Suplementos | El autógrafo El autografo por: sylvia o. gonzález Por: EL INFORMADOR 12 de diciembre de 2008 - 18:07 hs La tarde se me hizo eterna, por más que me propuse no consultar la hora a cada momento, no hice otra cosa. Garabatee algunas palabras en la “fatídica hoja en blanco”. En realidad no tenía nada qué hacer (que no me oyera mi jefe), durante la mañana había sacado lo poquito que salió. Así es eso de la publicidad, días con trabajo que piden con carácter de muy urgente, ¿Para cuándo…? ¡para ayer!, esa es la consigna. Días en que me la paso exprimiéndome el cerebro para sacar una buena temática de campaña de lanzamiento para el agua mineral de x marca, llenando montañas de papeles y llevándome el pedido en la mente a mi casa, a mis horas de sueño, en suma alucinando día y noche buscando el bendito tema, presentarlo para que el cliente a los poquitos días salga con que “a su mamá no le había gustado…” (así se estilaban las cosas a principios de los ochenta). Una señora que con trabajos habría terminado la secundaria te hacía pedazos con su “docta” opinión. Decepcionada haraganeo en mi escritorio, simulando que escribo buscando un slogan del cual se desprenda toda la campaña, pero en realidad persigo algún cuento. Me disculpo ante mi misma diciéndome que no soy una máquina de hacer anuncios publicitarios y que por el momento se vayan mucho al carajo, ese cliente junto con su mamá y todos los ejecutivos de cuenta al igual que mi jefe, (que no me da un aumento por más que me lo prometió desde hace siglos…). Al cabo que me dieron de aquí haaaaasta el lunes para presentar la nueva campaña, y visto desde esa perspectiva, tengo tres días eternos de por medio. Hay jornadas como esta en que las horas sobran y lo único que hay que hacer es llenar el bendito horario. El tiempo a pesar de todo este soliloquio sigue sin avanzar mucho, como si se tratara de una consigna en mi contra. Ya me mordisquée el esmalte de las uñas, ya fui más de tres veces al baño. Lo bueno es que a pesar de mi desasosiego la tarde transcurrirá sin remedio. Desde principios de semana leí la nota en el periódico: Carlos Fuentes estaría en la librería de la esquina. Desde entonces me prometí estar puntual a la caza de sus doctas palabras y del autógrafo de tan excelso escritor. La tarde al fin pierde la batalla ante la noche y mi impaciencia. Resignado el sol se retira, no sin antes ofrecer un hermoso crepúsculo a manera de graciosa despedida. Indiferente lo observo a través de la ventana de mi privado. Veo llegar fresca, muy joven a la luna, ahora que por fin anocheció. Siempre me ha gustado fantasear con la idea de que cada noche llega una luna niña, joven las primeras horas y que va creciendo hasta envejecer al llegar el nuevo día, una vida muy efímera en verdad… Así habría de ser de buena para sacar el nuevo tema del agua mineral… La verdad que el que presenté era muy bueno, no sólo bueno, y la madre del propietario de la dichosa agua, bien se puede ir a “hondear gatos de la cola”. Porque lo que es a mí no se me ha pasado el berrinche de que me lo hayan rechazado con tan pueril motivo. Decía que la noche se ha apoderado del día de manera rotunda. Consultó por enésima vez el reloj, 7:45 p.m., la cita con Fuentes es a las 8:00 p.m. (y me refiero a él así con tal familiaridad y no falta de respeto y es que claro que lo conozco, después de haberme leído casi toda su obra, faltaba más…) Tomo mi bolsa, abro la polvera, “espejito, espejito, dime quién es la más bonita…” Me agrada lo que veo, no seré una belleza, pero tengo un rostro interesante, eso sí… mi vida interior se asoma a raudales por los ojos… bueno, soy joven, ¿qué más necesito? Me retoco los labios con el labial que hace juego con el color de mi blusa. Tomo con reverencia los libros de Carlos Fuentes que desde el martes me traje de mi casa y que aguardaron impacientes sobre mi escritorio el gran momento. Por supuesto están Aura, La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Cantar de ciegos, La cabeza de la hidra, entre otros. Como tesoros los repliego sobre mi pecho. Camino-vuelo hacía la librería, no recuerdo si me despedí de la secretaria. Tal como lo imaginé, la librería está hasta el tope de gente pretendiendo lo mismo que yo. Lo busco con la mirada, no está, no todavía. Me pregunto si estará en la trastienda o es que no ha llegado. Que no lo retenga una huelga de aviones, me digo con premura, casi rezo porque nada le impida estar aquí. Me empujan, me pisan. Aprieto mi bolsa junto con los libros con fuerza contra mi busto, recordando los tiempos en que me transportaba en camión. Mis ojos se deslizan con codicia por los diferentes títulos que hay por doquier, (me prometo adquirir algunos en la siguiente quincena). De pronto el rumor de las voces cambia, levanto la vista, me doy cuenta del por qué. ¡Allí está, es ÉL! Me quedo con la boca entre abierta, es más guapo que en las fotos del periódico, o de las revistas, incluso que en la tele, me sobrecoge una gran emoción, los libros caen de mis brazos, mis amados libros, sus libros, los recojo con premura, me disculpo con éstos, a mi lado alguien que me ve hacerlo se retira asumiendo que no estoy cuerda. Hago todo esto sin apenas retirar la vista de ÉL. Comienza a hablar, una gran elocuencia envuelve sus palabras, como poseída lo escucho: “Aura es el objeto del deseo… Es una novela sobre la vida de la muerte… Es mi novela emblemática del tiempo y del deseo… Aura y el protagonista rompen con el escritor, hasta liberarse. Escribir un libro es una lucha larga, exhaustiva… nadie escribiría un libro sin seguir el impulso de un demonio interno, que no lo libera hasta darlo por terminado… La región más transparente toma su nombre de una referencia de Humboldt y éste a su vez lo tomó de Sófocles… La ciudad protagonista de la misma, es el lugar donde las cosas suceden de más de una forma, es un retrato fiel de la Ciudad de México en los años 50…” Mi mente sigue con embeleso todo cuanto dice, me digo a mí misma: quién fuera Rita y me dedicaran un libro como ese… Continúa diciendo: “Al filo del agua de Agustín Yáñez, con su pueblo de mujeres enlutadas, es una obra que me enseñó que los temas de siempre se pueden tratar abordándolos de otra manera…” Pierdo la noción del tiempo, apenas si me doy cuenta de cuándo se comenzó a formar la fila para recabar su autógrafo. Encamino mis pasos como hipnotizada, aguardando mi turno. A un metro de ÉL constato aún más su gallardía, el rostro grácil, el bigote bien recortado, el traje que porta de corte perfecto, la corbata impecable. Su mirada… su mirada que en ese momento se topa con la mía… se graba en todo mi ser… Es más que suficiente… me retiro, levito… con sus obras en mis brazos, es como si lo llevara conmigo... Al llegar a casa mi madre me pide que le enseñe los libros autografiados (no hablé de otra cosa en toda la semana), finjo no escucharla amparada en las reminiscencias de mi adolescencia siempre recurrente, me retiro a mi recámara, argumentando entre dientes que estoy muy cansada. De pronto el rumor de las voces cambia, levanto la vista, me doy cuenta del por qué. ¡Allí está, es ÉL! Me quedo con la boca entre abierta, es más guapo que en las fotos del periódico, o de las revistas, incluso que en la tele, me sobrecoge una gran emoción, los libros caen de mis brazos, mis amados libros, sus libros, los recojo con premura, me disculpo con éstos, a mi lado alguien que me ve hacerlo se retira asumiendo que no estoy cuerda. Temas Tapatío Lee También Museo JAPI: Color, juego y abstracción La vida en México comienza en el mar Las Chivas de Gabriel Milito se estrenan con empate ante Tapatío en duelo amistoso Portada: Yordanka Olvera, la chica de la taza Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones