Suplementos | Porque existen lugares y personas que a pesar del paso del tiempo nunca cambian Gente recia la de allá del Norte Porque existen lugares y personas que a pesar del paso del tiempo nunca cambian Por: EL INFORMADOR 22 de noviembre de 2015 - 04:51 hs Experiencia. El Viejo y Maximiano discutiendo los secretos del campo. EL INFORMADOR / P. Fernández Somellera GUADALAJARA, JALISCO (22/NOV/2015).- Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Habíamos “estudiado” juntos en el Tec, y las vidas de uno y otro habían transcurrido por muy diferentes caminos. —“Viejo” (así le decía cuando éramos compañeros de pupitre) “pos on diandas”— le dije entusiasmado al encontrarlo nuevamente entre los avatares de la vida. Una voz cascada, pero muy bien timbrada; de buen volumen y con fuerte acento norteño me contestó —“Pos aquí… pos onde había de estar”. “Aquí sigo sentado en las trancas del corral, esperando que… pos mira “Calvo” (ora yo)… la verdad no sé que espero, y ni si quiera si lo espero; pero aquí stoy… y sigo estando pa’ lo que se ofrezca” ¡y si no si ofrece… pos crioque hasta es mejor’— me contestó dicharachero. De seguro ese es —y siempre ha sido— mi amigo el Viejo Maldonado, pensé. ¡Que bueno que no ha cambiado! Porque al correr de los años (casi todos) nos volvemos serios y enfadosos, creyendo que somos tan importantes que ni el mundo nos merece. —Aijos mano— le contesté. —Qué alegría que sigas igualito como eras cuando nos escapábamos de la escuela pa’ ir al rastro a “descabellar” las reses que enviabas al matadero, como era tu negocio— le dije recordando nuestros ímpetus de juventud cuando ilusionábamos futuros negocios ganaderos juntos. —Pos yo sigo en las mismas— me dijo… -y si estás aquí en Monterrey, quiero llevarte a mi rancho pa’ que veas todo el ganadal que tengo engordando en allá en el monte ¡Que gusto me da oírte y saber de ti después de tanto año!- me gritaba en el teléfono. Comienza el viaje No había amanecido cuando una nuevecita —aunque ya muy cacheteada— camioneta pick up llena de armatostes campiranos, se paró frente a mi casa para —entre chiflidos y pitidos— invitarme a emprender el viaje hasta su rancho. Sombrero arriscado y barriga cual debe ser, después de haber ofendido mi espalda con sus efusivos abrazos, tomó el volante para —con el ruidajal que hacían las chácharas que traía en la camioneta, y emocionados con el encuentro después de tanto año sin vernos— dirigirnos hacia el inhóspito terregal de los territorios norteños. A gritos me contaba su historia emocionado, mientras yo, en los breves espacios que me dejaba, trataba de platicarle la mía. En eso estábamos cuando… por ay tantito antes de Bustamante, sin agua va dio vuelta a la izquierda por una brecha infame y polvorosa que supuestamente nos llevaría al famoso rancho. El pedregal y los brincos ruidosos de la camioneta, se mezclaban con las historias de vida que a gritos platicábamos. El polvaderón que se nos metía por ojos y orejas, nos impedía hilar con razonable congruencia las historias que ansiábamos contar. Un frenón en seco, y el grito de ¡Buenos diaaas…! de mi amigo, me hizo entender que, sin duda alguna habíamos llegado al rancho. Al calmarse el terregal, el mayordomo, recio y bien plantado, apareció entre la nube de polvo. Mientras la camioneta dejaba de hacer su estruendo… una rústica casita de montaña aplastada por el Sol, comenzó a aparecer entre los huisaches, las trancas y el desteñido y asoleado lomerío. Maximiano, agarrando las riendas de su caballo y resguardándose con su sombrero del polvo y la resolana, mostrándose contento con nuestra llegada gruñó —“Todo en orden patrón”— saludo bronco y cerrero, que en breves palabras decía muchas cosas. Mis expresiones de azoro les causaron gracia cuando vi que detrás de aquella sencilla y modesta casita, un enorme y rico rebaño de reses gordas y bien alimentadas sesteaban entre el chaparral del monte. —Viejo— le dije desconcertado ¿Y con que las alimentas entre todo este pedregal? —Pos ellas saben. Ellas ramonean. Comen de los retoños tiernos de los arbustos entre los potreros. Cuando vemos que ya se están acabando uno, nomás le ponemos una cerca al abrevadero de ahí, y les abrimos el de más lejos. Ellas lueguito se van allá. Son bien listas, por eso están así de gordas— me explicaba. Fue increíble ver aquel ganado rechoncho y rozagante en medio del desierto. La simple técnica de cerrar un abrevadero y abrir otro en un lugar distante, para que con la sola atracción del agua los animales se cambien a nuevas áreas revitalizadas y llenas de retoños frescos, me causó azoro. El agua es la vida, ni duda cabe, pensé. El Viejo Maldonado me daba con eso -sin gritos ni sombrerazos- la gran lección de que… “todo se puede hacer en donde sea… si se le mete cariño, trabajo, cuidado y esfuerzo. Gente recia la de allá del Norte, ni duda cabe. Pedro Fernández Somellera vya@informador.com.mx Temas Pasaporte De viajes y aventuras Lee También Zacatecas y La Antigua: Viaje a dos joyas históricas de México El arte de saborear Nayarit Agencias de viaje en Jalisco ofrecen descuentos para adultos mayores con Inapam Un viaje por el tiempo en Cuitzeo, Michoacán Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones