Viernes, 10 de Octubre 2025
Suplementos | “Zaqueo, quiero que me recibas en tu casa”

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido

En veinte siglos de cristianismo el Señor Jesús continuamente sigue buscando y buscando a los que se habían perdido

Por: EL INFORMADOR

-  /

- /

     En este domingo trigésimo primero ordinario, la página del evangelio de San Lucas no es una parábola, tampoco un discurso, sino un acontecimiento en la vida pública de Jesús, el Hijo de Dios.

     Es una breve narración de un hecho histórico en dos tiempos: el primero es la llegada de Jesús a Jericó. La multitud lo recibe con gusto porque cura a los enfermos, hace ver a los ciegos, hace oír a los sordos y hablar a los mudos; los tullidos y paralíticos recobran la fuerza de sus miembros, los tristes encuentran alegría y todos reciben el venturoso anuncio de la salvación, la Buena Nueva.

     Entre la multitud, Zaqueo, hombre rico, quiere conocer a Jesús. y como es de baja estatura, se atreve a hacer algo ridículo para su condición: se sube, se trepa a un árbol.

     Ante ese hecho perceptible por los sentidos ya está otro invisible: en su interior ya está la gracia de Dios. Fue un regalo divino despertar en él --antes interesado por los bienes materiales-- otro interés.

     Siempre en toda conversión la iniciativa viene de arriba; Zaqueo se subió al árbol porque ya había llegado a él la inspiración de Dios. Ya estaba dispuesto, y cuando a sus oídos llegaron las palabras de Cristo, ya iba en camino su obra hacia el glorioso encuentro.

“Zaqueo, quiero que me recibas en tu casa”  

     Fue sorprendente que supiera el Señor su nombre, que lo distinguiera a él entre la multitud y que en público lo honrara al pedirle que lo recibiera en su casa.

     En veinte siglos de cristianismo el Señor Jesús continuamente sigue buscando y buscando a los que se habían perdido. Han llegado su palabra y su deseo de entablar amistad, a muchos pecadores como aquel llamado Zaqueo; esos entregados a los intereses cercanos, visibles, tangibles; esos que halagan y dan las satisfacciones que suelen dar el dinero, el poder y los goces de los sentidos, y a veces en tal intensidad hasta esclavizar a las débiles, flacas voluntades.

      El Hijo de Dios ha venido a buscar y a salvar a los pecadores y tiene, con su sabiduría infinita, mil diversas maneras de llegar hasta los corazones. Mas, como el hombre es débil, siempre toda conversión ha sido, es y será una respuesta libre, bajar del árbol fue el siguiente acto libre de Zaqueo.

     El proceso de toda conversión siempre es un llamamiento divino, tal vez por una pena, una enfermedad, un accidente o una gran alegría. Dios tiene sus caminos. “El corazón del hombre medita su conducto, pero es el Señor quien dirige sus pasos”. Así está escrito en el Libro de los Proverbios 16, 7.   

     Resolverse, decidirse, es un acto de valentía. En los evangelios hay elocuentes ejemplos de los decididos con un sí valiente para seguir a Cristo, y otros que volvieron tristes las espaldas y retornaron hacia donde tenían “sus muchas riquezas”.

“Empezaron a murmurar diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador’”

     Desde entonces y después, y siempre y ahora, asoman la nariz curiosa los inflados de soberbia. Esos que se creen buenos, quieren ser tenidos por rectos, virtuosos, intachables, en estos días de “fúricos anóninos”. Dios libre a su Iglesia de ellos, pero los hay. Olvidan, o no la han meditado, una breve frase de Cristo: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Entonces criticaban al Señor porque comía y bebía ¡qué escándalo! con pecadores, con publicanos; y su respuesta fue y es : “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos”.

     Y nuestra sociedad está enferma. Por todas partes, con la eficacia de los medios de publicación, llegan signos claros de enfermedades mortales: asesinatos, secuestros, robos, drogadicción; asociaciones de hombres para cometer crímenes, que quedan impunes por la complicidad de quienes han de ejercer la justicia; desorden en la vida moral , en excesos disimulados y no corregidos; lucha contra la familia, cuando ésta es sagrada; y mucho más y más de las muchas dolencias de los hombres precipitados y materialistas.

     Allí hace falta la presencia de Cristo para buscar y sanar a esos enfermos, pues para todos trae el bálsamo que suaviza el dolor y la medicina que cura el alma.

Cristo ha venido no a condenar, sino a salvar

     Un día, con toda su autoridad divina-humana, Jesús declaró que no había venido a abolir la ley, sino “a darle plenitud”. La plenitud de la ley es el amor. Todo en la vida de Cristo es amor: se hizo hombre, por amor; vivió como hijo de un hombre treinta años, en su vida oculta, por amor; en la plenitud de los tiempos en sus tres años de vida pública, su palabra, sus milagros, sus hechos, todo fue por amor; su reino, la cruz, su muerte y su resurrección, por amor; y su Reino -- la Iglesia por Él fundada, sacramento de salvación-- por amor.

     Al tomar el Libro de los Cuatro Evangelios y abrirlo en cualquier página, llega siempre el mismo aroma: los evangelios son luz, consuelo, guía; es Dios en ellos con su palabra, y su palabra es amor.

“El Señor es compasivo y misericordioso”

     De la primera lectura de la Santa Misa de este domingo viene una luz para mejor comprender ese amor infinito de Dios por toda la creación, y singularmente su amor a la humanidad hasta anonadarse -- es decir empequeñecerse--, hasta tomar la naturaleza humana y entregarse por ella.

     En el Libro de la Sabiduría se destaca la pequeñez de lo creado ante el Creador: “El mundo entero es como un grano de arena en la balanza, como una gota de rocío mañanero”.

     Mas para merecer el privilegio de ser elegidos, es indispensable una condición: la humildad. Zaqueo, hombre importante y rico, tomó una actitud infantil; venciendo su costumbre de ser tenido por hombre reconocido se volvió niño, y como niño se subió al árbol para alcanzar a ver al Maestro. Esa actitud lo hizo merecedor de la visita de Cristo y lo dispuso a su cambio, a su conversión.

“¿Quién es el hombre que se atreve a ponerle fronteras a la misericordia de Dios?”

     En días pasados un hombre --descompuestas sus ropas, la mirada perdida, el caminar lento, tal vez adicto a las drogas y el alcohol-- pasó en diagonal por el crucero de dos avenidas, ante el disgusto de los automovilistas. Ni los gritos en lenguaje grosero, ni los insultos en el sonido del claxon de los vehículos, lo afectaron. Continuó a paso lento, olímpicamente.

     Una pregunta: ¿Habrá alguien que ame a ese hombre sucio, abandonado? La respuesta es afirmativa: Dios lo ama. Y lo ama porque es creatura suya. Con la primera lectura del Libro de la Sabiuduría se amplía la respuesta: “Tú te compadeces de todo; Tú amas todo cuanto existe; no aborreces nada de lo que has hecho; Tú amas la vida, porque todos son tuyos”.          

Una conclusión sobre la Sagrada Comunión  

     También, como Zaqueo, el cristiano se alegra con la visita de Cristo. El creyente abre al Señor la puerta de su casa:

     “Oh casa de dos puertas que es la mía, casa del corazón vasta y sombría”.

     Así cantó el poeta. A esa casa llega Cristo; se escondió en la pequeñez de un pedazo de pan para llegar a lo íntimo de cada cristiano. Felices afortunados los Zaqueos al recibir en su casa, en su alma, al Señor, siempre con la abundancia de sus dones. Este regalo es un torrente de gracias, es medio de santificación, es Dios en sí mismo.

José R. Ramírez

 

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones