Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | El proyecto europeo se dirime en la contradicción entre la libertad

Europa fortaleza

El proyecto europeo se dirime en la contradicción entre la libertad de movimiento de personas al interior y los grandes muros que la separan del mundo exterior

Por: EL INFORMADOR

Eel país con más población inmigrante externa a la Unión Europea es Alemania, el motor económico del Euro. EL INFORMADOR / S. Mora

Eel país con más población inmigrante externa a la Unión Europea es Alemania, el motor económico del Euro. EL INFORMADOR / S. Mora

GUADALAJARA, JALISCO (13/SEP/2015).- Europa nunca deja de sorprender. Ya sea por una reportera húngara desquiciada que sin el menor recato patea a refugiados sirios mientras corren hacia la tierra que puede preservar su integridad y la vida de sus familiares. O qué decir de los más de 350 kilómetros de muro fronterizo que han construido los gobiernos de Bulgaria y Hungría para evitar que lleguen refugiados de Oriente Medio, el doble de extensión que el Muro de Berlín. O por el contrario, en la misma Europa, una sociedad como la barcelonesa, en la que su alcaldesa Ada Colau y miles de familias se ofrecen a recibir en sus mismas casas, bajo sus techos, a refugiados que dejan a una Siria capturada entre la dictadura de Bashar Al-Assad y el sanguinario Estado Islámico. O cómo olvidar a esos 11 mil islandeses que se ofrecieron a dar refugio en sus casas a los sirios que cruzan el Mediterráneo (ese pequeño país del Norte del Atlántico que cada día nos da más lecciones de democracia y humanidad).

Europa se mueve siempre en esa dicotomía. Una cara, la de los europeos que hacen de la xenofobia y el desprecio al otro distinto el cimiento de su identidad política; la ultraderecha de Marine Le Pen o Geert Wilders del Partido Popular por la Libertad y la Democracia de Holanda. Y esa otra cara, la solidaria, la que entiende la obligación histórica de Europa, y que abre los brazos para recibir refugiados, tratarlos con notable humanidad y hacer todo lo posible para integrarlos en una sociedad democrática, abierta y liberal. Las redadas militares del Gobierno húngaro contrastan con el “welcome refugees”  que engalana la sede del Gobierno municipal de Madrid. Así de esquizofrénica es Europa, así de impredecible.

La Unión y sus contradicciones


La Unión Europea es, en esencia, un proyecto de paz. Tras la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa decidieron ceder su soberanía a un monstruo burocrático en Bruselas, que les aseguró prosperidad, paz y estabilidad. Ni los franceses dejaron de ser franceses, ni los portugueses dejaron de ser portugueses: “la Unión en la diversidad”. Europa constituyó la guarida tras los traumas del enfrentamiento militar más sanguinario de la historia de la humanidad. Un mercado común, instituciones de representación comunes y respeto a los derechos humanos, pavimentaron el camino europeo hacia un futuro libre de opresión y sometimiento ideológico. Se acabó el expansionismo europeo, se acabaron los radicalismos. El vivo recuerdo de los 45 millones de muertos alineó a los países europeos en busca de un acuerdo que detuviera el derramamiento de sangre para siempre.

Es innegable que el proyecto de Monnet y de Schuman es hoy un éxito. Libre circulación de personas, libre circulación de capital, los conflictos se resuelven sin derramamiento de sangre y Europa es la tierra más próspera e igualitaria del mundo. Hay una moneda común y los fondos estructurales han logrado dotar de desarrollo mínimo a todos los territorios de Europa. Sigue habiendo disparidades, las hay. Sigue habiendo diferencias entre el Norte y el Sur, es indiscutible. Sigue habiendo corrupción en Bruselas, hay que ser ciego para no verla.  Sigue habiendo déficit democrático, ahora más que nunca. Y sigue habiendo países que toman decisiones por encima de todos, Alemania, particularmente. Sin embargo, si contrastamos la foto de 1945, a la Europa en llamas, dividida y sin rumbo, con la imagen de la Europa de hoy, el progreso es descomunal.

Sin embargo, la migración hacia Europa es un problema ignorado. Los países del Sur de Europa, aquellos que tienen frontera con los países del Norte de África, han hecho del Mar Mediterráneo una fosa de muerte y vergüenza (con el amparo de los países centrales de Europa). Ese espacio geográfico, cuna de civilizaciones —Atenas, Roma, El Cairo— es hoy el escenario de un drama humanitario sin precedentes. En lo que va de 2015, 350 mil migrantes y refugiados han cruzado el mar que divide a Europa del continente africano. Que divide a la prosperidad de la miseria. Seis de cada 10 inmigrantes que buscan suelo europeo, lo hacen a través del Mediterráneo; y 75% de los inmigrantes “clandestinos”. Lamentablemente, sólo en 2014, más de  tres mil inmigrantes murieron en el Mediterráneo. Del otro lado, en las costas europeas, el recibimiento no es propio de estados que se jactan de defender la democracia, la igualdad y el humanitarismo. En Melilla, España, los inmigrantes se deben enfrentar a vallas que recorren toda la frontera y que, como escarmiento adicional, tienen cuchillas para hacer daño a aquellos que se atrevan a retar su altura. La Europa de la prosperidad, la apertura, la multiculturalidad se transforma en la Europa cerrada, la de los muros, la de la división; la Europa fortaleza.

El proyecto de la ultraderecha

Europa vive un “momento migratorio”. No porque alguna vez el tema haya dejado de ser de actualidad, sino porque en todos los países europeos, desde la crisis económica de 2009, los partidos políticos se vieron obligados a clarificar sus posturas. Adiós a las ambigüedades, la extrema derecha en este debate no se muerde la lengua: cerrar fronteras y expulsar automáticamente a todos los migrantes en situación irregular. Nada de ofrecer refugio político. Donald Trump será una racista, pero no lo son menos el Frente Nacional en Francia o el Partido de la Libertad en Austria. En contraposición, la socialdemocracia europea sigue abrazando la integración de los migrantes, la salud universal para todos y una política activa de recepción de refugiados. Sin embargo, la crisis económica provocó que incluso los socialistas debieran de matizar sus posturas y sostener que Europa no estaba pasando el mejor momento como para recibir ilimitadamente a personas que huyen de la pobreza y la exclusión de sus países de origen. Los “ultras” se mueven como “peces en el agua” cuando de hablar de migrantes se trata.

Pero, ¿de verdad Europa vive una crisis migratoria? ¿Qué nos dicen los números? De acuerdo a los datos de la Comisión Europea, el país con más población inmigrante externa a la Unión Europea es Alemania, el motor económico del Euro, con una tasa de 7.7%. Detrás de la tierra teutona, está España con 4.8% y Reino Unido con 4.7%. Es decir, Europa está muy lejos de la situación que narra Michel Houlbecq en su novela “Sumisión”, en la que retrata a una Francia gobernada por la Hermandad Musulmana y, de golpe, la destrucción de las instituciones laicas y liberales del Estado francés. Hoy en día, los inmigrantes no son, ni de cerca, una amenaza para los valores democráticos de la Europa de la Posguerra ni tampoco un riesgo para la gobernabilidad de la región. Incluso, tras concluirse el programa de apoyo a los refugiados presentado por la Unión Europea con el que se pretender dar refugio político a 160 mil sirios, el porcentaje es mucho menor a los dos millones que ha aceptado Turquía o al millón y medio de sirios que llegaron a Líbano huyendo del terror del dictador y del Estado Islámico.

Europa lo que vive es una auténtica batalla política, en donde la migración se cierne como un tópico esencial. La ultraderecha europea se ha propuesto destruir la Unión. No lo disimulan, apuntan directo a Bruselas. No son los migrantes el objetivo final ni de Le Pen en Francia, ni de Geert Wilders en Holanda, y menos de Jörd Haider en  la Federación de Austria. La denuncia del migrante árabe, el discurso del miedo que relaciona extranjero con delincuencia, el atentado que presuntamente supone a los valores occidentales, es sólo un instrumento que tiene como objetivo dinamitar al proyecto europeo, derribar el acuerdo Schengen, que permite la libre circulación de personas, y volver a la Europa de las fronteras, las naciones y las banderas. La ultraderecha es fiel amante de los símbolos, todo aquello que une a la nación, un retorno a los nacionalismos clásicos siempre estará en la agenda de la ultraderecha europea. Hace años daban risa sus postulados, hoy, como lo señalan todas las encuestas, son más que un mal chiste. Al igual que Donald Trump en Estados Unidos, la denuncia de los partidos moderados, socialdemócratas y demócratas cristianos, como comparsas de la migración ilegal y como auténticos “caballos de Troya” que atentan contra los valores nacionales, han provocado que el discurso antimigrante sea profundamente rentable para los extremismos.

No soy iluso, no estamos cerca de un mundo de fronteras abiertas. Los estados, con sus muros y separaciones, están hoy más vivos que nunca. Los mercados, el capitalismo, ha logrado que las fronteras no sean más un estorbo para el flujo de sus mercancías, pero el movimiento libre de personas sigue siendo una quimera que no se divisa en el horizonte cercano. Sin embargo, la misma admiración que sentimos por una Europa que se repuso a la segunda guerra y alcanzó la paz duradera, es la misma vergüenza que sentimos hacia esa Europa que permite que un niño sirio muera ahogado en el Mediterráneo. Una sola fotografía nos ilustró el drama migratorio a cuerpo entero. Dijo Angela Merkel que “si Europa le falla a sus refugiados, no sería Europa”. El mundo le ha dado mucho a los europeos, en la segunda guerra mundial, América recibió a millones de refugiados que corrían de la violencia, la masacre y la opresión del Nacional Socialismo Alemán, del Fascismo Italiano y del Estalinismo soviético. México, en particular, fue solidario y, en conjunto, construimos una patria mejor. No hay muro que detenga la desesperación y tampoco hay muro tan alto que le permita al europeo próspero de París o de Barcelona, mirar a otro lado como si las muertes en el Mediterráneo fueran parte de otro mundo, uno muy lejano. Es tiempo de que la Unión Europea rompa esa fortaleza que la separa del mundo, derribe la hipocresía de un proyecto que segrega en sus costas y asuma su responsabilidad histórica con el Magreb, Medio Oriente y Eurasia.

Tapatío

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