Suplementos | La ciudad, con sus insignias, nunca dejó de serlo, muy al contrario, se convirtió en un eje de gran influencia en la región Historia: De escudos y banderas, el caso de Guadalajara En 1918, en medio de la revuelta revolucionaria, se propuso que los “los escudos de armas existentes en la Casa Municipal fuesen repuestos, dándoles la forma y colorido que debieran tener conforme a la cédula real...”. Por: EL INFORMADOR 13 de junio de 2008 - 17:24 hs Por: Cristóbal Durán Fotos: Carlos Hernández R esulta siempre difícil hablar de nuestra ciudad y pretender decir algo que no se haya dicho antes, considerando que cientos y miles de páginas se han escrito ya sobre ella. El desafío es interesante. En este caso nos enfocaremos particularmente al fenómeno del escudo que identifica a la ciudad, en tanto que en su origen jugó un papel distinto al que tiene hoy en día. Poseer un escudo de armas y el rango de Ciudad (con mayúscula), después de haber nacido como una “villa”, debió haber sido para sus habitantes motivo de enorme orgullo y gran honor. Este fenómeno estaba inserto en una curiosa situación que se vivió durante el periodo colonial en toda la Nueva España, y era el aspecto de la competencia y rivalidad en la que vivían las poblaciones, dependencias del gobierno, catedrales, conventos y demás. Unos por tener mayores facultades, otros por ser cabeceras o ciudades, por tener mayor jurisdicción, poseer colegios, escuelas o semanarios. El acto de la rivalidad en realidad estaba provocado desde el exterior, es decir, por la necesidad de tener ante el rey de España un status que los posicionara entre el grupo selecto y más allegado al monarca. No sólo era un fenómeno determinado por los intereses locales o inmediatos, sino que “ser más o mayor que el resto”, significaba estar más cerca del poder real, lo cual a su vez, otorgaba la mayor seguridad al vivir en una tierra alejada de la mano, si no Dios, sí de la autoridad real. Cuando el rey de España, Carlos I, le concedió a Guadalajara el “título de ciudad”, en noviembre de 1539, cuando ésta se encontraba establecida en la región de Tlacotán, en el actual estado de Zacatecas, le otorgó también el “escudo de armas”. Todavía no era sede de ningún poder ni eclesiástico ni civil; era un puñado de españoles en unas cuantas casas de adobe y paja, no había catedral, no era capital del reino, no tenía Audiencia, ni se sabía cuál sería el destino de la ciudad ante el constante acecho de los nativos del lugar. Los motivos para que el monarca español tomara la decisión de ascender a Guadalajara al rango de ciudad, se dejan ver en las dos cédulas reales por las que otorgó esas “mercedes” a la entonces villa errante. En una de ellas el rey dice: “...nos ha sido fecha relación de que cada día la dicha villa se multiplica en vecindad... nos fue suplicado que hiciésemos merced de darle título de ciudad, e por hacerle merced tuvímoslo por bien... mandamos que de aquí en adelante que la dicha villa se llame e se intitule Ciudad de Guadalaxara e que goce de las preeminencias, prerrogativas e inmunidades que puede y debe gozar por ser ciudad...”. En la otra cédula expone que Santiago de Aguirre, “en nombre del concejo, Justicia y Regidores, caballeros y escuderos, oficiales y hombres buenos de la ciudad de Guadalaxara, que es la provincia de Galicia de la Nueva España...”, hizo peticiones al rey para que éste concediera el escudo de armas, argumentando que sus “vecinos y conquistadores y pobladores” habían pasado “muchos peligros y trabajos así en la conquista e pacificación de ella, como de los otros pueblos de la dicha provincia...”. Ambas peticiones obedecían a la necesidad de recompensa por los servicios prestados a la Corona española. Del mismo modo en que el rey concedía títulos de nobleza (conde, marqués, mariscal, etcétera) y otras mercedes reales a distintas personas que lo solicitaban o que él mismo decidía otorgar, ahora accedía a conceder a la aguerrida y azarosa Guadalajara la “merced” del título de ciudad con su escudo de armas. “Mandamos que ahora y de aquí en adelante la dicha ciudad de Guadalajara haya y tenga por sus armas conocidas dentro de él dos leones de su color puestos en salto... para que las puedan poner... en sus Pendones, sellos escudos y banderas, en las otras partes e lugares que quisiere e por bien tuviere...”. La Guadalajara de Tlacotán era ya una ciudad con todas las de la ley Real, aunque las condiciones políticas o económicas que exige la urbanidad para ser ciudad no se cumplieran y sus pobladores aún no tuvieran noticia del suceso. La noticia llegó a sus destinatarios hasta agosto 1542, cuando la Guadalajara había abandonado Tlacotán y se había establecido en el Valle de Atemajac, donde hoy continúa. Y luego de pregonar la real cédula, en septiembre se realizó por primera vez y con toda pompa el paseo del pendón Real, en el que se exhibió el escudo y se hizo la ceremonia de en la que villa dejaba de serlo y se convertía, por decreto real, en ciudad. Se supone que el escudo de la ciudad que todos conocemos, sus colores, formas y elementos que lo componen, asignan a sus habitantes ciertos privilegios pero principalmente les generan compromisos que deben cumplir al pie de la letra, entre los que está la ayuda que deben brindar a los más desvalidos, sean españoles, nativos o de cualquier otro grupo social, además de poder ser sedes de poderes civiles y religiosos, como sabemos que sucedió. El escudo de la ciudad se estampó en todo documento y monumento que hiciera gala de su ensalzamiento. La lucha de la capital neogallega por ganarse un lugar entre las ciudades importantes del reino fue difícil, accidentada y compleja; la rivalidad con otras ciudades como México, Puebla, Durango o Valladolid era manifiesta. Por mencionar tan sólo algunos aspectos: el consulado de comerciantes, la imprenta y la universidad de estudios superiores llegaron a Guadalajara hasta finales del siglo XVIII. La ciudad, con sus insignias, nunca dejó de serlo, muy al contrario, se convirtió en un eje de gran influencia en la región; su crecimiento ha sido cada vez más acelerado. Su escudo de armas logró sobrevivir a un complicado siglo XIX, en el que los nacionalismos, extranjerismo y regionalismos libraron férrea disputa por la hegemonía. Guadalajara siguió identificándose con su orgulloso escudo, aunque éste correspondía a una realidad distinta: había sido otorgado por un rey con todas las reglas de la heráldica y su autoridad real, pero la monarquía había dejado de gobernar la nación. En 1918, en medio de la revuelta revolucionaria, se propuso que los “los escudos de armas existentes en la Casa Municipal fuesen repuestos, dándoles la forma y colorido que debieran tener conforme a la cédula real...”. La investigación para realizar esta petición arrojó que las cédulas con las que el rey había otorgado estas mercedes a la ciudad, simplemente no existían. Todo había sido un sueño... del que despertaremos en la próxima entrega. Temas Tapatío Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones