Encantado por unos chilaquiles comilotes

GUADALAJARA, JALISCO (27/DIC/2015).- Creo que la cocina es una de los métodos más efectivos que tenemos para explorar las ciudades a las que viajamos. En cada plato que disfrutamos podemos encontrar el sabor que le ofrece cada urbe tanto a sus habitantes y visitantes. Y si hay una capital que tiene muchos sabores por presumir, esa es Colima.

Pequeña, tranquila en su ambiente pero intensa en el menú. Colima capital es una ciudad que nos permite a los tapatíos olvidarnos del ajetreo que enfrentamos de forma rutinaria para entregarnos a una jornada de descanso y de placer “en la casa del vecino”. Y si de placer se trata, nada como su gastronomía.

El Hotel Ceballos (Portal Medellin No. 12) ofrece, además de una gran opción de hospedaje, uno de los mejores restaurantes en el primer cuadro de la ciudad: El Café de la Plaza. Famoso por su carta y ser lugar de encuentro para las familias colimenses, cuenta con área interna y externa para disfrutar de un buen desayuno. El interior ofrece una decoración al estilo mexicano, envuelto en un ambiente intenso; en tanto que el exterior es mucho más apacible y permite regodear la mirada en la plaza principal de la ciudad y su espléndido verdor, con sus mesitas acomodadas bajo enormes sombrillas.

El menú se apoya en la comida mexicana, y particularmente en la gastronomía local. Para que no digan que a todos los lugares a donde voy siempre pido hamburguesas (aunque tendrían razón en decirlo), esta vez me decanté para el desayuno por los afamados chilaquiles colimotes, plato que es orgullo de la casa y un magnífico exponente de la cocina del El Café de la Plaza. Ya en una próxima vuelta espero espero explorar las enchiladas dulces, el pozole y los sopitos, de los que también se hablan maravillas.

Lo primero que llama la atención de estos chilaquiles es el emplatado. Tenemos los chilaquiles todos de un lado del plato, la cebolla picada a un lado, los frijoles en el extremo opuesto y finalmente la crema. Las cuatro porciones separadas lucen curiosas, pues al menos en Guadalajara estamos habituados a que todo (menos los frijoles), estén revueltos.

El corte de la tortilla hace que los chilaquiles colimotes se vean pequeños, por lo que es una tentación llevarse siempre un buen bocado. La salsa en la que están bañados es deliciosa, y contra lo que imaginé, su picor es apenas perceptible. Ya revueltos con la crema (no soy muy fanático de la cebolla, así que usé muy poca), adquieren un sabor tremendo. Los frijoles complementan a la perfección.

Para acompañar el platillo pedí un rico café de grano de Colima. A diferencia de otros cafés “orgánicos”, su sabor y aroma es mucho más suave, casi dulce. Lo tomé sin leche y con apenas un poco de azúcar, con lo que hizo excelente pareja con el platillo.

Aunque es chilaquil colimote es más pequeño que sus primos de Jalisco, la porción del Café de la Plaza va más allá de lo satisfactorio. De hecho, terminé tan satisfecho, que mi plan de irme a ir a comer al Pueblo Mágico de Comala lo dejé para la próxima vuelta.

No es una novedad que comer en la parte externa de los restaurantes, y más cuando es el Centro de la ciudad, suele tener como inconveniente la pléyade de pedigüeños que se acercarán a la mesa tras algo de dinero, al igual que vendedores de chacharas y el día que fui hasta  una niña que vendía cupcakes caseros llegó a mi mesa.

Colima no se suele promocionar como un destino gastronómico. Muchas veces en las guías turísticas se enfatizan sus rutas ecológicas, trasladarse por las cercanías del Volcán y el Nevado, un paseo por Comala o la visita a Manzanillo, sin embargo, yo agregaría los maravillosos sabores de su cocina como un “extra” que hace que sea más satisfactorio pasar un día en casa de los vecinos.