Suplementos | Por: David Izazaga Fatiga crónica Pedaleando sobre la ciclovía de Washington. Para Liliana, por su nueva etapa profesional Por: EL INFORMADOR 11 de febrero de 2012 - 02:33 hs Seguir o parar. Además de sortear los automóviles y peatones que de vez en cuando invaden las ciclovías también consumen todo el smog. / GUADALAJARA, JALISCO (11/FEB/2012).- Cuando voy a terminar el recorrido en bicicleta por la ciclovía de la Avenida Washington caigo en cuenta que, contrario a lo que podría pensar mi doctor, lo que pudo haber ganado mi salud al pedalear, lo perdió con la cantidad de humo que respiré. Durante los casi dos kilómetros que van de Mariano Otero a Federalismo, mientras pedaleo, voy respirando el humo gris que los camiones, desde sus escapes, van arrojando sobre mí. Todo parecería hecho a propósito: la ciclovía a la izquierda, los escapes de los autos y camiones también y a cada llenado de pulmones, vénganos tu reino CO2, como si se tratara de reciclar el esmog, como si la venganza de los autos y camiones por haberles quitado unos metros de su avenida fuese irnos fumigando. Para llegar aquí tuve primero que cruzar la glorieta de la Minerva. A las siete de la noche hacerlo en bici es un asunto tan complicado como lo debe ser para los autos intentar seguir por un carril imaginario. ¿Qué gen tenemos los tapatíos que nos impide comprender cómo se debe circular por una glorieta? Y lo peor es que la ciudad está llena de glorietas: las hay no sólo en los panteones, sino hasta en los cotos habitacionales. Ya estoy aquí, donde empieza Avenida Washington, aunque una placa diga que es Circunvalación Santa Edwiges. Hay que circular por la banqueta, cuidando de no caer en un registro que está abierto; ni las bicis se salvan de los obstáculos que hay en ellas: hay gente parada, caminando, esperando el camión, banquetas con enormes hoyos, carros estacionados, carros que entran a las cocheras, perros que pasean a sus amos, vendedores de fruta en carritos ambulantes, niños en bicicleta, otras bicicletas, los “viene-vienes”, bolsas de basura, el ciego que vende mazapanes… y de repente, antes de llegar a la Avenida La Paz, quién sabe de dónde salen un puño de patrullas de la policía que han llegado muy discretamente con la sirena abierta y la chicharra truene y truene, y de ella se han bajado uniformados con la metralleta dispuesta. La gente que al ver armas debería correr o de perdida guarecerse donde pueda, lo que hace es colocarse en el mejor palco, en la primera fila y más de alguno va hasta el mismísimo escenario de los hechos para certificar qué objeto contundente, qué femenino o masculino han encontrado entre los matorrales de una pequeña jardinera afuera de un hotel. Yo me he detenido no porque me guste el chisme, sino porque a veces hay que sacrificar hasta la vida por contar algo. Pero no es este el caso, pues parece que ha sido una falsa alarma: un empleado del hotel creyó que un individuo ligado al crimen organizado había ido a depositar a su encostalado ahí, en la jardinera. Y nada. En otros tiempos se hubiera dicho que el empleado ve mucha tele. Ahora lo correcto sería decir: vive muy intensamente y en serio la cruda realidad. Decido que hay que apurar el paso pues no sólo ya está oscureciendo, sino que el frío cala (el frío que no sentimos en diciembre se nos vino encima en febrero) y la mejor manera de combatirlo es pedaleando. El tramo de Avenida Arcos a Niños Héroes es tranquilo y si va uno de Poniente a Oriente está ligeramente de bajada. El primer problema serio ocurre a tan sólo unos metros de donde inicia la ciclovía: en el tramo que va de donde termina la Avenida Unión a donde está el puente sobre Mariano Otero no hay forma de atravesar por la banqueta con tranquilidad, pues los carros circulan copiosamente dando vuelta a la derecha para incorporarse a Mariano Otero y cuando estos no lo hacen, son entonces los que vienen por el carril contrario, que esperan dar vuelta con flecha. Hay que cruzar, pues, “a la brava”. Ahora sí, por primera vez desde que me subí a la bicicleta hace unos 12 minutos, me logro sentir seguro, pues entre los camiones que van a la izquierda y quien pedalea hay una especie de bardita hecha con pedazos de concreto, puestos como si fueran mini lápidas (¡válgame con mi analogía!) y unas varillas de plástico flexibles amarillo fosforescente. La mayoría de las bicis que circulan por ahí lo hacen a esta hora (7:18 p.m) de Oriente a Poniente. Hay que tener cuidado, pues la gente que espera el camión en las paradas, tiende a hacerlo no en la banqueta, sino sobre la ciclovía; dicen que porque si el camión no los ve, no se para. Muy pronto he llegado ya al final: Federalismo. Se acabó. Fue bueno mientras duró. Casi dos kilómetros, casi medio millón por kilómetro costó el proyecto, según cifras del Ayuntamiento de Guadalajara. Hay que regresar por donde vine y ahora me doy cuenta que la cosa está de subida. Es muy distinto circular viendo a los autos y camiones que vienen de frente que no verlos, sólo sentirlos pasar. En el recorrido no vi más de 10 ciclistas por ahí, la mayoría parecían ser obreros que iban ya a sus casas. En el cruce de Díaz de León, un migrante que está sentado en una banca sostiene entre sus piernas un cuaderno y con un lápiz parece dibujar algo. Me observa que le observo la cobija que carga en la espalda, los tenis negros que algún día fueron blancos y la barba crecida que parece estar desteñida por el Sol. Me pide que me detenga, pues dice me va a dibujar. Yo no alcanzo a ver una bicicleta, adivino puras formas redondas, de manera que le doy una moneda y le digo que buen viaje, que me tengo que ir. Llegando al final, que hace un rato fue el principio, advierto una tremenda trampa de la que no me di cuenta hace rato, porque hay que circular de Oriente a Poniente para advertirlo: antes de llegar a la esquina de Mariano Otero, una subidita te indica que hay que trepar a la banqueta y un poco adelante un letrero te dice que debes bajarte de la bici. Y hay que hacer caso, porque existe una rampa que, si por ahí tuviera que atreverse a bajar alguien en silla de ruedas, muy seguramente se iría de boca. Además, los autos que han tomado la salida de la avenida para incorporarse a Washington lo hacen entrando en una curvita que no permite ver que vienen sino hasta que los tenemos ya sobre nosotros. Y de nuevo a esquivar obstáculos y a torear autos. Pedalear en esta ciudad es como la vida. Pero una vida muy derrengada. ''Yo soy el hombre que tengo más a la mano; por eso hay que defender escribir crónicas en primera persona''. Alberto Salcedo Ramos Temas Tapatío Fatiga Crónica Lee También Samuel Kishi y su cine que cruza fronteras y generaciones Un museo vivo: Experiencias y arte en el Cabañas La gran estafa que nos hizo “americanos” El río Lerma: un pasado majestuoso, un presente letal Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones