holandés Geert Wilders o bien porque apuestan por la integración en un modelo de Europa distinta, como son Pablo Iglesias, Ada Colau, Alexis Tsipras o Melenchon. Es decir, el centro es cada vez más insuficiente, ya no logra representar a buena parte de los europeos que dicen que la Unión, como va, mejor no. Podemos afirmar, con contundencia, que la Unión Europea no será la misma en los próximos años. No sabemos si evolucionará hacia una unión más perfecta, más justa, más equitativa y más influyente en el mundo o si, por el contrario, tendremos la reaparición de los peores fantasmas de Europa, los del nacionalismo rancio. El futuro de la Unión Europea, sin embargo, depende cada vez más de los nuevos movimientos locales, en países como Portugal, España o en Grecia, que buscan políticamente cambiar la faz de Europa, construyendo un sistema de integración más incluyente y justo, que asuma la diversidad, y garantice la dignificad humana. Muchas cosas están pasando en la que algunos llaman la “Vieja Europa”, esa anciana que siempre demuestra tener una gran capacidad para transformarse y seguir siendo vigente. Temas Tapatío Enrique Toussaint Orendain Lee También Vive la innovación musical en el festival MéxicoY2K Más bosques, porque nunca son suficientes Sociales: VII Skarch Partners Open by Panorama Sheinbaum busca revocar concesión a empresa responsable del accidente en Axe Ceremonia Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones