Suplementos | De viajes y aventuras El peligroso viaje a Lukla Aquí comienza el éxodo para conquistar una de las montañas más altas del mundo Por: EL INFORMADOR 6 de octubre de 2012 - 21:21 hs GUADALAJARA, JALISCO (07/OCT/2012).- Nada es de extrañar en el terrible accidente que la semana pasada sucedió a un avión de Sita Air en su viaje de Katmandú a Lukla. En el suceso murieron 19 alpinistas que se dirigían al Everest (Sagarmata). Siete de ellos eran ingleses; cinco chinos y siete nepalíes, posiblemente guías de montaña. El percance se atribuye a un águila que se estrelló contra la hélice de la aeronave –no lo creo–. Aunque el viaje a Lukla en ciertos momentos es espeluznante, no creo que un pajarraco que se estrella contra la nave con sus dos motores rugientes remontando las alturas, me parezca verosímil. Un incendio o una falla en sus intestinos, pudiera ser más creíble. Los testigos aseguran haber visto que el potente Dornier de Sita Air se incendió y explotó en vuelo antes de caer cerca de un río a las orillas de un concurrido barrio en las afueras de Katmandú, capital del mítico Nepal. Si bien el vuelo de Katmandú a Lukla es bastante breve (unos 45 minutos), el panorama que se divisa al volar entre las montañas, aunque bellísimo, no es nada tranquilizante. Además, como el pequeño poblado está literalmente metido entre los cerros, y la pequeña pista –que va desde el borde de un acantilado hasta las faldas de un cerro de paredes casi verticales– mide lo estrictamente necesario para los aviones pequeños; el menor error en el aterrizaje puede ser fatal. Cierto es que la pista, como está inclinada cuesta arriba contra la montaña para frenar un poco a las avionetas… en el despegue –ahora de bajada– hace el efecto contrario, precipitando al avión al abismo justo al final del pavimento. La sensación de que se acaba el piso debajo de la aeronave y cae unos cuantos metros entre las montañas, hace sentir que el alma se viene a la garganta; y más al realizar que el par de “motorcitos” (en ese momento se ven endebles) tienen que remontar velozmente al avión a las alturas para que con un forzado giro pueda librar el Ngothung Ri, un enorme pico de tres mil 463 metros, que imponente y majestuoso surge de entre las nubes unos cuantos cientos de metros adelante. Lukla está considerado como uno de los 10 aeropuertos más peligrosos del mundo: algunos lo consideran el que más. De una sucia y arrugada lista, un moreno y enérgico despachador en Katmandú, con los ojos sombreados con kohl, nos iba indicando salomónicamente a cada quien si iría o no en el vuelo a punto de despegar rumbo a Lukla. Nuestras mochilas, como buenos excursionistas, estaban tiradas con desenfado por todo el aeropuerto: botas, piolets, cámaras y cantimploras, vagaban por los suelos como si también hicieran una anárquica cola para recibir las indicaciones y el horario en que –temerarios– abordaríamos la aeronave. El sudor que caía de los sombreros, vestimentas y gorros estrambóticos de los excursionistas, empapaba cuanto boleto, papel o pasaporte se tenía que revisar. Todos sudábamos. Todos teníamos un poco de temor ante lo desconocido. Pero cada uno tenía su propia ilusión por aquella icónica montaña en donde los sudores se congelarían. Todos éramos iguales en las atestadas salas de espera del aeropuerto; y… todos ansiábamos trepar en las avionetas que –con suerte– nos llevarían al aeropuerto de Lukla; que es el paso más cercano a la entrada del Parque Sagarmatha y a las veredas que se internan entre las majestuosas montañas de los Himalaya. Un grito del despachador anunciando el vuelo, fue coreado con gritos de entusiasmo de los excursionistas, tratando de reunir compañeros y mochilas. Al desordenado abordaje entre bultos, morrales y objetos lo más inverosímiles, le siguió un vuelo sin sorpresas hasta el remoto Lukla. Los siempre sonrientes sherpas nos recibieron con su habitual alegría, claro que haciendo broma de nuestras caras desteñidas, nuestras costumbres raras y los excesivos equipajes que creíamos necesitar en la montaña. Todo les provocaba ruidosas carcajadas, no burlescas, no; sino que así son las costumbres de ese pueblo asombroso y fascinante. Los yaks (bueyes de carga lanudos resistentes al frío y a las alturas) fueron cargados de inmediato con los equipajes para emprender la marcha de varios días hacia la montaña, en donde estaríamos dos o tres meses, mientras los experimentados trataban de “hacer cumbre” en la montaña más alta del mundo. Temas Pasaporte De viajes y aventuras Lee También Agencias de viaje en Jalisco ofrecen descuentos para adultos mayores con Inapam Un viaje por el tiempo en Cuitzeo, Michoacán Abrazo otoñal en la Riviera Nayarit Pasaporte: la vocación de contar el mundo Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones