Lunes, 13 de Octubre 2025
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El sorpasso

Desde su fundación, Morena tuvo como objetivo devorarse al PRD

Por: EL INFORMADOR

La elección de 2016 podría hacer que el PRD ya no sea el principal partido de izquierda. EL INFORMADOR / S. Mora

La elección de 2016 podría hacer que el PRD ya no sea el principal partido de izquierda. EL INFORMADOR / S. Mora

GUADALAJARA, JALISCO (29/MAY/2016).- Nunca lo escondió. La fundación del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) tenía un primer objetivo político: fagocitarse al otrora poderoso Partido de la Revolución Democrática (PRD). Andrés Manuel López Obrador, en sus declaraciones posteriores a la obtención de registro de Morena, lo confirmó: nuestro principal adversario, en estos momentos, es el PRD de los “Chuchos”. El Pacto por México significó un dulce envenenado para el Sol Azteca. Es cierto, una parte de la agenda de los amarillos transitó por el acuerdo convocado a inicios de sexenio por Enrique Peña Nieto. Sin embargo, significó también el desarme de la oposición, la ruptura del partido hegemónico de la izquierda y una confusión interna que el PRD sigue pagando. Luego llegó Ayotzinapa y los casos de corrupción. El trienio 2012-2015 representó la “tormenta perfecta” para el perredismo, que no sólo da señales de muerte en el 80% del territorio nacional -en donde no alcanza ni los diez puntos de preferencia electoral- sino que también comienza un declive de su poder en la capital de la República.

La elección intermedia de 2015 también significó, explícitamente, un plebiscito sobre el futuro de la izquierda. Más que competir con el PRI o con el PAN, Morena y el PRD se enfrascaron en una pugna electoral que provocó la fragmentación del voto de izquierda en el país. Es cierto, Morena no logró el publicitado sorpasso, es decir superar en votos al PRD. El Sol Azteca le sacó un millón de votos de diferencia a Morena (4.3 a 3.3 millones). Sin embargo, Morena conquistó la mayoría  de las delegaciones en la Ciudad de México y se hizo con la mayoría parlamentaria en la Asamblea Legislativa. Los votos globales favorecían al PRD, lo que contrastaba con una percepción generalizada: Morena como una marca política en ascenso y al PRD como ese invitado a la mesa del tripartidismo en declive.

Lo que 2015 delineó, todo parece indicar que 2016 lo hará realidad. Las encuestas señalan que Morena, sin ninguna alianza, podrá rozar los 22 puntos porcentuales, incluyendo las 12 gubernaturas en juego. Y no sólo eso, ha logrado que sus candidatos sean competitivos, incluso para ganar, en estados como Veracruz, Zacatecas y tiene una amplia ventaja, de acuerdo a El Financiero, en las elecciones constituyentes de la Ciudad de México. Por su parte, el PRD, por sí mismo, solamente es competitivo en Tlaxcala, aunque las últimas encuestas colocan al Sol Azteca lejos de hacerse con la silla de Gobierno. Sin embargo, las buenas noticias para el PRD serían conquistar Veracruz en alianza con el PAN, y con un ex priista como Miguel Ángel Yunes, y cerrar la contienda en Oaxaca y en Quintana Roo. Sin embargo, la marca independiente, dejando de lado su coalición electoral con el PAN, esboza una debilidad innegable. Todo parece indicar, que tras los comicios de 2016, Morena puede colocarse como la fuerza hegemónica de la izquierda a nivel nacional, la base partidista para postular a López Obrador como su candidato a 2018.

Pero más allá de la pugna entre el PRD y Morena por el nicho de votantes de izquierda en este país, ¿Qué significa para la democracia y el sistema político en México este sorpasso? ¿Desparecerá el PRD? ¿Se lo comerá el tren de Morena?

La historia de la izquierda mexicana es la crónica de la fragmentación. Actualmente, si revisamos los resultados de la elección de 2015, podemos deducir que como nunca antes el voto de izquierda goza de cabal salud: PRD 11%; Morena 9%; MC 6%; PT 3%. Es decir, si todos se hubieran juntado en un mismo instituto político, hubieran empatado la votación que obtuvo el PRI (29%). Sin embargo, el sistema electoral mexicano, y la propia dinámica de las izquierdas, lo que premia no es la unidad ni las coaliciones, sino la dispersión y la fragmentación de las opciones políticas. Por lo tanto, asumiendo que los partidos de izquierda siempre han tenido un techo de voto más reducido que el PRI y el PAN, parece muy complicado que un candidato que provenga de estos partidos políticos logre una mayoría suficiente para gobernar el país en 2018. No es imposible, pero ni la unidad, materializada en torno a López Obrador en 2006 y 2012, les permitió a la izquierda hacerse con Los Pinos; qué podríamos esperar de un entorno tan fragmentado.

El sorpasso de Morena significaría al menos cuatro dinámicas que son dignas de analizar: la primera, la imposibilidad histórica de buena parte de la izquierda mexicana de separarse del credo nacional-revolucionario. La izquierda de Morena, que no se asume como tal en ninguno de los artículos de sus estatutos, implica la continuación de una ideología política no liberal, que conjuga estatismo, con nacionalismo y un discurso anti-élites. No hay una aproximación a la socialdemocracia; por el contrario, es una izquierda sustentada en temas como la posesión nacional de los hidrocarburos, el discurso moral en el combate a la corrupción y la construcción de un “pueblo”-así lo dice López Obrador en sus spots, no utiliza la palabra ciudadanos- explotado por las élites económicas y políticas que se unen para simbolizar a “la mafia del poder”. Es más un proyecto que retoma aspectos políticos del pasado mexicano, en contraposición con expectativas de futuro o replanteamiento de los asuntos que debe defender la izquierda. Es un planteamiento de izquierda, sí, particularmente por el papel del Estado en la economía y su señalamiento de las élites, pero es conservador en el sentido más clásico de la palabra: no se mete con ningún tema polémico, sea el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

En segundo lugar, el sorpasso de Morena implica también que sobre este partido gravitará una futura coalición de izquierda. Al día de hoy, observando al PT como un nuevo satélite del PRI -incluso coaligado en Chihuahua-, a MC lejos del pejismo, particularmente porque a Enrique Alfaro no le conviene asociación alguna con el tabasqueño, y al PRD metiendo demandas contra López Obrador, una coalición de izquierda parece un sueño remoto. Sin embargo, lo que marcan las encuestas y algunos previsibles resultados de los comicios del próximo 5 de junio, es que el PRD dejará de ser el pivote de una posible alianza de izquierda, y será sustituido por Morena que llevará la iniciativa. Será interesante ver la reacción de López Obrador tras los resultados de la próxima semana, particularmente si mantiene su discurso de incluir al PRD en la “mafia del poder” o si, por el contrario, comienza a tender puentes sabiendo que la fragmentación le puede pasar factura.

En tercer lugar, nos sitúa en un escenario de mayor polarización para los próximos dos años. El Presidente Peña Nieto ya comenzó a arremeter en el discurso contra el “Peje”. No lo llama por su nombre, al igual que el ex presidente Felipe Calderón, pero lo apela cada que habla de los peligros del populismo. La polarización entre el PRI y López Obrador, nos podría llevar a tener un 2017 embarrado de lodo, con acusaciones a diestra y siniestra, guerra sucia por doquier y un debate político enrarecido hasta el tuétano. No veremos a Morena participar de ningún acuerdo político y, diría, que la colaboración política se encontraría suspendida hasta que toque votar en las presidenciales de 2018.

Y, por último, el PRD tendría que replantarse de “pies a cabeza”. El partido de Basave tiene tres opciones: apostar por un candidato propio, podría ser el jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera, e ir a las urnas por un 8-10% del electorado. Lo que seguramente significaría perder la Ciudad de México y refugiarse en los huesitos. Puede también apostar por un independiente y llegar a acuerdos con el PAN para impulsarlo en conjunto, como Juan Ramón de la Fuente. Dificilmente Margarita Zavala podría entrar en una operación de estas características. Y, por último aunque no por eso menos probable, abrazar el proyecto de López Obrador, sabiendo de entrada que el tabasqueño les ofrecerá lo mínimo indispensable. Asimismo, y aunque no han tenido control total del Comité Ejecutivo Nacional, queda claro que el tiempo se ha agotado para los “Chuchos”, por lo que incluso Agustín Basave podría presentar su renuncia y comenzar una cuarta presidencia tras los comicios de 2012. Es renovarse o morir.

El sistema de partidos en México se reconfigura, casi en todas las ocasiones, como una consecuencia de rupturas y escisiones de los partidos existentes. Sucedió en 1988, cuando la corriente democrática de Cuauhtémoc Cárdenas rompe con el PRI y engendra lo que después sería el PRD, que simbolizó el eje vertebrador de la izquierda mexicana durante 25 años. Ahora, la ruptura de López Obrador con el PRD también significa la reconfiguración del mapa político mexicano. El sorpasso ya no parece ser una expectativa lejana, sino una realidad palpable que habrá de confirmar el 5 de junio lo que ya dicen las encuestas. El PRD no desaparecerá, pero los errores de los últimos años lo condenarán a ser un actor de reparto en esa puesta en escena llamada elección presidencial de 2018.

Tapatío

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