Domingo, 12 de Octubre 2025
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El problema del mal

Es importante distinguir entre dos tipos de mal: el mal moral y el mal natural

Por: EL INFORMADOR

     Para comenzar, es importante distinguir entre dos tipos de mal: el mal moral y el mal natural. El primero es resultado de las acciones de criaturas libres. El asesinato, la violación y los fraudes son ejemplos de esto. El mal natural es el resultado de procesos naturales tales como terremotos, huracanes e inundaciones. Por supuesto que, a veces, ambos tipos de mal se combinan, como cuando un terremoto da como resultado la pérdida de vidas humanas debido a una mala planificación, al asentamiento humano irregular o a la construcción defectuosa de edificios. Aunado a esta primera clasificación, deben identificarse dos aspectos del problema del mal y del sufrimiento. Primero, está el aspecto filosófico, en el que el mal se enfoca desde el punto de vista del escéptico que desafía la posibilidad de que exista un Dios que permita el sufrimiento. En segundo lugar, está el aspecto religioso. Este es el problema del mal enfocado desde la perspectiva del creyente cuya fe en Dios está siendo aquilatada mediante una prueba. Al enfrentar el desafío religioso/moral, debemos apelar a la verdad revelada por Dios contenida en la Sagrada Escritura. No abundaremos en este aspecto por haber sido discutido en artículo anterior.

     El enfoque filosófico se recrudece con la postura del filósofo ateo David Hume quien, desde el siglo XVIII ha influenciado grandemente la mentalidad occidental hasta nuestros días. El herético razonamiento de Hume se resume de la siguiente manera: ¿Está Dios dispuesto a impedir el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede hacerlo pero no está dispuesto? Entonces es maligno. ¿Está a la vez dispuesto a hacerlo y puede hacerlo? Entonces, ¿dónde está el mal? La clave para la resolución de este conflicto aparente está en reconocer que cuando se dice que Dios es todopoderoso no se sugiere que sea capaz de hacer cualquier cosa imaginable. Es cierto que las Escrituras declaran que para Dios todo es posible (Mt 19, 26), pero también dicen que hay algunas cosas que Dios no puede hacer. Por ejemplo, Dios no puede mentir (Ti 1, 2), tampoco puede ser tentado por el pecado, ni puede tentar a otros para que pequen (Stg 1, 13). En otras palabras, no puede hacer nada que esté fuera de lugar para un Dios justo. Ciertamente, ni aun Dios puede deshacer el pasado, crear un triángulo cuadrado o hacer que lo falso sea verdadero. Y es con base en esto que llegamos a la conclusión de que Dios no podría eliminar el mal sin hacer que fuera simultáneamente imposible lograr otros objetivos importantes para Él.

     En cuanto al mal natural, ¿qué podría decirse? Aquí es importante reconocer que los cataclismos naturales han existido desde que la tierra existe y, por consiguiente, pensar en ellos como si fuesen un “castigo divino o “una señal apocalíptica” sería peor que el pensamiento de Hume. Una lectura cuidadosa del libro del Apocalipsis nos da la razón en cuanto a ello. La cuestión es que terremotos, huracanes y tsunamis se han dado desde hace millones de años, aun cuando el hombre no existía sobre la tierra; entonces, ¿a quién castigaba Dios? Sabemos con certeza que la extinción de los dinosaurios se debió a un cataclismo natural --un meteorito se estrelló contra la tierra-- cuando todavía el hombre no aparecía y sabemos que dos ciudades enteras fueron borradas del mapa cuando el Vesubio hizo erupción hace algunos miles de años. Si las ciudades no se hubiesen erigido tan cerca y se hubieran conocido las señales como las conocemos ahora, tal vez no hubieran perecido tantas personas en Herculano y Pompeya. Nuestro mundo fue creado de esa manera y, desde el punto de vista doctrinal, las razones de Dios son un misterio. Desde el punto de vista humano, solamente nos queda comprender que el mal natural es un misterio insondable, pero que nos brinda la oportunidad de sacar lo mejor de nosotros, de practicar las virtudes evangélicas hasta sus últimas consecuencias, de ejercitar la compasión y la solidaridad antes que el reproche, el señalamiento y la reprensión contra personas, organismos o instituciones. Las pruebas severas también proporcionan una oportunidad  para que los creyentes demuestren su amor unos por otros como miembros del cuerpo de Cristo que ayudan a sobrellevar las cargas de los otros (1 Cor 12, 26) y generan una forma cristianísima de ser: la empatía. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Antonio Lara Barragán Gómez OFS
Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx

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