Jueves, 09 de Octubre 2025
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El Sótano de las Golondrinas

Por: Pedro Fernández Somellera

Por: EL INFORMADOR

-Ire… se puede arrimar hasta bien cerquita pa´ver el agujerón hasta mero abajo- nos dijo doña Cecilia mientras cargaba su morral con un par de thermos todos abollados llenos de café caliente.
-Ire… nomás hay que poner cuidado con las piedras de la orilla que son bien traicioneras y están muy resbalosas- nos advirtió tratando de apaciguar al séquito de chilpayates que grito y grito la rodeaban dando brincos entre el pedregal de las orillas.

-Son cuatrocientos y cincuenta metros lo que tiene di ondo, y… crioque está duro el zapotazo allá a mero abajo; así que pónganle cuidado al caminar- aclaró en son de guasa aquella miniatura de mujer morena, que envuelta en su rebozo se afanaba en vender café (caliente a medias) a los azorados visitantes del lugar.
-Mi viejo ya bajó hasta abajo, y uno de mis hijos también. Se amarraron con una soga que les vendieron unos gringos que también bajaron hasta abajo. Dicen que allá en la profundidá se abre mucho, como campana que fuera; y que hay como unas tres hetarias de terreno así a lo ancho; y que está lleno de yerbas raras por lo mismo de lo hondo que está -nos decía- y también vendo bolsitas de café en polvo recién tostado pa` que lleven a sus casas- repetía con insistencia.

-Está bien feo el pozo, y hay que tener cuidado con las piedras- son a quince pesos la bolsita y el vaso del caliente a cinco pesos, los que vayan queriendo me van diciendo- insistía como buena vendedora, mientras se sentaba en una de las piedras rodeada de sus telebrejos.

-Ire… ahí en la mera orilla, hay un agujero entre las piedras donde se puede meter toda la pierna adentro, para luego poderse asomar pa´bajo con toda tranquilidá sin peligro de caerse.

-Cálele, pos alcabo que nomás se siente como que le hormiguean las pantorrillas del susto, pero de que se caiga no-.

-¡Ándele! ¡Anímese! que luego se le quitan los nervios con un cafecito destos- insistió como para dar tranquilidad al más miedoso -que al cabo que las golondrinas no llegan hasta el mero anochecer y…toavía falta rato- nos decía.

En su plática incesante, nos contaba de unos cuates que saltaban al vacío y abrían su paracaídas hasta llegar a eso de la media altura. Y también, de una pareja que puso una cuerda a través, y caminaron… uno de un lado y el otro del opuesto…para encontrarse a la mitad, donde se dieron un beso y regresaron sin mayor contratiempo al lugar de donde habían partido.

Las historias menudeaban y el hoyo para meter la pata era por demás solicitado cuando la alharaca de una parvada de pericos llamó nuestra atención.

-¡Ay vienen ya!- nos advirtió doña Cecilia -primero van a llegar los pericos a dormir, y luego lueguito se dejan venir las golondrinas-

Los enormes pericos verdes -con incesante y escandalosa plática- comenzaron a girar al derredor del pozo, bajando un poco en cada vuelta hasta desaparecer a media altura de la enorme catedral subterránea, con miles de cuevitas en sus paredes, hogar de aquellas joyas verdes voladoras.

Nuestra contemplación pasó al azoro cuando -no vimos, pero oímos- el zumbido de una bala que se dejaba caer a increíble velocidad a las profundidades del sótano. Otra, otra, otra y otra más. Miles y miles de balas vivientes se precipitaban en el anochecer, a buscar el abrigo de las profundidades del enorme hueco.

En la claridad del cielo del Poniente se podían ver los -posiblemente- millones de aves que… frenaban su vuelo un poco, daban un par de vueltas en derredor y se precipitaban con cálculo indescriptible, a una velocidad tal que sólo se oía un impresionante zumbido que se repetía en cantidades e intensidades que sencillamente no las puedo describir.

Era un fumm, fum, fuum constante que duró hasta bien entrada la oscuridad del atardecer. La veloz entrada de las golondrinas, vencejos, o como se llamen, hicieron el espectáculo de aquella memorable tarde en la Huasteca Potosina no muy lejos de Aquismón, al Sur de Ciudad Valles.

Vale mucho la pena echarse el viaje para presenciar este espectáculo.

deviajesyaventuras@informador.com.mx

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